POR MARIANNE DE TOLENTINO
Observamos a Oscar Abreu desde que nos entregó un primer expediente, y hemos mantenido un diálogo permanente, a veces erizado de advertencias como suele suceder entre el crítico y el artista, pero que ha culminado siempre en una apuesta positiva sobre su porvenir.
Oscar Abreu tiene una fuerte personalidad, que no siempre le favorece en el medio artístico dominicano. Creador polivalente, él se lanza, con entusiasmo y simultáneamente, a la pintura, al dibujo y a la escultura. Domina los formatos gigantes aunque se adapta sin problema a las dimensiones medianas y pequeñas aun.
Vive corrientemente en Chicago, y no obstante no puede permanecer una larga temporada fuera de Santo Domingo. Así mismo, se preocupa por los jóvenes artistas de su país y quisiera respaldarlos, dispuesto a convertir su taller del Ensanche Ozama en centro de arte y cultura. El expone con pasión: cuando termina una serie de obras, no puede mantenerlas en el secreto de estudio. Aparentemente es dueño y señor de cualquier decisión, pero sin embargo puede escuchar Y esas características ¡a veces próximas al defecto! no son las únicas que lo distinguen.
Una personalidad inagotable
La obra de Oscar Abreu releva de la emoción y generalmente dista de las reglas, aunque recibió su primera formación en nuestra académica Escuela Nacional de Bellas Artes. Refleja además una búsqueda insaciable y al mismo tiempo singular: cuando concluye una investigación la anuncia con marcada satisfacción, sino con orgullo. No obstante el acto creativo impulsivo ya está en camino de nuevas formas, que el artista anunciará con igual optimismo, iniciando ya el proceso siguiente!
Ahora bien se trata de una obra muy coherente, que interioriza el mundo y evade la anécdota, referida a la vida y los sucesos cotidianos. Si enfocamos los resultados plásticos en términos tradicionales, Oscar Abreu es un abstracto convencido, auténtico y reincidente, con un repertorio de imágenes propias, gestadas por el instinto, la fogosidad y la energía. Él llegará a preferir en sus motivaciones ocultas un hermetismo ocasional a la inmediatez de interpretación, tanto de su parte como del espectador. La pintura de buena factura y más elaborada que de costumbre, admitida en la XXIII Bienal de Artes Visuales, pertenece a esa tendencia.
La impresión de exuberancia, de facilidad a veces, que comunican sus pinturas, no debe engañar y encubre un estado constante de cuestionamiento ontológico. La impronta de la espiritualidad le preocupa hondamente y se expresa hoy, hasta semánticamente, en «Acontecimiento del Espíritu», título de la muestra que presenta en Galerías Prinardi, dirigidas por Andrés Marrero en Puerto Rico. Cabe señalar el interés demostrado por esa sala, respecto al lanzamiento de jóvenes artistas al igual que por la presentación alternada de valores establecidos.
Un expresionismo auténtico
Los signos, grandes o pequeños, se debaten allí entre el expresionismo abstracto y la geometría sensible. Cabría calificar esta escritura como el ignoto alfabeto de Oscar Abreu, donde la mano y la brocha dictan los trazados y el ordenamiento. Cierto informalismo orgánico acecha: mientras los contornos duros y precisos lo disgustan, el gesto, la sensibilidad, el lirismo dirigen su factura, que no teme apresurarse. Una museografía sencilla, realizada por el propio artista, distribuye las obras con claridad y aprovecha el amplio espacio y los paneles que se le dieron.
Silencios, ritmos, crescendos, disonancias, contrapuntos, concluyen en composiciones pictóricas equilibradas, cuyos ecos, curiosamente, descansan más en metáforas sonoras que en asociaciones visuales. Volvemos a encontrar la interiorización íntima de lo universal. ¿Será que Oscar Abreu quiere hacer perceptibles en su arte conceptos intangibles? ¿O que ese temperamento flamante no deja de combatir la depresión? ¿O tal vez traducirá un sentimiento colectivo más que individual? Así percibimos obras como el «Desprendimiento del Ego», el «Apocalipsis del Desconsuelo», la «Aflicción profunda» o también la «Resolución de la Nostalgia».
No faltó el testimonio de la memoria. Los recuerdos, desprendidos, desorganizados, desvanecidos, resucitan en el lienzo y se transmutan en signos. Amplios y lentos, garabateados y nerviosos, atravesados por marcas e incisiones, se inscriben en la elaboración personal de la introspección de Oscar Abreu, en su especial «action-painting». Varios cuadros se refieren por el título a una evocación de lo vivido, aunque siempre leemos, desde un color brillante y austero simultáneamente, una «obra abierta», que solicita la interpretación participativa.
En esta muestra las pinturas dominan, pero dibujos lúdicos, que conforman a continuación de las pinturas, una segunda sección de montaje independiente, con simples «passe-partout», nos enseñan, sobre papel Arches, la volubilidad de Oscar Abreu, que entonces corre, mediante una línea ágil y fluida, a veces algunos trazos solamente, en los terrenos de la neo-figuración. Estos casi bocetos que no son estudios previos dicen cuán versátil es el artista, al que también agrada jugar con su estilo e incursionar en otras escrituras.
Si Oscar Abreu es un creador definido por sus propias energías, nada en él es definitivo. Captamos y apreciamos sus actuales propuestas pintura, dibujo, escultura, aunque sabemos surgirán revelaciones en las obras futuras. Parece que su próxima exposición, en Soho, será de grandes formatos pictóricos. La renovación, como dinámica y mecanismo creativo, forma parte de la personalidad del artista.