Del olvido a la apología

Del olvido a la apología

Y Dios me hizo mujer
Y Dios me hizo mujer,
de pelo largo,
ojos,
nariz y boca de mujer.
Con curvas
y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre
y me inyectó con ella
para que irrigara
codo mi cuerpo;
nacieron así las ideas,
los sueños,
el instinto.
Todo lo que creó suavemente
a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa
todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
Gioconda Belli (Managua, Nicaragua, 1948)

Ya lo he dicho, soy mujer y me siento orgullosa de ser peligrosa, más que peligrosa, porque pienso con cabeza propia, porque leo, porque escribo desde la profundidad de mi alma. Defiendo, también, lo he dicho, lo he afirmado muchas veces ya, el derecho a la igualdad de oportunidades, sin importar el sexo o la raza. Estoy en desacuerdo con cualquier tipo de discriminación.
Después de gritar durante décadas por una mayor visibilidad en los diferentes espacios: políticos, laborales, sociales y culturales, hemos levantado la voz para hacernos visibles en la historia. Y en ese esfuerzo, muchas mujeres han salido del ostracismo, y al fin se les ha reconocido sus grandes aportes a las demandas de la sociedad de su época. Mujeres que asumieron los retos de su tiempo, y vencieron los obstáculos de exclusión.
Si…. Pero….hoy, años después que yo misma me involucré en el discurso acrítico de hacer nacer a la mujer en el relato de la historia y de la vida, creo que es necesario tomar distancia, pensar con la cabeza más fría y colocar la participación femenina en su justa dimensión.
En la conferencia que ofreció el amigo historiador Edwin Espinal en la Academia Dominicana de la historia con motivo del 27 de febrero, hizo un señalamiento que me dejó pensativa. Existe la convicción, y se han escrito y dicho tanto, que se ha convertido en una verdadera leyenda, que la “Coronela”, mejor conocida como Juana Saltitopa:
Arriesgó varias veces su vida yendo al río por agua para las necesidades de las tropas dominicanas y para refrescar los cañones. A su vez atendía a los heridos y alentaba a los combatientes que se acobardaban, estimulándoles a la lucha.[1]
Edwin Espinal demuestra que era imposible esta acción, sencillamente porque la topografía del lugar no lo permitía. No era factible en aquella época ir caminando desde donde se libraba la batalla hasta el río, regresar a pie con baldes agua, mientras se estaba en pleno enfrentamiento armado. Ni la distancia, ni la orografía ni el enemigo hubieran permitido esta hazaña. Sin embargo, esta participación de La Coronela se ha convertido en una verdadera leyenda urbana, que se repite, que repetimos, una y otra vez de manera acrítica y poco analítica.
Poco tiempo después, también en la Academia Dominicana de la Historia, la historiadora y amiga Reina Rosario, hizo una presentación de una investigación que realiza sobre la participación de las mujeres en la Guerra de Abril. Una de sus principales fuentes fueron las entrevistas que realizó a muchas de las participantes. Si bien su exposición fue muy interesante y documentada, sentí que en el fondo se hacía una apología a estas mujeres. Así se lo expresé.
A partir de estas dos experiencias, escribo estas reflexiones. Como mujer historiadora y escritora que ha escrito miles de páginas acerca de la historia dominicana, el tema de la mujer en la historia ha estado ausente, salvo el monólogo Yo soy Minerva, en el que rescato la figura de Minerva Mirabal. Una escritura donde la crítica no está muy presente. Creo que no hice una apología sobre la heroína, porque intento presentarla como una mujer de carne y hueso, con sus dramas, dudas, errores y dilemas existenciales.
Hemos pasado del ostracismo y la ausencia al discurso apologético. No hemos sido capaces de ser críticas con las mujeres. Pienso que hacer nacer a la mujer en el discurso de la historia, no debe caer en el extremo de presentarla fuera de su contexto y acríticamente.
No olvidemos que hemos tenido mujeres en la historia que se han destacado pero no por las razones correctas. Solo tenemos que hablar de María Martínez, la poderosa esposa del dictador Trujillo; o de Angelita Trujillo, una mimada que creía que el país era posesión de su padre y toda la familia.
He defendido ayer, hoy y siempre, que la condición de mujer no es suficiente, porque existen las NO-mujeres que nos niegan con sus acciones y sus palabras.
Bendigo mi sexo, bendigo el hecho de haber nacido mujer, aunque nadie me preguntara, aunque no lo eligiera. Nací mujer y me siento feliz de serlo.
Pero no estoy de acuerdo, no puedo estarlo, en los ejercicios que se hacen para colocarnos como heroínas solitarias, mujeres maravillas, súper heroínas venidas de otras latitudes. Creo que es tiempo, después de haber sembrado conciencia de que a través del tiempo han existido mujeres deliciosamente peligrosas que han hecho sus aportes, desde sus propios espacios, sus singularidades y sus humanidades terrenales.
Reivindico muchas cosas. Reivindico el derecho a la crítica. Reivindico el derecho a equivocarse. Reivindico el derecho a reconocer que nos equivocamos. Reivindico el discurso feminista crítico, que sea capaz de reconocer el papel de los hombres-masculinos, tanto como el de las mujeres. Creo que nos hemos ido al otro extremo, y, como bien dice la filosofía taoísta, necesitamos ir al justo medio.
Espero que mis amigas historiadoras, feministas apasionadas, entiendan el punto de mi crítica. El camino que hemos recorrido merece ser evaluado. Yo quiero igualdad. Caminar al lado de los hombres, hombro con hombro, al mismo paso. Yo no quiero ir delante de él, y por supuesto, mucho menos detrás de él. Quiero las mismas oportunidades. Quiero también la misma visibilidad que los hombres. Quiero combatir la exclusión, pero no para imponer una nueva.
«Yo quise ser como los hombres quisieron que yo fuese: un intento de vida; un juego al escondite con mi ser.
Pero yo estaba hecha de presentes, y mis pies planos sobre la tierra promisora, no resistían caminar hacia atrás, y seguían adelante, burlando las cenizas para alcanzar el beso de los senderos nuevos.
Julia de Burgos

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