PENSAR LO CONTEMPORÁNEO COMO EJERCICIO ARTÍSTICO

PENSAR LO CONTEMPORÁNEO COMO EJERCICIO ARTÍSTICO

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Si la modernidad no es otra cosa que la actualidad en tiempo y espacio, ¿qué cosa es eso que llamamos la contemporaneidad? No se la puede definir sólo como la cualidad de ser contemporáneo en tiempo o época, pues no se trata tanto de un eje tempo-espacial cuanto de una dimensión espiritual y existencial. ¿Qué es lo contemporáneo y cuándo se es contemporáneo?
La contemporaneidad es una condición y una situación del sujeto. Se refiere a la época que vive el existente, el hablante. Es también una categoría histórica que implica una relación singular con la propia época. Pero el concepto mismo de época es problemático y equívoco, si no desde el punto de vista histórico o historiográfico, al menos desde el enfoque filosófico. ¿Cuándo empieza y cuándo termina una época? ¿Cuándo se acaba una época y empieza otra?
Una época no nace por decreto o ley, ni por calendario o cronología. Su nacimiento no es algo tan preciso como una fecha de cumpleaños. Una época es algo que se va gestando paulatinamente, que no se produce en un momento único y específico, sino en una sumatoria de momentos únicos y específicos.
La visión lineal de la historia nos enseña que los siglos son períodos de tiempo que abarcan cien años. Pero esta visión es demasiado rígida. El siglo XXI no nace en el año 2000 o 2001, nació un poco antes, en 1989. El siglo XX no es el período que va de 1901 a 2000. Nace en 1914, con el estallido de la Primera Guerra Mundial, y muere en 1989, con la caída del Muro de Berlín y de los regímenes totalitarios en la Europa Central y del Este. De igual modo, el siglo XIX no es el período que va de 1801 a 1900. Nació en 1789, con la Revolución Francesa, y murió en 1914, con la Primera Guerra Mundial. Son los grandes acontecimientos epocales, y no una fecha redonda, los que marcan el principio y el fin de los siglos y las épocas.

¿Qué es lo contemporáneo y cuánto tiempo dura? Lo contemporáneo es tanto cuanto lo que dura y dura tanto cuanto lo que es. Pensar lo contemporáneo es pensar también lo intempestivo. Se es contemporáneo cuando se dialoga con la época, la sociedad y la humanidad que a uno le ha tocado vivir; cuando se brega con sus temas, preocupaciones y obsesiones; cuando se inserta y se instala uno en la inevitable realidad de su época, en esa corriente que fluye y fluye incesantemente, y corre igual que el río y el tiempo.
En la historia del arte el término “contemporáneo” designa el arte de nuestra época, el arte de nuestros días. Sin embargo, todo arte es contemporáneo para el público que vive en el momento en que se produce. Lo contemporáneo nuestro será pasado y tradición para los que vendrán después de nosotros, que vivirán su época como contemporánea.
Lo que hace contemporáneo a nuestro arte no es el elemento temporal, ni el tema o el asunto tratado, ni la técnica empleada. No es abordar con las tecnologías de hoy los temas urgentes y cruciales de hoy, ni tampoco explorar o utilizar las posibilidades expresivas que nos ofrecen los medios globales de la era digital. Conocemos bien esos temas que preocupan (¡que obsesionan!) a nuestros ciudadanos: la corrupción y la impunidad, la inseguridad ciudadana, la marginalidad, la violencia de género, el cambio climático, el drama de las migraciones, la identidad cultural, lo dominicano, lo caribeño. Conocemos también esas tecnologías, muy innovadoras, que funcionan como medios, no como fines. Lo que le hace contemporáneo y le define como tal es de un orden menos visible. Es la virtud de establecer un diálogo, de tender puentes, de traducir en formas artísticas el llamado espíritu de la época. Hijo de su época, como cualquier otro, el arte dominicano de hoy no está desvinculado del arte en el resto del mundo, y tampoco es extemporáneo, al margen de la época. Y si bien es un arte hecho en una media isla, no es un arte puramente “insular” en sentido geográfico. Caribeños insulares, dialogamos con el mundo. Nuestros artistas dialogan de modo permanente con el mundo. El diálogo insular nos define, nos delimita y a la vez nos abre, nos hace continentales y aun universales. Nos hace contemporáneos de todos los hombres.
En el amplio mapa de nuestras artes visuales se observan campos de trabajo que abarcan desde lo puramente referencial hasta lo simbólico, pasando por lo híbrido y lo sintético, tanto al nivel de la técnica como del contenido-forma. Nuestros artistas visuales revisan críticamente las propuestas y los discursos tradicionales para producir nuevas propuestas y nuevos discursos. Se genera así una productividad que expresa una sensibilidad distinta, capaz de entablar diálogo con el momento presente. En este mapa, quiero destacar dos mediaciones artísticas muy en boga: la instalación y el grafiti.
La instalación replantea la vieja relación entre arte y espacio. Partiendo de esquemas abstractos de organización -simétrica o asimétrica- del espacio físico, el artista-instalador se posesiona estratégicamente de un determinado territorio para recrearlo y transformarlo. La instalación transfigura el espacio físico en espacio artístico. Mientras dura –y no dura, es arte efímero, igual que la performance, el happening y otras mediaciones-, el espacio ya no es el mismo que antes. En virtud de ella, se convierte en campo de percepción sensorial, de experimentación del mundo, de reflexión y goce estético. Con su acción artística, el instalador poetiza el espacio físico.

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