En la mayoría de los casos, no es que no alcance.  La realidad es que, en general, producimos ingreso suficiente para cubrir nuestros costos básicos y generar excedentes que podemos acumular en el tiempo.

Sin embargo, demasiado a menudo –y esto pasa sin importar qué tan alto sea el ingreso ordinario– el dinero parece ser insuficiente para cubrir los gastos y compromisos.

La razón para esto es que no regulamos adecuadamente el ritmo de salida de efectivo. 

Para empezar, desconocemos nuestro costo básico –esto es, el costo recurrente del movimiento cotidiano de la comunidad, sin contar compromisos financieros ni gastos o consumos extraordinarios–.  Este desconocimiento hace que tomemos decisiones que comprometen nuestros excedentes actuales y futuros sin plena conciencia de cómo quedan limitadas nuestra liquidez y nuestra capacidad para construir riqueza.

Son, precisamente, estas obligaciones adquiridas las que taponan el flujo de caja y provocan la sensación de insuficiencia del ingreso.  Repetimos: no es que nuestro ingreso no alcance; es que “ocupamos” el excedente con compromisos que no permiten ni la acumulación de liquidez ni de capital para inversiones productivas.

La comprensión clave es que el excedente entre el ingreso activo y el costo básico –antes de dirigirse al consumo amplificado, o a la adquisición de activos no productivos– debe protegerse para, en primer término, acumular reservas de liquidez que permitan hacer frente a las fluctuaciones del flujo de caja; y, en segundo término, construir capitales para la inversión. 

Dinero es tiempo

Dinero y tiempo están íntimamente ligados.  Es fácil calcular el excedente “a la vista”, por ejemplo, el de los próximos 12 meses, e identificar qué proporción está ocupada con compromisos adquiridos.  Este análisis demuestra qué tan bien –o qué tan mal– gestionamos el ritmo de nuestro flujo de caja.  Está comprobado que esta comprensión influye más en el bienestar que el nivel de ingreso.