Un tema que atemoriza a las bien dotadas cabezas de la intelectualidad dominicana es de no profundizar las razones por las cuales dos grandes patriotas, muy reverenciados y admirados, sostuvieron en un momento crítico de la vida republicana del país un fino enfrentamiento. Ulises Francisco Espaillat, ideólogo y líder del movimiento restaurador, empujó al patricio Juan Pablo Duarte, con apenas días de haber regresado de su exilio en Venezuela en marzo de 1864, a retornar de nuevo a ese país para promover y buscar ayuda para la causa dominicana.
Juan Pablo Duarte en su residencia de Venezuela, en donde mantenía buenas relaciones con las altas esferas políticas de ese país, siendo muy amigo del presidente del momento en 1861, enterado de la Anexión se inquietó en sus sentimientos patrios, tal como hervían en él por su acendrado patriotismo, para buscar la forma de retornar al país para lo cual contaba con algunos parientes, amigos y ayuda del gobierno venezolano para embarcarse el 2 de marzo de 1864.
Fue un viaje accidentado hasta verse perseguido por un buque de guerra español. Pudo llegar el 19 de marzo a Cabo Haitiano y desde allí, el día 25 de marzo, en un pequeño bote partió para Monte Cristi donde fue recibido por Benito Monción, uno de los héroes restauradores que enfrentaban valerosamente al ejército español en los campos y poblaciones de la Línea Noroeste. Para el día 27 llegó a Guayubín y se encuentra, después de 20 años, con Matías Ramón Mella el cual se encontraba muy enfermo.
El patricio Duarte envía su primera comunicación a los jefes restauradores para el día primero de abril, donde lleno de optimismo por estar en su patria, se ofrecía reunirse con Ulises Francisco Espaillat y demás jefes restauradores y ponerse al servicio de la causa restauradora. El 4 de abril llega a Santiago, transportando a Mella y recibe una carta de Espaillat dándole una bienvenida muy diplomática y alegrándose por el hecho como buen hijo de la Patria por el hecho de haber regresado. Duarte de seguro captó los temores de los restauradores con su presencia en el país y reafirmaba que él no era pieza de escándalo para sus compatriotas.
El 14 de abril de 1864, el gobierno restaurador, a través de su representante Ulises Francisco Espaillat, le comunica a Duarte que ha sido nombrado como embajador en Venezuela para que parta de inmediato (ya no lo querían tener rondando y hablando por las calles de Santiago) para que fuera a promover la causa dominicana y buscar ayuda con el gobierno de aquella nación. Duarte rehusó por encontrarse quebrantado de salud y además quería esperar la evolución de la enfermedad de Mella que estaba en sus finales; el desenlace se produjo el 2 de junio de 1864 en una humilde casa de esa ciudad norteña.
El epistolario entre Duarte y Espaillat fue muy ardiente en el mes de abril de 1864, y ya para el día 22, Espaillat, a nombre del gobierno restaurador, le informa que ya los poderes están redactados y le conmina a que parta de inmediato como si hubiese comunicación constante entre Venezuela y Santo Domingo, lo cual obligó a Duarte, cuando se marchó el 7 de junio, atravesar a Haití para salir por Puerto Príncipe. Para el día 28 de junio estaba en Saint Thomas y en octubre estaba de regreso a su segunda patria, Venezuela.
La epístola de Duarte del 21 de abril de 1864, dirigida a Espaillat, contiene uno de los desahogos más enérgicos del patricio. Escribe: “si he vuelto a mi Patria después de tantos años de ausencia ha sido para servirla con altura, vida y corazón, siendo siempre el motivo de amor entre todos los verdaderos dominicanos y jamás piedra de escándalo, ni manzana de discordia”. Para un buen entendedor y analista del lenguaje duartiano se nota su gran desconcierto por el trato que recibiera de Espaillat, que con 40 años de edad y Duarte con 50 años, pertenecían a dos generaciones distintas, pese a que la diferencia de edad no era tan notoria. Es indudable que la urgencia de Espaillat para que Duarte se fuera del país era más que evidente; era por el temor de que el patricio restableciera su liderazgo y opacara a Espaillat, que tenía en derredor, como obedientes servidores, a una pléyade de valientes restauradores de escasa ilustración y buena parte eran analfabetos.