Conviene distinguir entre discriminación y prejuicio. Una severa discriminación es que una persona de color negro no pueda comprar una casa en un barrio residencial poblado principalmente por blancos. El primer pelotero negro que pudo jugar en las Grandes Ligas de béisbol fue Jackie Robinson. Existía entonces una fuerte discriminación contra los negros. Había en los EUA muchísimos peloteros dotados de condiciones extraordinarias. No podían jugar en las Grandes Ligas porque eran negros. Ese fue el caso de Alonso Perry, notable jugador nativo de Alabama. Colin Powell es el primer general negro en la historia de los EUA. Robinson y Powell rompieron barreras de discriminación racial.
Así ha ocurrido con los jueces de los tribunales mayores, con los alcaldes y congresistas del país más democrático del mundo. Se puede votar una ley para abolir la esclavitud; o decretar la integración de los niños de las escuelas de los estados sureños; pero no se pueden eliminar por decreto los prejuicios que hay en las cabezas de negros y blancos. Las leyes son dictadas por la razón o la conveniencia política. Por bien inspiradas que sean esas leyes, no siempre son recibidas con beneplácito por las personas llamadas a cumplirlas. Las sociedades tardan en acomodarse a las disposiciones contrarias a los hábitos establecidos. El peso de las costumbres retrasa su aplicación generalizada.
Si una persona gusta de llevar el pelo al estilo “afro”, es una decisión individual; lo mismo ocurre si una mujer decide desrizar su pelo con un peine caliente. Los prejuicios de cada uno están conectados con su educación y el ambiente donde le tocó vivir. El ejercicio de las libertades públicas los modifica lentamente.
En Santo Domingo jamás se ha visto un letrero que diga: “no se aceptan gitanos, judíos, ni negros”. Eso es discriminación. Algunas personas estiman que los gitanos son sucios o ladrones; que los judíos son avaros; que los negros son feos. Esas opiniones están condicionadas por el prejuicio. Pero lo importante es “que todos puedan entrar”. En Granada hay gente que no se acerca al Sacromonte, donde viven los gitanos. En Europa el antisemitismo no ha terminado. (Extraído del ensayo en cinco partes “Antillas birraciales”, editado en el año 2001).