Por qué es imperioso enseñar  los clásicos

Por qué es imperioso enseñar  los clásicos

Si entendemos que los clásicos forman parte de un código de la cultura que funciona como un subsistema simbólico de la lengua, entonces podemos postular que su enseñanza es pertinente en la tardomodernidad. Pero aquí nos quedan dos asuntos que resolver: primero, ¿por qué nos hacemos la pregunta sobre la posibilidad de enseñar los clásicos? Y no la tomo solo como la posibilidad pedagógica, sino como pertinencia, como necesidad y adecuación al tiempo que vivimos.

El asunto para mí se deriva de dos rupturas: la primera tiene que ver con el mundo académico, es una quiebra epistemológica que va de Hegel a Nietzsche y de Marx a Freud, es decir los maestros de la sospecha, como los definía Paul Ricœur. Lo que el Renacimiento y la Ilustración crearon como los clásicos, como la realización del espíritu absoluto, no fue convalidado por Schopenhauer y Nietzsche, quienes rebatieron el concepto de verdad que había en la filosofía moderna, un concepto de verdad a favor de una trascendencia que estos filósofos no aceptaron.

Hablemos también de la reacción de los posmodernos a la existencia de un canon. A la idea de una lectura canónica. De una lista de libros que sean imprescindibles y el estudio de esas obras como un refuerzo de las ideas políticas a favor de una falsa conciencia, que la sociología de la literatura basada en el primado ideológico del arte enaltece.La reacción posmoderna no deja de ser interesante en la medida en que cuestiona a quien impone la lista de lectura, y se pregunta desde qué pretensiones ideológicas y a qué grupo de poder corresponde la visión de mundo que se trata de imponer  a través del canon. El problema que ha tenido para la literatura esa lectura es el centrar lo literario en el contenido, haciendo una crítica literaria dualista, que pierde la poeticidad de la obra y que muestra una concepción del lenguaje que separa en la lengua el significante del significado. Es decir, que la crítica canónica y sociológica pierde la poeticidad de la obra y tiene la posibilidad de que ésta se convierta en un documento literario.

El sociologismo unido a cientificismo basado en la objetividad y el empirismo entran en una lucha frontal con la estética y por lo tanto pierden al lector, como sujeto y como subjetivador de los enunciados artísticos. Y ese es el gran problema de esta crítica, a mi manera de ver. Más allá, repito, su cuestionamiento sobre el poder de los planificadores de la lectura, sobre la inclusión y exclusión de grupos, culturas, modos de vida, identidad racial y sexual, es para mí legítimo y sobresaliente. Es, en fin, una lectura de la sospecha.

El segundo elemento medular de mis cavilaciones tiene que ver con el sentido de lo moderno en la tardomodernidad. La sociedad actual hace pleitesía a lo moderno a través del sentido que la actualiza: la moda. Los clásicos no están a la moda y no ascienden a las listas de bestsellers. La moda de la lectura es adquirir los libros más leídos, no es seguir un paradigma de universalidad; no es leer libros del saber como hicieron Unamuno, Azorín y Ortega, que encontraron lo universal en El Quijote o como lo hace Harold Bloom en las obras de Dante, Cervantes y Shakespeare.

Muchos de nuestros profesores entienden que esos libros viejos no son los del gusto de los estudiantes. Ven los clásicos como algo perimido, pasado, finiquitado. Entonces quieren sustituirlos por libros de Pablo Coelho, J.K. Rowling (Harry Potter), Dan Brown y cuanta lectura light aparece en los estantes de las librerías más triviales, para no hablar de la literatura del entretenimiento y de la autoayuda. Lo primero que tenemos que hacer pasa enseñar a los clásicos –a mi manera de ver– es conocerlos y dejar que su verdad nos lleve a entender el mundo en que vivimos. Pero para eso hay que tener deseo de aprender y de enseñar con el ejemplo. Esa operación no se puede ejecutar cuando vemos la educación como diversión y no como la formación de un sujeto plural, capaz de leer el mundo. Actuar contrario a lo que se hace hoy: forman cuerpos más o menos diestros para la sociedad de consumo y las industrias. Como exige la educación neoliberal del momento.

Podríamos entonces, postular que la sociedad comercial, el mercado, los medios de comunicación, pretenden establecer una ruptura en la enseñanza en la que los libros mercadeables deben sustituir a los clásicos en las escuelas. Los clásicos antiguos y los clásicos modernos. Pero, ¿a favor de qué? A favor del mercantilismo educativo. No a favor de la comunidad de aprendizaje, de los saberes. Y es eso lo que está en juego. La pregunta planteada al inicio de esta disertación es muy fácil de contestar; teóricamente, la cuestión es presentar una propuesta realista a la solución del problema del cual deriva el cuestionamiento.

Para que la enseñanza de los clásicos sea posible, frente al empuje del mercado y la crítica literaria mal planteada, es necesario que comencemos por lo primero. Crear una comunidad de lectores. Sólo viable como resultado de una pedagogía de la lectura que inicie en la escuela elemental que sea reforzada ejemplarmente en el hogar. Hay que motivar a los niños que no leen, y enseñarlos a encontrar valores en la lectura en que los iniciamos y que vuelen montados en las maravillas del mundo simbólico. Así podremos romper con  la instrumentalidad de la vida del presente.

Enseñar con amor, sabiendo que en nuestro trabajo no todo está dado; que lo mejor es lo que nosotros podemos aportar a los estudiantes. No hay que castigarlos por que no quieran leer; tenemos que motivarlos a leer el mundo, para que así deseen, en algún momento, transformarlo. En fin, leemos los clásicos porque ellos son el depositario de lo más universal de nuestra cultura. Pero para encontrar su sabiduría, disfrutar su sensibilidad y tomarlos como modelo, hay que hacerse las peguntas más generales sobre lo humano.

Finalmente, quiero plantear un último asunto. F. Nietzsche escribió en El ocaso de los ídolos que tal vez el mundo real sea, a fin de cuentas, una fábula. El asunto no solamente nos conduce a una manera de leer, sino a buscar la importancia de la lectura. Ernest Cassirer (Filosofía  de las  formas simbólicas) fue más allá de Aristóteles al postular que además de la concepción del hombre como ente de lo racional e irracional, teníamos que pensarlo como homo symbolicus. También mi apreciado Paul Ricœur(Temps et récit) trabajó una teoría de la lectura y de la narratividad como la representación modélica de las acciones humanas. Gianni Vattimo, por su parte, (La sociedad transparente) empinándose en Claude Levy Strauss, postula la importancia de un pensamiento que busque un retorno al mito que nos posibilite superar la oposición de lo racional y lo irracional.  No tengo la menor duda de que los clásicos nos acompañarán en estos propósitos.

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