Nada hay mas aburrido y cansón que un discurso de rendición de cuentas ante la Asamblea Nacional, aunque usted vea que el distinguido público allí presente aplaude mecánicamente a cada rato, como los monitos bien entrenados de un circo. Por eso no me tomo la molestia de verlo o escucharlo, y mucho menos de leerlo, pero aún así sé, porque leo los periódicos al otro día, que nunca satisfacen las expectativas, sobre todo las de la oposición, que ha demostrado que nunca está complacida con esa retahíla de logros y realizaciones, condimentadas con muchas estadísticas y cifras de seis dígitos, a menos que sean ellos los que la pronuncien, si es que algún día les toca (al paso que van…) su turno. Tampoco me mortifico si no se abordó, como esperaba todo el mundo, tal o cual tema de candente actualidad, aunque sepa a ciencia cierta que no fue olvido sino malicia, pues a ningún Presidente de la República se le ocurre, ni se le va a ocurrir, utilizar ese solemne escenario para pedir perdón por sus errores y fracasos, o para reconocer que sus funcionarios son demasiado amigos de lo ajeno, sobre todo si sale del Presupuesto Nacional, o que su falta de coraje (en realidad es de otra cosa, pero no se puede decir por aquí) ha permitido que el país se llene de haitianos. Por eso no me sorprendí al enterarme que el presidente Danilo Medina dijo que su Gobierno sacó de la pobreza a 1.2 millones de compatriotas (¿no habrá querido decir compañeros?), que genera 120 mil empleos al año, que hará valer la ley en la frontera enviando 900 soldados mas para custodiarla, que tiene otro plan contra la delincuencia que nos ha robado el sosiego y un chin mas, que este año concluirá el plan de construcciones escolares mas ambicioso de la historia moderna, y si me detengo ahí es solo por razones de espacio. Tanta maravilla me hizo pensar, por un momento, que me perdí de un gran discurso, pero solo hasta que una colega me informó que duró dos largas horas y nueve minutos mas.