Orden sin libertades

Orden sin libertades

La jerga carcelaria –el sociolecto de los delincuentes– ha entrado de lleno en la literatura contemporánea, en los libretos de cine, en los guiones de televisión. Desde allí ese estilo de vida y esas formas de expresión influyen negativamente sobre grandes masas juveniles. Las insuficiencias y limitaciones de la administración de justicia favorecen el desarrollo de la delincuencia. No me refiero a las garantías que consagra el nuevo Código Procesal Penal. No; esas garantías protegen lo mismo al ciudadano ejemplar que al delincuente empedernido. Pienso, en primer lugar, en la impunidad, en la denegación de justicia.

Quiere esto decir que la delincuencia, un problema laboral y educativo, a la vez que legal y administrativo, se convierte en un problema político de primera magnitud. Si a la conmoción permanente que es la delincuencia le añadimos la complicidad policial, la escasez crónica de energía eléctrica, las trapacerías y ocultamientos de los políticos, la resultante ha de ser, obligatoriamente, el descontento colectivo. Es una pena que sea así, pues se trata de un círculo vicioso que multiplica la frustración, el desencanto, la desesperanza. En esta atmósfera incuba la rebelión, el desacato o la desobediencia frente a las autoridades gubernamentales.

Los pueblos quieren –y necesitan– libertad, orden y bienestar. Las tres cosas son preciados tesoros de la convivencia civil. No siempre se puede gozar de ellos al mismo tiempo. Los seres humanos no conciben la vida como un simple estar sino más bien como un “bienestar”. El hombre primitivo jamás se sentó sobre una piedra puntiaguda; prefería –para sentarse- las superficies planas. Se ha dicho que el desmembramiento de la URSS fue un triunfo de la democracia sobre el socialismo. Pero es posible que fuera también una victoria de la libertad sobre la opresión.

Bienestar económico y libertades políticas son valores deseables. Ninguno de los dos puede conservarse o acrecentarse sin orden público y seguridad ciudadana. Nuestra sociedad es heredera de una larga tradición dictatorial: Santana, Báez, Lilís, Trujillo. Cuando el desorden amenaza las vidas de los ciudadanos, sus propiedades o empleos, se plantea rígidamente el eterno conflicto social entre la libertad, el bienestar y el orden. A menudo los pueblos sacrifican las libertades para preservar bienes con orden. (Republicado por petición. 14/10/2014)

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