Pompeya y el Vesuvio

Pompeya y el Vesuvio

JOTTIN CURY HIJO
En la ciudad de Nápoles, ubicada al sur de Roma, se encuentran las ruinas de Pompeya, antigua localidad que fue sepultada el 24 de agosto del año 79 de la era cristiana por una violenta erupción del Vesuvio. En aquella lejana fecha, al momento de producirse la catástrofe, se estima que cayó una fina lluvia que al mezclarse con la lava del volcán, produjo un río de lodo y cenizas que cubrió en su totalidad las ciudades de Herculano y Pompeya. El diez por ciento de sus habitantes, esto es, unas dos mil personas murieron por asfixia, incluyendo a Plinio el Viejo, la máxima autoridad científica de la antigua Europa.

No fue sino 1700 años después que un arqueólogo amateur se percató de la existencia de la punta de algunos obeliscos que sobresalían donde otrora se encontraba Pompeya, y dio la voz de alarma sobre sus hallazgos. Pero las excavaciones se empezaron a realizar sistemáticamente cuando Víctor Manuel II completó la unidad de Italia, en la segunda mitad del siglo 19. Para dirigir esos trabajos se encargó al arqueólogo Giuseppe Fiorelli, quien tuvo la ingeniosa idea de llenar de yeso los huecos formados dentro de los ya corrompidos cuerpos de las víctimas de aquel desastre. Y dado que los esqueletos estaban cubiertos por cenizas petrificadas, se puede observar actualmente la forma exacta de no pocos organismos momificados al momento de expirar.

Así, puede verse el molde de una niña que oculta el rostro con sus brazos, el de una madre y su hija abrazadas ante la desgracia, el cuerpo de un esclavo tendido de espaldas que se esfuerza por respirar, el de esclavos aún con sus cadenas, el de participantes de una fiesta y hasta el de algunos prisioneros que trataban de huir aprovechando el desconcierto general. En fin, la idea de Fiorelli le permite al espectador de hoy percatarse del cruel final de las víctimas del infortunio, toda vez que ha quedado plasmado para la posteridad el instante en que fueron sorprendidas por su trágico destino.

Pero la excelente conservación de sus hallazgos, al igual que un insecto dentro del ámbar, se debe al efecto de las cenizas. Gracias a ello actualmente se puede apreciar con claridad sus caminos adoquinados, los orificios incrustados en piedras para vender alimentos, el gimnasio donde se entrenaban los gladiadores, el anfiteatro romano, las inscripciones en las paredes donde se promueven candidaturas políticas, los mosaicos alegóricos de la época, estatuas, las tuberías empleadas, los restos de palacios y edificios públicos, así como numerosos objetos que revelan la forma de vida de aquel entonces.

No sin razón Goethe afirmó: «Ha habido muchos desastres en el mundo, pero pocos han causado tanto provecho a la posteridad.» El principal atractivo de esta metrópoli se debe a que originalmente fue un asentamiento griego, aunque algunos escritores como Herman Melville, autor de Moby Dick, se la atribuyeron a la presencia del Vesuvio. Este imponente volcán, cuya circunferencia en su parte superior es de aproximadamente kilómetro y medio, vomitó fuego por última vez en 1944, y desde entonces se mantiene apacible. Para alcanzar su cima se requiere caminar un largo trecho, el cual comienza en un punto en que para llegar se precisa bordear grandes precipicios a través de una angosta carretera.

Los vestigios de Pompeya nos enseñan que la naturaleza humana es idéntica siempre. Indro Montanelli, en su Historia de Roma, nos dice: «En Pompeya hay graffiti en los que se acusa a los candidatos de haber regalado a la población tan solo la mitad de lo que se habían robado con sus malversaciones cuando ocupaban cargos en el Gobierno». Exactamente lo mismo ocurre actualmente, casi dos mil años después, ya que la codicia y el egoísmo siguen siendo las causas que generan el empobrecimiento de las grandes mayorías. Cabe preguntarnos, ¿hasta cuando se continuarán tolerando estas perversidades, causa fundamental del empobrecimiento de los pueblos?

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