Pensar y sentir. Dos escrituras y una mujer

Pensar y sentir. Dos escrituras y una mujer

Soy el que sabe que no es menos vano

que el vano observador que en el espejo

de silencio y cristal sigue el reflejo

o el cuerpo (da lo mismo) del hermano.

Soy, tácitos amigos, el que sabe

que no hay otra venganza que el olvido

ni otro perdón. Un dios ha concedido

al odio humano esta curiosa llave.

Soy el que pese a tan ilustres modos

de errar, no ha descifrado el laberinto

singular y plural, arduo y distinto,

del tiempo, que es uno y es de todos.

Soy el que es nadie, el que no fue una espada

en la guerra. Soy eco, olvido, nada.

Soy,   Jorge Luis Borges.

El pasado sábado 28 de julio este Encuentro arribó a su sexto mes de reencuentro.  Luego de una dolorosa ausencia de más de dos años, pude recobrar mi espacio, mis casi 1000 palabras semanales para expresar lo que acongoja, enorgullece, preocupa o alegra a mi alma.  Han sido publicados 26 artículos, que han versado sobre diferentes tópicos, que van desde la reflexión sobre lo cotidiano, pasando por una reinterpretación de la patria, análisis de coyuntura y la expresión de sentimientos diversos hacia seres conocidos, amados y desconocidos.  Tengo la suerte de que muchas  almas se compenetran y vibran con la mía.  Soy dichosa de que mis palabras no caen en el vacío.  Agradezco esa recompensa, porque para mí, escribir es una forma maravillosa de vivir y de sentirme viva.

En algunas oportunidades he dicho que mi escritura se bifurca en dos dimensiones: la escritura de lo que siento y la escritura de lo que pienso.  Pensar y sentir son dos cosas distintas. En la primera prima el cerebro, en la segunda el corazón.  La escritura de lo que siento solo respeta las normas de la gramática, pero no se adhiere a ninguna métrica, fórmula ni orden lógico.  Solo escribo guiada por el dictamen de mi alma y sus sentimientos. A través del ejercicio de esta escritura me he descubierto y he redescubierto formas distintas de ver la vida. El que solo piensa, limita su vida a la racionalidad. Cuando solo prima la razón, la vida se vuelve infuncional, limitada y dolorosamente inhumana.  El que solo siente, se convierte en un alguien primario y donde únicamente los sentimientos guían su vida.  Creo que debemos sentir y pensar, equilibrando ambas cosas para convertirnos en verdaderos seres humanos.  El que solo piensa, no descubre la cotidianidad en su grandeza y su mediocridad.  El que solo siente no entiende el porqué  de las cosas y se ve envuelto por una realidad que lo arropa y los extenúa.

Adoro mis Encuentros, estos Encuentros. Después de 20 años escribiendo esta columna, que ha transitado por diferentes medios hasta que encontró su hogar definitivo en AREÍTO, me doy cuenta que su contenido y forma ha variado también.  Mis primeros artículos estaban plagados de retórica intelectual.  Quería demostrar, como ocurre a todo el que se inicia en el mundo académico,  que era una persona versada en los asuntos que trataba.  Escribía sobre temas históricos, políticos y sociales.  Cuando mi casa fue la revista Rumbo, empecé a cambiar, y la escritura del pensamiento se vio salpicada de algunos destellos del alma.  Cuando llegué aquí, a este medio, a AREÍTO, que me ha acogido desde hace más de una década, decidí desarrollar la escritura de lo que siento.

La racionalidad académica la he dejado para los libros y algunos artículos de historia que escribo con la misma pasión que mis Encuentros, pero tienen un público mucho más reducido.  Mis libros de historia, a excepción de Yo Soy Minerva,  están escritos con el cerebro, utilizando las técnicas aprendidas en mis años de estudio. Analizo datos, interpreto,  narro, hago críticas académicas y expongo mis conclusiones, después de una reflexión concienzuda.  Mi alma se guarda en un rinconcito esperando con paciencia, resurgir en las 1000 palabras de Encuentros. 

La escritura de lo que siento me ha permitido descubrir los colores de la vida.  Reencontrarme con lo cotidiano ha sido mi mayor descubrimiento.  Descubrir que la propia rutina forma parte de nuestras existencias, y por lo tanto debemos valorarla, entonces, ¿por qué no encontrarle sentido?, ¿por qué no amarla, aunque a veces, confieso que la odiemos?  Saberte parte ínfima de un universo,  te hace reconocerte un ser limitado, grande y pequeño, maravillosamente humano y trascendente, en una aparente simbiosis contradictoria.  Saberte parte de un todo, te obliga a mirar hacia todos los lados, para conocer así verdaderamente a los que te rodean, a los que amas, a los que no conoces, a los que te cruzan de forma accidental, a los que por diferencias diversas, te enfrentas;  y a tomar en cuenta muy especialmente, a los sin nombre, a los marginados de todo privilegio, pues ellos, aunque no quieras, aunque lo niegues, forman también parte de tu entorno.

Escribiendo en AREÍTO los Encuentros que privilegian la escritura de lo que siento, he descubierto que la gente está más ávida de aprender sobre su alma y los misterios de la vida. Cuando he osado, porque como ciudadana me siento responsable de expresarme, de escribir algún artículo de crítica política, he recibido muy pocas retroalimentaciones.  Sin embargo, mis artículos de reflexión sobre el SER, el NO SER,  el DEBER SER y el SENTIR siempre tienen muchas reacciones. No pensé, por ejemplo, que el artículo que dediqué a mi madre a principios de junio, escrito para satisfacer el vacío que nos ha dejado su ausencia, movería tantos corazones. Recibí una verdadera avalancha de reacciones.  Llegaron a través de correos electrónicos  y por facebook más de 100 mensajes, de gente conocida y desconocida, que se habían sentido tocados por mis palabras, que sintieron como suyo mi dolor por la ausencia de un ser tan amado como imprescindible.

Este hecho me ha obligado a reflexionar  mucho. Quizás la gente está cansada de la retórica hipócrita de muchos políticos y algunos periodistas.  Tal vez la gente busca respuestas a sus propias angustias, dramas y pasiones.  Tal vez está necesitada de descubrir nuevas formas de vivir.  Tal vez entienden conmigo que vivir no es dejar que transcurran las 24 horas del día sin apenas notarlo.  Que vivir es algo más que trabajar, que para vivir hay que tener sueños. Que para vivir profundamente, se necesita reconocer la existencia del otro: el que sufre, el que llora, el que siente…La escritura de lo que siento me ofrece libertad y ganas de estar viva, a pesar de los días de lluvias, las tormentas y las piedras que aparecen en el caminar cotidiano de la gran tarea de vivir.

Soy mi cuerpo. Y mi cuerpo está triste, está cansado. Me dispongo a dormir una semana, un mes; no me hablen.

Que cuando abra los ojos hayan crecido los niños y todas las cosas sonrían.

Quiero dejar de pisar con los pies desnudos el frío. Échenme encima todo lo que tenga calor, las sábanas, las mantas, algunos papeles y recuerdos, y cierren todas las puertas para que no se vaya mi soledad.

Quiero dormir un mes, un año, dormirme. Y si hablo dormido no me hagan caso, si digo algún nombre, si me quejo. Quiero que hagan de cuenta que estoy enterrado, y que ustedes no pueden hacer nada hasta el día de la resurrección.

Ahora quiero dormir un año, nada más dormir.

Soy mi cuerpo, Jaime Sabines.

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