Países del norte de África expresan su preocupación y evitan romper con Catar

Países del norte de África expresan su preocupación y evitan romper con Catar

Túnez. Influidos quizá por las inversiones del emirato de Catar, que han crecido en los últimos años, varios de los países árabes del norte de África se han desvinculado por el momento de la maniobra diplomática saudí y resistido a los llamamientos de Riad para cortar las relaciones con Doha.

Solo el gobierno de Al Bayda, una entidad sin influencia política bajo el control del mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte del este de Libia, se ha sumado a una ruptura vinculada al pulso regional por la influencia en el mundo árabe que libra el mayor exportador petrolero y el mayor productor de gas.

La decisión fue transmitida sin aportar detalles a la prensa local por el ministro de Asuntos Exteriores del citado Ejecutivo, Mohamad Dayri, que apenas tiene influencia en los asuntos políticos y diplomáticos del país, que lleva en persona Hafter.

Miembro de la cúpula que aupó al poder a Muamar al Gadafi, se convirtió en su principal opositor al tirano en el exilio en la década de los ochenta, después de ser reclutado por la CIA y trasladarse a vivir a Estados Unidos.

En 2011, y con ayuda de Washington y El Cairo, regresó a su país y se unió a las filas de los rebeldes que se alzaron y derrocaron después, con ayuda de la OTAN, al dictador.

En la actualidad dirige el llamado Ejército regular libio (LNA) y tiene tres frentes de guerra abiertos, uno en el este, otro en el oeste y un tercero en el sur, zona esta última que bombardea casi a diario con ayuda de la aviación de Egipto y Emiratos Árabes Unidos, además de Rusia.

Hafter controla también la política del Parlamento en Tobruk, la única institución que conserva la legitimidad plena de la comunidad internacional, y no reconoce al Gobierno rival en Trípoli, que dirige Fayez al Serraj y que sostiene la ONU.

Este último, instalado en la capital libia desde abril de 2016 aunque carece de legitimidad política y popular, no se ha pronunciado aún sobre un pulso diplomático que le coloca en una difícil posición.

En la última semana, aviones de combate egipcios han atacado en dos ocasiones presuntas posiciones yihadistas en territorio libio con la ayuda logística del gobierno en el este, aunque algunas de ellas estaban bajo la órbita de la ciudad estado de Misrata, tercera fuente de poder en Libia.

Los misratíes, que lideraron la ofensiva militar que en diciembre pasado erradicó el control yihadista de la ciudad de Sirte, el bastión más a occidente afín a la organización Estado Islámico, tienen estrechas relaciones con Turquía, un país más proclive al emirato.

Túnez y Argelia, sin embargo, han optado por la cautela y han coincido en su preocupación y en su llamamiento al diálogo para solucionar una crisis que se remonta al inicio de las ahora fallidas «Primaveras árabes».

En declaraciones el lunes a la prensa, el jefe de la diplomacia tunecina, Kemaies Jindahui, insistió en que su país espera «que está crisis pueda ser contenida y superada».

«El mundo árabe tiene ya muchos problemas y esperemos que los hermanos del Golfo lleguen a un consenso para poder superar sus diferencias. Túnez no desea ni la división ni la crisis», subrayó Jindahui.

 

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