Ojalá fuera verdad tanta belleza y tengamos la oportunidad de ver al ministro de Medio Ambiente, Angel Estévez, cumplir su advertencia de que no aceptará tráfico de influencias ante los delitos ambientales, por lo que será drástico en aplicar el régimen de consecuencias, incluidos los funcionarios que no actúen ante un daño. “Que nadie vaya a decirme soy amigo del gobernador, del senador, ni amigo de nadie, porque los que hacen daño al medio ambiente no son amigos de nadie”, remachó. Hay que decir, sin embargo, que ese tipo de advertencias las hemos escuchado antes y los resultados son francamente desalentadores, sea porque una vez los funcionarios le han “cogido el piso” al cargo y a todas sus intríngulis se olvidan de que alguna vez las hicieron o porque, simplemente, nunca tuvieron la intención de cumplirlas, ya que solo se trató de una declaración para consumo de los periódicos. Desde luego, el Ministro de Medio Ambiente tiene derecho al beneficio de la duda, a que se le dé la oportunidad de demostrar que es capaz de acompañar sus palabras con hechos, pero todo el mundo entendería si resulta que el propósito le quedó grande cuando se enfrentó a la realidad de los hechos. Y es que en las administraciones peledeístas el tráfico de influencias, las conchupancias propias del largo ejercicio del poder, tienen demasiados beneficiarios y no pocos protectores y auspiciadores. De todas maneras lo que manda el libro de la buena práctica periodística es que le tomemos la palabra al Ministro de Medio Ambiente, pero también que nos mantengamos atentos y vigilantes para, cuando llegue el momento oportuno, recordarle su advertencia y su obligación de hacerla cumplir.