Por aquí he dicho muchas veces que para cierto tipo de funcionarios públicos los problemas que están llamados a resolver o evitar solo existen cuando salen en los periódicos, es decir, cuando se hacen visibles, y no hay de otra que asumirlos. Los ejemplos, lamentablemente, abundan, pero tomemos el caso –por ser el mas reciente– del ayuntamiento del Distrito Nacional y su alcalde Roberto Salcedo, quien acaba de enterarse, gracias a un reportaje en El Nacional, de que en el cementerio Cristo Redentor hay conucos de yuca, guandules, guineo y plátanos, entre otros rubros, pues vigilantes de panteones, albañiles y los propios empleados del cabildo aprovechan cada espacio de tierra para dar rienda suelta a su vocación de agricultores. Como era de esperarse, una vez publicado el reportaje se produjo la inmediata promesa de solución de parte del ayuntamiento capitaleño. Omar Ramírez, su director de Relaciones Públicas, anunció que intervendrán “próximamente” el cementerio Cristo Redentor para dotarlo de más vigilancia y limpieza, erradicando –desde luego– el conuquismo que tanto ha escandalizado pero que no ha sorprendido. Y no ha sorprendido porque hace tiempo ya, y de manera inexplicable, que el ayuntamiento del Distrito Nacional abandonó a su suerte los cementerios bajo su responsabilidad, lo que los ha convertido en guaridas de delincuentes donde impera el descuido, la suciedad y la arrabalización. ¿Por qué permitió que se degradaran hasta ese indigno extremo? (Estoy pensando en los ataúdes destrozados a martillazos antes de enterrarlos para evitar que se los roben) Cada vez que le ponen el tema a Salcedo, quien lleva catorce años como alcalde y aspira a seguir cuatro mas, argumenta que es un problema de presupuesto, pero en realidad es un asunto de prioridades. Porque resulta evidente, y a los hechos me remito, que el cuidado y protección de los cementerios nunca ha sido una prioridad para sus administraciones.