Comentaba un cínico ayer, con evidentes ganas de molestar, que después del apresamiento del exoficial de la Policía Fernando de los Santos, mejor conocido como La Soga, quien se encontraba prófugo, acusado de sicariato, desde el 2011, podemos alentar la esperanza de reapresar a Quirinito, a quien nuestras autoridades dicen que persiguen por aire, mar y tierra, y contra quien pesa una orden de captura internacional. Pero cuando escuché al abogado del exoficial describir su apresamiento como un “show” para desviar la atención de su “misteriosa” desaparición luego de haber sido declarado muerto comprendí que, cinismos aparte, la comparación es absolutamente pertinente, pues ambos casos tienen en común el haber dejado en los ciudadanos la impresión de que aquí no funciona la Policía, que solo apresa cuando quiere y a quien quiere, ni tampoco el sistema de justicia, demasiado vulnerable a don dinero, ese poderoso caballero; y mucho menos el penitenciario, de donde se puede salir con tanta facilidad. Porque al igual que la “desaparición” de Quirinito, el apresamiento del exoficial, alrededor del cual se ha tejido una leyenda negra que le atribuye mas de 30 asesinatos, deja un montón de preguntas en el aire que ojalá no se queden ahí. ¿Quién va a creer que La Soga, quien según sus vecinos entraba y salía de su casa en Santiago sin que nadie lo molestara, estaba realmente prófugo? ¿Por qué no lo habían apresado antes si no se estaba escondiendo? ¿Quién lo protegía? ¿Qué secretos guarda que hasta ahora lo habían librado de todo mal? Tal vez por eso a La Soga se le vio tan tranquilo al salir de la audiencia del pasado jueves, a tal punto de responderle a los periodistas que lo acosaban a preguntas que es inocente y que lo único que quiere, en estos momentos, es “libertad y tranquilidad”. La misma libertad y tranquilidad, hay que decirlo aunque suene a cinismo, de que disfruta Quirinito donde quiera que esté.