¿Podemos entender a Podemos?

¿Podemos entender a Podemos?

El próximo domingo, cuando los españoles acudan a las urnas, sabremos hasta qué punto ha sido exitoso Podemos y si finalmente podrá, tras la alianza con Izquierda Unida, y como lo dicen las encuestas, aun en las que se muestra un ligero repunte del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), sobrepasar o equipararse en votos y número de diputados al PSOE. En todo caso, no importa cuál sea el resultado electoral, Podemos ha logrado incorporarse al ajedrez político-electoral español como una pieza clave y ello ha sido consecuencia directa de una deliberada estrategia de indefinición ideológica, de una descarada política camaleónica y de una habilidad de mimetismo programático que le han permitido confundir al electorado, neutralizar a sus adversarios y captar adherencias y simpatías como un partido “atrápalo todo”, para usar la vieja pero siempre útil terminología de Otto Kirchheimer.
¿Cómo explicar este fenómeno? El primer paso para poder entender a Podemos es dejar atrás los viejos estereotipos y etiquetas que nos llevan a afirmar que estamos en presencia de un partido comunista, como afirman algunos que le adversan desde la derecha.
Independientemente de las simpatías e ideología de sus más importantes líderes, lo cierto es que Podemos es un verdadero partido populista, entendiendo por populismo lo que Ernesto Laclau -el filósofo argentino que, junto con su esposa Chantal Mouffe, es el verdadero padre ideológico de los podemitas- afirma: “El populismo no es en sí ni malo ni bueno: es el efecto de construir el escenario político sobre la base de una división de la sociedad en dos campos. Puede avanzar en una dirección fascista o puede avanzar en una dirección de izquierda”. Es decir, no hay ideología populista. Un movimiento es populista no por el contenido de su ideología sino por la forma en que articula esos contenidos. Hay populismo cuando, partiendo del discurso, se construye un sujeto popular y se crea una barrera social entre dos polos antagónicos: nosotros (el pueblo) y ellos (la élite).
¡Pero ojo! No hay, como pretende Mouffe, un populismo malo, reaccionario, racista, homofóbico y anti inmigrantes y uno bueno, progresista, igualitario y solidario. No. La realidad es que, como bien señala Aurora Nacarino-Brabo, “en tanto que el populismo se construye cavando un abismo moral entre el pueblo y el antipueblo, ha de ser siempre excluyente. Los excluidos pueden ser los inmigrantes, las élites económicas, los judíos o los que no son de mi clase social, pero el populismo necesita excluir a una parte de la sociedad para hacerse fuerte”.
Y es que, sea de izquierda o de derecha, el populismo, siempre según Laclau, consiste en dividir la sociedad en dos campos opuestos e irreconciliables, por lo que toda estrategia que se pretenda populista debe partir necesariamente de la lógica amigo/enemigo de Carl Schmitt, recuperada por Mouffe, y oponer al “pueblo” bueno y trabajador esa despreciable e insaciable “casta”, definida por Pablo Iglesias como “los mayordomos de los poderes económicos y los bancos, la gente que no representa a los ciudadanos, la que gobierna en contra de los intereses de la mayoría en situación de privilegio”.
Hoy ni a Iglesias ni a ninguno de los líderes de Podemos se les ocurre mencionar más esa dichosa casta. Y no es, como osaría decir cualquier malpensado, porque desde las elecciones del 24 de mayo de 2015, Podemos forma parte de las autoridades municipales y autonómicas ni porque Iglesias podría ser el próximo presidente español. No. La razón es otra y está ligada directamente a un concepto desarrollado por Laclau: el “significante vacío”. ¿Qué es un significante vacío? El propio Laclau responde: “Un significante vacío es, en sentido estricto del término, un significante sin significado”. En otras palabras, se trata de un soporte que no tiene contenido, un simple esqueleto semántico, al que podría adjudicarse cualquier concepto. Es el caso, por solo citar algunos ejemplos, de los significantes “pueblo”, “patria” y “familia”.
Pero lo que Podemos aprendió de Laclau no solo es que hay significantes que son vacíos, es decir, que pueden significar cualquier cosa, sino que también los significantes son “flotantes”. Esto así pues, por su carácter genérico, vacuo, ambiguo y abierto, otros grupos políticos pueden apropiarse de los mismos, hegemonizando de ese modo los mismos. Es precisamente lo que ha hecho Podemos al pretender usurpar el término socialdemocracia del PSOE y al tratar de colar como social democráticas políticas públicas que en realidad no lo son. Iglesias, por ejemplo, llegó al descaro de afirmar que “Marx y Engels eran socialdemócratas”, calificando el pastiche ideológico de Podemos como la “nueva socialdemocracia”, en contraposición a la supuestamente “vieja socialdemocracia del PSOE”. Importa poco a Iglesias que la socialdemocracia siempre fue criticada por los herederos de Marx y Engels, como es el caso de Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, por considerarla una degeneración reformista.

Es más, en su afán de camuflar su ideología, Iglesias ha renegado incluso de su pasado comunista. Y es el verdadero socialdemócrata Pedro Sánchez quien -aunque motivado en gran medida por el deseo de captar para PSOE votos de comunistas descontentos con la alianza Unidos Podemos- ha tenido que ponerlo en su puesto, afirmando: «Frivolizar sobre lo que representa el comunismo, como si fuera una moda de juventud, me parece un insulto a la memoria de esos comunistas que incluso se dejaron la vida por que hubiera democracia y libertad en nuestro país. No me gusta este manoseo de la historia y de las ideologías cuando muchas personas murieron por defender la ideología comunista. A los que lo califican como un mal de juventud les digo que tengan un poco más de respeto al Partido Comunista Español”. Ya veremos tras las elecciones si podemos seguir entendiendo a Podemos…

Publicaciones Relacionadas

Más leídas