Se explica y entiende que los peledeístas, preocupados por la resquebrajada unidad de su partido, quisieron ver lo que nunca fue en el abrazo entre el expresidente Leonel Fernández y el presidente Danilo Medina durante la boda de la hija mayor del mandatario, y hasta que algunos, confundiendo sus deseos con la realidad, lo bautizaran pomposamente como el Abrazo de la Reconciliación. Pero más allá del peledeísmo y sus querellas fratricidas no estamos obligados a sobredimensionar la significación de un gesto protocolar de dos hombres de Estado conscientes de sus respectivos roles y, sobre todo, de la lógica que imponen las circunstancias. ¿O alguien esperaba que en medio de las tensiones entre sus seguidores ambos líderes se iban a ignorar? ¿Que utilizarían un acto familiar sagrado, como es el matrimonio de una hija, como escenario de muda confrontación? ¿Qué interés pueden tener uno y otro en empeorar la situación del PLD si un abrazo o un apretón de manos no matan a nadie? Los peledeístas pueden seguir durmiendo de ese lado y creerse que de ahora en adelante las cosas serán distintas o que las diferencias en torno a las primarias quedaron subsanadas con ese abrazo, pero solo hasta que la realidad vuelva a golpearlos en la cara. Que será muy pronto, que no le quepan dudas a nadie, pues las diferencias entre danilistas y leonelistas han llegado a un punto en el que resulta imposible disimularlas, de ahí que muchos prefieran ig norarse o evitar encontrarse bajo un mismo techo para no tener que compartir como en otros tiempos. Por eso resultó tan significativa la ausencia de 15 miembros del Comité Político, incluido el presidente Medina, en el Almuerzo de la Confraternidad, pues se entiende que la situación por la que atraviesa el PLD obligaba a su dirigencia a enviar una señal de unidad y cohesión interna asistiendo de manera militante, sin banales excusas ni coartadas oficiales, a ese cacareado encuentro.