Que nos dicen nuestros muertos

Que nos dicen nuestros muertos

“La muerte es una vida vivida.

La vida es una muerte que viene”.

Jorge Luis Borges

Las ciencias físicas demuestran que nada desaparece, todo cambia. El ser humano vive la dualidad de ser inmortal en el espíritu, y mortal en la materia. La calidad de nuestra existencia descansa en el modo como nos relacionamos con esta realidad.

El escritor francés Francois Mauiac dijo: “La muerte no nos roba los seres amados. Al contrario, nos los guarda y nos los inmortaliza en el recuerdo. La vidas iqueños los roba muchas veces y definitivamente”. Hace unos días, acompañé a una amiga al campo santo a despedir a su progenitor. Igual que muchas personas, ella no era de ir a funerarias o cementerios, pero esta ocasionara distinta: era la última vez que lo vería en su cuerpo.

Al final del ritual funerario, dijo algo que yo misma expresé cuando despedí a mi padre: “jamás olvidaré los rostros de las personas que me han acompañado en este momento”. Al día de hoy, no he visto una esquela funeraria ni una lápida que exalte las flaquezas o debilidades del difunto. Ante la muerte todos somos más de lo que fuimos.

Al final, ella siempre gana la partida: nos transforma y muestra lo que en verdad somos: seres dignos. Y digo yo ¿es necesario esperar tanto para reconocer la grandeza ajena o propia?

La cultura occidental nos enseña a ver la muerte separada de la vida, cuando en realidad ambas son dos caras de una misma moneda. Nos cuesta concebir que el mundo es igual de importante sin nuestra presencia, que todo seguirá en su sitio, que no se parará tan siquiera  unos segundos para despedirnos.

Y sin embargo no podría ser de otra forma, los que vivimos tampoco queremos que el mundo se detenga, se altere o se resienta cuando otros se van. La vida ha sido antes de que nos otros estuviéramos, y seguirá siendo después de que partamos.

Cada vez que despedimos a un ser querido recibimos una valiosa oportunidad para interiorizar sobre la propia mortalidad, para vivir plenamente con la conciencia de que la muerte nos puede visitar cualquier día, y ser capaces de cuestionar si nuestras acciones y opciones de vida realmente tendrán trascendencia más  allá de la vida física.

Un proverbio irlandés dice: “Duerme con el pensamiento de la muerte y levántate con el pensamiento de que la vida es corta”. La muerte es tan amorosa y generosa como la vida: nos incluye a todos sin distinción.

Ambas fuerzas pertenecen a la dimensión del Espíritu, que jamás escoge a uno más que a otro, sino que se entrega abiertamente a todos con el mismo amor.

La muerte y la transformación son inseparables como nos muestra el arcano sin nombre del tarot. Cuando nos oponemos a ser transformados por la vida, la muerte nos hace el favor de mostrarnos la inevitabilidad del cambio.

Llorar a nuestros muertos disminuye el dolor que nos ha generado el no mostrar al mundo quien somos, y no cumplir con la finalidad para la que hemos sido creados. Buscar las palabras para despedir a nuestros seres queridos, nos lleva a reflexionar sobre las elecciones que hacemos, y la importancia que éstas pueden tener para nuestra alma y nuestro propio viaje.

La muerte física es una ilusión. La muerte verdadera es estar vivo y no transformarse. Al sentir las transformaciones somos inmortales. La muerte no pudo eliminar a Jesús, Buda, Gandhi, Madre Teresa, entre otros que han mostrado la grandeza humana.

El día de todos los muertos es una fecha que nos permite recordar a nuestros ancestros, y hacernos conscientes de que cada paso que damos en esta Tierra estamos sobre sus cuerpos. Ante tanta grandeza solo puedo sentir agradecimiento y asombro, y pedir la bendición para continuar el trabajo según los propósitos con los que fui creada.

 

 

 

 

 

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