Patricia Abreu Albiac, pasión por el baile con un donaire flamenco

Patricia Abreu Albiac,  pasión por el baile con un donaire flamenco

Sus manos parecerían jugar con el viento. Dibujan el tiempo y, en cada giro que surca el aire, coquetean con la música que impregna todo su cuerpo y ella, como poseída por el flamenco, baila en honor de sus ancestros.
Patricia Abreu Albiac es toda pasión y entrega. Baila como quien olvida y, al ritmo de cada compás, es feliz. Taconear es su mundo.
Su mundo también es saber estar y marcharse. Ella, tan libre como el viento que transgrede en cada ir y venir de sus manos, una vez está en España, otra en República Dominicana y luego se vuelve a ir: es, en resumen, la protagonista de una gran historia de ida y vuelta.
El inicio de todo. Nacida en la República Dominicana porque su padre Manuel Abreu Reyes es de aquí, Abreu Albiac se aficionó por el flamenco buscando las raíces españolas que le legó su madre, Pilar Albiac, una aragonesa que llegó al país en la década de los 70.
Al principio lo suyo era la danza moderna, explica, pero al final terminó en la Casa de España. Y es que, tras la insistencia de su madre en que fuera a ver cómo bailaban, quedó cautivada con el baile. “Me sentí muy cómoda con el grupo que había. Y en seguida me pusieron a bailar”, recuerda.
Ese empujoncito que le dio su madre fue esencial en su vida: marcó, aunque ella aún no lo sabía, las pautas de su futuro. Para comenzar, como iba todos los veranos a visitar a sus abuelos en Zaragoza desde que tenía 12 años, la motivó a tomar clases durante los tres meses que estaba allá. Además a leer todo sobre el baile.
Gracias a ello, bailaba en la Casa de España y en varias escuelas de flamenco. Sin embargo, a los 22 años decidió irse a España: convencida de que lo suyo era bailar, quería estudiar formalmente. “Me interesé primero en todo tipo de danza, pero la que más me cautivó fue el flamenco español”.

Fue así como ingresó a la escuela Amor de Dios, en Madrid, donde recibió clases con profesores de todas partes de España.
“No había en toda una región de España una dominicana que estudiara en esa escuela, no había ninguna dominicana que estudiara flamenco hasta que llegué yo”.
Diez años después de estar en España regresó al país. Y surgió lo que sería su todo: su propia compañía de baile, Donaire.
¿Por qué Donaire? La pregunta, que le hacen mucho, la responde de la siguiente manera: “la palabra Donaire significa gracia y elegancia y justamente eso era lo que yo quería hacer con el flamenco”, resume.
Dificultad. Patricia soñaba con tener una gran compañía de baile. Aquí, sin embargo, chocó con la realidad: no había músicos preparados para tocar flamenco, que se baila con música en vivo, de forma que tuvo que comenzar desde cero: enseñando.
Primero comenzó con un violín y la percusión para más adelante integrar una flauta. “Era muy complicado y tomaba mucho tiempo”, señala.
Aunque en ese momento preparó todo para tener una compañía de cinco bailarines, posteriormente se dio cuenta de que eso era muy ambicioso porque en el país no existe una cultura flamenca. Por ello, finalmente se enfocó más en su desarrollo como bailaora.

Las clases. Vivir de bailar en un país como este es una utopía. Por ello, Abreu Albiac compartía sus jornadas en Donaire con las clases de flamenco.
“Lo enseño pero en principio no era mi ilusión enseñar flamenco, a mí me gustaba mucho bailar. Empecé porque es una forma de trabajo digna”.
De sus inicios recuerda que al principio le daba cierta aprensión porque comenzó con grupos de niñas de cinco años. “Al principio tuve miedo porque las niñas eran pequeñas; yo no tengo hijos, tuve que empezar a lidiar con ellos sin tener una hija; ahora mi grupo favorito es el de los cinco años”, sostiene.
¿Por qué terminó prefiriendo a los más pequeños? Porque se toman el tiempo de aprender y, al ver el desarrollo y la motivación que siempre demuestran, ella hace todo lo posible porque sean su espejo: “quiero ver en ellos lo que soy yo; toda esa necesidad de enseñar el flamenco, que es lo que sé hacer, es parte de mis sentimientos”, dice para explicar que poco a poco el trabajo terminó encantándole.
El escenario. Bajo las luces ella se transforma. Es otra. Su fuerza y energía se adueñan del escenario y, en cada taconeo, transmite un mar de sentimientos.
“Pongo en el escenario a una persona que normalmente en el día a día, a lo mejor, no está”, reconoce puesto que asegura que con el público enfrente todo cambia: es pura emoción.

De aquí y de allá. Aunque nunca ha bailado los ritmos folclóricos dominicanos, Abreu Albiac sostiene que son muy ricos técnicamente hablando y que, en estos momentos, se están desarrollando un poco más.
Pese a ello, nunca le tentó demasiado. Lo que sí le tienta, sobre todo cuando está en España, es la comida dominicana. “Cuando uno hace muchos cambios de países, de ciudades, tú empiezas a valorar tus cosas; amo a España y a República Dominicana y cuando no tienes una cosa tú la valoras más; aprendes a comer y amar los platos típicos”.
Entre las cosas que valora más ahora están las habichuelas o el moro, entre otros platos criollos que fue aprendiendo a cocinar bien cuando vivía en España y venía de vacaciones al país. De esa forma, cuando la nostalgia le atacaba, podía sentirse más cerca a través de los platos que se preparaba.
Eso no quiere decir, por supuesto, que no sepa cocinar comida española y que no la disfrute: ella, con el alma divida en dos, disfruta lo de aquí y lo de allá.
De España disfruta la vida nocturna, qué es más rica, y la libertad de poder andar por donde quiere.
“Aquí hay algo que uno se siente mucho más preso porque en España puedo caminar libremente; hasta a altas horas de la noche caminas y no pasa nada, coges el metro… el transporte público es algo que ayuda muchísimo; y la gente es tan diversa, de todas partes”.
RD. Cuando se realizó esta entrevista Albiac Abreu estaba al punto de irse a vivir a las islas Canarias, en la Península Ibérica.
Por ello, debe estar extrañando las cosas que ella dice que echa de menos cuando no está. Entre ellas, la sonrisa sincera de los dominicanos, así como el cálido mar, el baile clásico, las playas y la comida.
¿Por qué se fue? Con siete años aquí era suficiente porque, simplemente, le gusta cambiar. Y es que, como dice que se la pasa deseando aquello que tenía antes, vive en un “de aquí para allá”. Por eso, quizás, un día la vean regresar.

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