Pensar el espacio (ESPACIOS SAGRADOS, ESPACIOS PROFANOS)

Pensar el espacio (ESPACIOS SAGRADOS, ESPACIOS PROFANOS)

Lo sagrado y lo profano son ámbitos significativos en la vida de cada persona. Ambos ocupan espacios bien definidos. Vivimos en medio de lo profano, lo mundano, lo cotidiano. Hay un universo de objetos, lugares y situaciones que definen este vivir en lo profano. En medio de ello irrumpe lo sagrado. Se nos manifiesta, se nos muestra como algo completamente diferente a lo profano. De ahí la oposición entre ambos ámbitos.

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Lo sagrado y lo profano constituyen esferas de nuestra existencia terrenal. Son dos modalidades de estar en el mundo, dos situaciones existenciales del ser humano a lo largo de su historia. Son modos de ser. Los modos de ser sagrado y profano sitúan al hombre en el Cosmos.
Vivir en lo profano es asumir la vida sin más, en su pura inmanencia, sin búsqueda de ningún sentido trascendente; aceptar los hechos, los sucesos ordinarios, el absurdo cotidiano. Vivir en lo sagrado es aceptar en la propia vida la presencia constante de lo divino, abrirse a lo trascendente, vivir una existencia abierta. Así lo muestra la experiencia universal del amor. De un lado, el amor profano, el amor carnal, con su lujuria, su deseo, su pasión y su violencia; del otro, el amor sagrado, con la espiritualidad y sublimidad del amor divino.
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Mircea Eliade, el gran historiador de las religiones, propone el término de hierofanía para denominar el acto de manifestación de lo sagrado. Hierofanía quiere decir “algo sagrado se nos muestra”, así como teofanía –manifestación de la divinidad de Dios- significa “algo divino se nos manifiesta”. Paradójica hierofanía, pues al manifestar lo sagrado, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser lo mismo.
La oposición sagrado/profano (o dualidad sacro/profano) se suele traducir como una oposición entre lo real y lo irreal, como si lo real fuera lo profano y lo irreal lo sagrado. Pero ahora, dándole vuelta a ello, en clara negación de nuestra mente realista, lo real vendría a ser lo sagrado y lo irreal lo profano. Lo profano es lo mundano, lo secular, pero también lo irreal, toda esa extensión informe que rodea a lo sagrado, mientras que lo sagrado es lo real por excelencia, lo único real. También es fuente de vida, fecundidad y creatividad.
La oposición sagrado/profano se revela en la noción de espacio. Hay un espacio sagrado, privilegiado, y un espacio profano, que ocupa todo el resto del mundo. Mientras el espacio profano aparenta ser la verdadera realidad, el espacio sagrado es el único que es real, el único que realmente existe.
De la interacción entre ambos espacios se desprende también una determinada estética. Sin embargo, la estética de los espacios sagrados y los espacios profanos no se refiere a la noción de espacio normalmente entendida. No se entiende el espacio en el sentido de lugar físico, medible, mensurable, tangible incluso; tampoco en el de espacio geométrico. El espacio de la hierofanía es más bien un espacio sagrado y existencial. Lo sacro implica un espacio con una estructura propia y totalmente distinta, susceptible de rupturas pero también de aperturas con lo trascendente.
Los espacios profanos son todos los espacios de nuestra existencia secular y ordinaria, espacios diversos y múltiples, desprovistos de religiosidad o sentimiento religioso. La estética de los espacios profanos es una estética de la homogeneidad espacial; la de los espacios sagrados, de la heterogeneidad espacial. Para la experiencia irreligiosa o profana, el espacio es homogéneo y neutro. Para la experiencia religiosa o sagrada, en cambio, el espacio no es homogéneo. Toda creación es superabundancia de realidad, irrupción de lo sagrado en el mundo. El espacio sagrado no es otra cosa que un mundo santificado. El hombre religioso desea vivir en lo sagrado, en un mundo verdadero y cierto, no ilusorio, dotado de sentido. Para ello construye un espacio sacro por medio de templos, rituales y ceremonias. Ese espacio reproduce la obra de los dioses, la creación del universo por los dioses.
El simbolismo cósmico se percibe en la estructura del santuario, de la casa cultural, de la habitación misma. En las culturas tradicionales, la habitación comporta un aspecto sagrado, pues refleja el mundo exterior. La habitación no es solo un objeto, un lugar íntimo de residencia, un espacio físico individual o familiar, una máquina de residir. La habitación refleja el mundo. Es un microcosmos: un universo en pequeño, que el hombre construye imitando la creación ejemplar de los dioses, la cosmogonía.
El mundo existe, está ahí. Tiene una estructura, una forma, un contenido. No es un Caos sino un Cosmos. Es una creación ordenada, obra de los dioses. Ontofanía, teofanía, hierofanía: el ser se muestra, lo divino se muestra, lo sagrado se muestra.
Para la experiencia religiosa o sagrada, la naturaleza nunca es exclusivamente natural: está cargada siempre de un valor religioso. Pues el cosmos (que incluye la physis, la realidad natural) es una creación divina. Salido de las manos de Dios, el mundo queda impregnado de su sacralidad. La naturaleza lleva la huella de lo divino, de lo sagrado.

Algo similar se podría decir del arte, creación humana por excelencia. El arte nunca es exclusivamente artístico o estético: también está cargado de valor religioso. Pues el artista no es más que un imitador: al crear la obra imita el gesto supremo del Creador, la belleza salida de las manos de Dios. La obra de arte renacentista, por ejemplo, era un universo en pequeño que el hombre creaba imitando la creación divina.

El llamado arte religioso –tradicional o moderno- manifiesta mejor que nada esta relación entre espacios sagrados y espacios profanos. Al mismo tiempo, problematiza la oposición sagrado-profano. La historia del arte da cuenta de toda una inmensa producción de imágenes religiosas (iconografía) basadas en la Sagrada Escritura, los martirologios, las hagiografías y los testimonios sagrados. La imagen religiosa se utiliza como signo y símbolo de una fe, de una cultura, de una visión del mundo, a la vez que desempeña una función artística, estética y pedagógica.

Y lo mismo valdría al hablar del tiempo. El tiempo sagrado no es el tiempo físico, la medida del movimiento definida por Aristóteles, que es duración sucesiva, sucesión lineal. No se trata de duración temporal, sino de un tiempo existencial, interior, de un tiempo ontológico por excelencia. El tiempo del ente y del ser. El tiempo que es indefinidamente repetible, recuperable, reversible. Tiempo mítico primordial hecho presente. El tiempo del origen.

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