Pobreza obligó a familias a emigrar a zonas de peligro

Pobreza obligó a familias a emigrar a zonas de peligro

La pobreza extrema en la que vivían en sus pueblos fue la causa que obligó a residentes en las márgenes del río Ozama, a dejar su gente e instalarse en zonas de peligro constante, donde las aguas contaminadas son su vista permanente y fuente de preocupación en tiempos de lluvia.
Para días como los actuales, en los que hay lluvia pronosticada, la incertidumbre se apodera de ellos llevándose la paz.
Empiezan a buscar donde colgar los escasos ajuares que tienen para que las aguas del Ozama no los dañe a su paso, aunque no siempre funciona, pero al parecer no tienen otra alternativa más que dejar que pase y vuelvan a su lugar.
Pero pese a estas vicisitudes, estos valoran otras facilidades que les ha dado el vivir en esas zonas tan inhóspitas, como el tener acceso a empleos, no importa si es de servicio doméstico en casa de familia o trabajando construcción.
Andrea Félix tiene un pequeño ventorrillo en el sector los Guandules, a poco menos de cinco metros del cauce del río. Emigró de la sureña comunidad de Enriquillo, Barahona, allí quemaba carbón para subsistir hasta que decidió, hace 30 años, migrar al popular sector de Santo Domingo, aunque viviría en constante peligro por la cercanía al río, no lo pensó dos veces. Había que buscar con que comer.
“Allá no hay forma de uno sobrevivir. Por un lado estamos mejor, porque ya nos hemos adaptado y tenemos la búsqueda de la comida de los hijos y uno tiene que ir donde está el pan más fácil”, contó la mujer, madre de cuatro.
Que no llueva. Cuando se acercan los meses lluviosos el nerviosismo domina a Rudy Romero, ante la posibilidad de crecida del río, que los obliga a irse a refugios y con frecuencia perder pertenencias, si no por el daño del agua, por los vándalos que saquean las casas.
Ella tiene tres hijos y hace diez años decidió abandonar San Juan para instalarse en casa que no supera los 30 metros en la ribera del Ozama. Confiesa que fue la pobreza en la que vivían en un campo de esa provincia del sur, lo que los trajo.
Cuando el cielo se torna gris empieza su suplica de que no llueva. También ruega que autoridades sometan estas comunidades a un plan de desalojo con la Barquita.
“Desde que llegan los tiempos de agua no tenemos tranquilidad, cogemos una pela bien fuerte” dice la señora Altagracia de los Santos, quien confiesa que en ocasiones prefieren tener el agua en las rodillas, encaramar los trates y quedarse para que no se los roben.
Ella también declara tener 30 años que salió de la empobrecido municipio de las Matas de Farfán, en San Juan, en busca de trabajo, pero no tenía cómo pagar otro lugar.

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