Plegaria desesperada

Plegaria desesperada

Sálvame Dios mío, porque estoy a punto de ahogarme, me estoy hundiendo en un pantano profundo y no tengo donde apoyar los pies. He llegado a lo más hondo del agua y me arrastra la corriente. Ya estoy ronco de tanto gritar; y la garganta me duele; mis ojos están cansados de tanto esperar a mi Dios. Salmo 69: 1-3

Mi Encuentro de hoy es una triste plegaria. Quisiera poder escribirles una canción, una poesía o una oda a la alegría, pero no puedo. Mi corazón está herido con este mundo tan convulsionado, sombrío, agresivo y violento, en el que la tozudez es su signo y la negación de la existencia del otro su modus operandi.
Soy católica y cristiana. Creo en el poder de la oración, por eso elevo esta plegaria, mi plegaria, nacida desde las profundidades de mi alma. Mis oraciones personales, se quedan en ese plano. He elevado a Dios mis propias súplicas. Esta es una oración por el mundo, nacida del dolor de una ciudadana cansada y herida.

Este mundo que me ha tocado vivir se ha convertido en un verdadero infierno. Ya se me agotaron las palabras. Ya estoy cansada de repetir, una y otra vez, mi profundo deseo de legar a mis nietos un mundo mejor. Estoy hastiada de saber que nuestros sueños juveniles de un mundo justo, se han quedado en esperanzas desgarradas, en deseos inconclusos y lejanas utopías.

No, no, no, ya lo he dicho muchas veces, no estoy contenta con esta generación mía que ha dejado como herencia a la juventud, jóvenes adultos hoy, la incontrolable ficción del tener y de la apariencia, de la negación del ser; pero sobre todo, del egoísmo sin control ni medida. Del YO como única verdad; de la existencia del TÚ sólo cuando conviene, y del NOSOTROS una unidad inexistente.

Señor
en la mañana de un día cualquiera
elevo mis súplicas
buscando consuelo,
para ayudar a mi corazón
herido.

Señor
mis plegarias
y mis súplicas
no son para mí
ni mi familia.
Tú conoces
mis pesares
y todo aquello
que me acongoja.

Señor,
mis plegarias,
lamentos y súplicas
es para este mundo
que se empeña
en negarte.
Por esta sociedad
que pisotea
tu mandato de amor,
de tolerancia a las diferencias,
y solidaridad con los que sufren.

Señor mío,
Padre amado,
la humildad que mostraste
a través de tu hijo, Jesús,
ha sido no solo olvidada,
sino negada
con las muestras
de poder absoluto
de algunos.
Sí, de esos
que por tener
más que los demás,
o de aquellos
que por disfrutar
de algún poder,
se creen dioses,
capaces de dirigir al mundo.

Ruego, imploro, Lloro,
Señor mío,
por este mundo
convertido
en un verdadero
valle de lágrimas.

Ruego, imploro, Lloro
por las víctimas desesperadas,
los millones de seres
que huyen como
fieras despavoridas
buscando mejor vida.

Ruego, imploro, Lloro
por los seres sin patria ni hogar
que corren a cualquier parte,
a ninguna parte,
por los horrores de la guerra

Ruego, imploro, Lloro
por los odios,
por los discursos
irracionalmente nacionalistas,
por las soluciones
políticas y oportunistas
a problemas globales.

Ruego, imploro, Lloro
por las arcaicas guerrillas
que se han convertido
en sus propios enemigos.

Ruego, imploro, Lloro
por los que usan
el terror y la muerte
para imponer sus ideas,
dejando a su paso
una estela de dolor.

Me pregunto,
Dios mío,
¿Qué puede seguir después de tanto dolor?
¿Qué viene luego de haberse quebrado el alma?
¿Cuándo se terminará la aflicción para este mundo,
este doloroso valle de lágrimas?

Me pregunto,
Dios mío,
si seré capaz de perdonar,
como lo hizo Jesús,
que perdonó
a los que lo crucificaron
¿Podré perdonar
a los inquisidores modernos?
¿Podré perdonar
a los que usaron su ingenio
para crear las armas
de destrucción masiva?
¿Podré perdonar
a los pequeños Hitler
que han surgido recientemente?

Sólo te pido,
Señor mío,
que tengas compasión
de nosotros, los que sufrimos,
de los que clamamos por Ti
en medio de las adversidades
y las oscuridades

Ven Dios bueno,
ven a perdonar
a esos que son
también tus hijos,
porque yo,
yo,
yo,
ya no puedo.

Ven Dios Santo,
antes que se agote
¡ para siempre!
la esperanza maltratada.
Antes de que
se quiebre el muro
que detiene el abandono.

Ven, Señor mío, mi Rey
no calles ni esperes más.
Te necesitamos.

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