Lo que demostró el “consenso” que el sábado pasado hizo posible la aprobación de las primarias abiertas es que los peledeístas, por más que peleen y se jalen los moños delante de las cámaras, no están dispuestos a suicidarse políticamente, pues su salida del poder no solo implica la pérdida de los privilegios de los que disfrutan, como por ejemplo los excesivos salarios que se pagan, según el BID, en nuestra administración pública, sino también el riesgo de caer presos por corruptos, o al menos tener que pasar por un proceso judicial del que ningún político con aspiraciones sale indemne. Sin embargo analistas y observadores coinciden, a propósito del acuerdo que permite que las encrespadas aguas del PLD retornen a su nivel, en que lo que han hecho danilistas y leonelistas es pactar una momentánea tregua hasta marzo, cuando el presidente Danilo Medina definirá su posición sobre la reelección, con la que unos y otros ganan tiempo para afinar estrategias y sopesar posibilidades. Y más o menos lo mismo opina el exministro de Educación Melanio Paredes, quien asegura que la decisión del Comité Central lo único que ha hecho es concentrar aún más el poder en el PLD, lo que no responde a los intereses de las bases de las que el expresidente Leonel Fernández se declaró redentor apenas 24 horas antes de rendirse ante ese poder avasallante que lo obligó a tragarse su desafío. Mientras tanto, tiempo al tiempo en lo que llega marzo, pero ni ahora ni cuando se cumpla ese plazo conviene hacerse ilusiones sobre la división de los peledeístas, que acaban de demostrar que no son suicidas ni están dispuestos a enfrentar las consecuencias del gigantesco estropicio que nos dejarán de herencia luego de veinte años de gobernar “con todos los poderes”.