Oportuno discurso

Oportuno discurso

El discurso del presidente Medina en la ONU me alcanzó a mitad de escribir este artículo. Mi intención era señalar los retos que tenía por delante la diplomacia dominicana, así como la de todos los países emergentes.
El Presidente Medina pone el dedo en la llaga cuando señala que en ocasiones los países grandes caen en la hipocresía, protegiendo con subsidios y medidas no arancelarias a sus productores, mientras exigen que se liberalicen los mercados en los demás países.
Aun peor, la tendencia a reversar el libre comercio está ganando cada día más adeptos en el mundo desarrollado. Es notorio el avance de los movimientos “nacionalistas” (eufemismo para proteccionistas y anti-emigrantes), en los países ricos.
Está claro que hay mucha gente descontenta en los países ricos. El Brexit y el respaldo a Trump son dos fenómenos que pueden ser razonablemente explicados por este descontento. Hay descontento y hay que buscar un chivo expiatorio. Independientemente de la evidencia en contrario, se está buscando un culpable, y la “globalización” es el candidato número uno.
Tenemos unos 25 años de “globalización”, basando sus inicios tras la caída del muro de Berlín y de la Unión Soviética (1989-1991), con un balance muy positivo. En este periodo la economía mundial ha crecido muy bien y sin inflación. En este periodo el ingreso per cápita (en dólares constantes del 2010) en los países de la OCED se ha multiplicado por 1.36 de US$27,395 a US$37,368 y en América Latina se ha multiplicado por 1.44 de US$6,540 a US$9,399. Los salarios reales han subido desde el 2005 en promedio un 2% anual.
No puede olvidarse que la reciente crisis económica mundial que inició en 2008, estalló en el corazón del mundo desarrollado, dejando de manifiesto las carencias institucionales de los Estados de esos países. Se destaca que los gobiernos de los países ricos no hayan supervisado efectivamente el sistema financiero mientras éste se emborrachaba de riesgo; y que muchos países se hayan endeudado excesivamente para mantener en sus votantes la ilusión de una “sociedad del bienestar” para la que no había presupuesto.
Parece que es más cómodo (y por supuesto, popular) ser ciego. Es inquietante ver que hasta para académicos reconocidos, estos son hechos olvidados y si les seguimos el discurso, la culpa de todos los males la tienen los humildes trabajadores de zona franca de China (y de aquí), que con salarios míseros han contribuido a mantener baratos los productos y al crecimiento de la economía mundial.
También es más cómodo ignorar que el avance de la tecnología ha hecho diente en las posibilidades de obtener trabajo en el mundo desarrollado para personas con bajo nivel de educación. De los 11,6 millones de empleos creados desde 2008 en EE. UU., el 99% (11,5 millones) fueron para trabajadores con al menos alguna educación universitaria
Dani Rodrik y otros intelectuales han estado destacando por años que las democracias tendrían dificultad en legitimarse si el Estado no protegía a “los perdedores” y les daba nuevas oportunidades.
Las crisis y el agudo cambio tecnológico han creado “perdedores” y es legítimo aspirar a que se les busquen oportunidades. Pero mal harían los países ricos diagnosticando erróneamente el problema y recurriendo a soluciones populistas que vengan a desplazar el comercio y a limitar irracionalmente la emigración.
Nuestro país ha jugado limpio. En nuestro país se ha sido muy amigable con el capital extranjero, incluidas las industrias extractivas.
En términos de mano de obra nuestro país ha sido exportador e importador de migrantes por décadas. Nuestros nacionales son comunidades productivas en EE. UU. y Europa y los inmigrantes, principalmente haitianos, se integran en las labores productivas
A partir de esta realidad, de esta experiencia de haber participado en la globalización, con sus luces y sombras, desde ahora la diplomacia de nuestros países debe elaborar discursos claros y coherentes, defendiendo las ventajas de una economía universal. Sabemos el limitado poder que tenemos los países pobres, pero somos necesarios para legitimar las voces sensatas, cada vez más escasas, de los que apoyan un mundo con menos fronteras.

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