LA HABANA. Transmisiones televisivas extranjeras, soportes digitales con música, seriales, películas y programas infantiles, frascos de perfumes, botellas de ron y paquetes de café falsificados, la piratería comercial es cotidiana en Cuba, a veces reprimida, a veces tolerada, según el caso.
«Aquí todo cuesta un cuc» (peso convertible igual a un dólar) dice Jorge, 28 años, escoltado por tres estantes llenos de discos donde priman películas y series infantiles extranjeras, música latina, entre ellos uno de Descemer Bueno con el video de «Bailando», el éxito musical que comparte con Enrique Iglesias y Gente de Zona, con cuatro nominaciones para los Grammy Latinos.
Jorge paga 60 pesos cubanos (2,50 dólares) el mes por una licencia de vendedor-comprador de discos, uno de los casi 200 oficios aprobados por las reformas de Raúl Castro para ampliar el trabajo privado, que ya ocupa a unas 480.000 personas, de los cinco millones de trabajadores cubanos.
«Yo pago mi licencia en tiempo y nadie interfiere mi trabajo», subraya Jorge sentado ante una computadora, donde también oferta «el paquete», compendio semanal de capítulos de novelas y seriales, programas deportivos, películas, actualización del antivirus, y «revolico» y «porlalivre», los dos mercados libres digitales, donde los cubanos compran y venden una amplia gama de productos y servicios.
Aunque sin acceso a esos dos mercados desde el internet local, los internautas cubanos se las arreglan para evadir la censura oficial y anunciar sus productos, que se compraran luego en un encuentro personal.
«Se compran pomos de perfume de marca vacíos», van pregonando hombres por los barrios residenciales de La Habana, ante la mirada indiferente de la policía.
Como la mayoría de los ciudadanos, los agentes saben que los frascos viajaran a una fábrica clandestina, y la falsificación será vendida en el mercado informal o en tiendas estatales, con la colaboración de algún empleado corrupto.
A veces se publican casos de detenciones y confiscación de fábricas clandestinas de perfumes y artículos de aseo, ron, cerveza, café y otros artículos, montadas por pequeñas pero intrincadas redes de fabricación y distribución, donde la absoluta discreción recuerda pactos mafiosos sicilianos.
Las falsificaciones, adulteraciones, piratería comercial, no son nuevas en Cuba, pero se vieron multiplicadas tras la fuerte crisis económica que comenzó en 1990 con la desaparición soviética.
– Reacción a la crisis y al embargo – «La nueva situación de los ’90 fue tan brusca, tan violenta, tan inesperada, generó un escenario de incertidumbre tan grande, que las personas empezaron entonces, con sus propios recursos, a encontrar maneras de satisfacer sus necesidades», dijo la socióloga Mayra Espina en una reciente entrevista.
«Se empezaron a legitimar conductas que antes hubieran sido inaceptables, socialmente negativas», añadió. La piratería alcanza a la televisión y las salas de cine, ambas estatales.
«Los canales digitales, que no tienen dramatizados y producciones nacionales, acuden desde hace años a programas de cadenas norteamericanas sin pagar licencias», explicó a la AFP Juan Pin Vilar, un renombrado director de programas de la TV.
La aplicación del embargo estadounidense desde 1962, que deja millonarias pérdidas anuales a la economía cubana, castiga a la vez a compañías de ese país, que carecen de derecho a hacer cualquier reclamación a la isla.
Lo mismo ocurre con los programas cibernéticos. «Pero eso tiene contraparte, hay cadenas en Miami que utilizan materiales de la televisión cubana y tampoco pagan derechos», señala Pin Vilar.
La tienda «Maraka», en la conocida calle 8 de Miami, vende igualmente discos de música y programas de la televisión cubana, como novelas y policíacos.
«Hay como una especie de voluntad tácita (en Estados Unidos) de no proceder judicialmente contra Cuba porque la cultura, y sobre todo la cultura popular o de masas, es un vehículo de trasmisión ideológica muy eficaz (…cuya consecuencia) es una asunción de los códigos de conducta, el vestuario, los hábitos sociales y los modelos de comportamiento grupal que provienen de esa cultura», dijo a la AFP el analista Jorge de Armas, de Cuban Americans for Engagement (CAFE), de Miami.
«Sin embargo, en Miami, el fenómeno no tiene un cariz ideológico, es simplemente una forma más de la industria de la nostalgia», añadió. Relató que «como competencia tienen una empresa operadora de televisión por satélite que oferta Cubavisión», la cadena internacional cubana.
Una funcionaria de esa cadena confirmó a la AFP que sus servicios se ampliaron a casi todo el mundo de forma libre, «para llevar nuestra propia imagen al mundo». Algunos afirman con humor que si el pirata francés Jacques de Sores, quien asoló La Habana en 1555, regresara, le venderían habanos con todas las «habilitaciones» (sellos, anillas) oficiales, pero torcido (manufacturado) en cualquier cuartucho de La Habana, con hojas de dudosa calidad.