Peregrinos haitianos de santuario vudú esperan mejor vida

Peregrinos haitianos de santuario vudú esperan mejor vida

Cada fin de semana de mediados de julio, los peregrinos se meten en las aguas de la cascada Salto de Agua y confían sus deseos de una vida mejor a Erzulie, la diosa vudú del amor.
«Vamos a la cascada mágica, donde está el espíritu de Erzulie, a bailar, a cantar y a conjurar el mal», explica Erol Josué, director de la oficina nacional de etnología y quien es también un houngan, un sacerdote vudú. «La gente habla realmente con Erzulie porque, para nosotros, rezar no es solo arrodillarse y cerrar los ojos: es hablar con el espíritu que se ha convertido en amigo, una mujer con quien podemos conversar, a quien le puedes contar qué está pasando en tu vida», comenta Josué.
Bajo las cascadas o en aguas más tranquilas, hombres, mujeres y niños se mezclan sin tabúes y sin el miedo a ser juzgados: desnudos, se frotan con una mezcla de hojas de árboles y se lavan para purificarse. «Nos quitamos nuestra ropa de peregrinos, con ellas se van nuestros malos sentimientos y vivimos un renacimiento: Salto de Agua es eso, un renacimiento», dice el sacerdote sonriendo. A pocos metros del agua fresca, Luckner Pierre-Juste canta con tres amigos mientras pone una vela entre decenas ya colocadas al pie de un árbol. «Vivimos muy mal, así que venimos a adorar a los santos, a ver qué nos pueden dar», dice un hombre de rostro enflaquecido. El pequeño grupo caminó por las montañas durante tres días para llegar a este lugar. En el pequeño pueblo, a dos horas en automóvil de Puerto Príncipe, se mezclan las familias pobres de áreas rurales y los jóvenes burgueses de la capital: este peregrinaje es un extraño ejemplo de amalgama social de la sociedad haitiana. Mientras que la homosexualidad, a la que se oponen abiertamente algunos parlamentarios, sigue siendo un tabú en Haití, este peregrinaje es un refugio para las personas de la comunidad LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transexuales).

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