¿Quién es la ciudad?

¿Quién es la ciudad?

POR MIGUEL D. MENA
Todo va a Santo Domingo. Puede ser Allen Ginsberg leyendo «America», o los ángeles de Win Wenders sobre Berlín, o «El puente» de Hart Crane o la tierra mojada en «La tierra baldía» de T.S. Eliot, o «La ciudad» o «Viaje a Ithaka» de Konstatinos Kavafis o «Pongamos que hablo de Madrid» con Joaquín, todo al final se diluye como maíz molido en la memoria.

Pero las ciudades, como las personas, se hacen y se deshacen.

El problema está cuando las barcas de la razón y de los rostros se estrellan contra ese piélago de intereses oscuros. Se dirán que ellos tendrán sus razones, pero ésta supuestamente técnica, a nadie convence.

Hacen cuatro años barrieron con el más de una vez centenario patio de las Casa de Bastidas. Los técnicos descubrieron repentinamente que las raíces, aparentemente, ¡acababan con el patio! Ahora se nos dice que las matas de Nin acababan con las cajas eléctricas del Parque Duarte, y uno se pregunta: ¿qué fue lo primero, los árboles o las cajas? ¡Y pensar que nunca hay luz en ese parque, salvo la de la calle Padre Billini y la de las casas contiguas!

Pongo el ejemplo de estas excusas del Ayuntamiento para subrayar el cinismo y la tomadura de pelo.

Un árbol es más que la conjunción de troncos, ramas y raíces. Es un verbo de decir un urbano. No sólo cumple funciones de protección y desenvolvimiento del espacio. También forma parte de una forma de estar, de un tiempo, de una identidad, de una memoria que se va acumulando y es lo que permite insertarnos dentro de una definición de lo que somos.

El Ayuntamiento de Roberto Salcedo está insistiendo desde hace tiempo en remover lo que está hecho y sin agregar nada nuevo.

Una ciudad como la de Santo Domingo, al igual que toda la sociedad dominicana, necesita pluralizarse, comprenderse como el espacio de todo. Los políticos, sin embargo, muchas entienden que el favor popular que en determinado momento le ha

tocado, puede –o se tiene- que transformar en una patente de corso para hacer y deshacer.

Los ciudadanos de repente se despiertan y ejercen su derecho a la protesta. Años antes se hubiese podido alegar que eran los partidos de oposición los que aceitaban las viejas maquinarias o que habían planes desestabilizadores. Ahora es el simple habitante de esta ciudad quien protesta ante semejantes desmanes.

Lo cuestionable es que el Ayuntamiento que está invirtiendo 40 millones de pesos en tales programas de monte y desmonte, ni se disponga a explicar y a discutir sus planes, sino que al final lo resuelva todo con una nota de prensa.

Cuando calculo el precio de semejante cosmética, no puedo menos que cuestionarme sobre tal perversión de la política y la economía. Al sumar el costo de las nuevas palmas, el del transporte, el de la mano de obra empleada, fácilmente se podría llegar a más de 20 mil pesos por metro cuadrado.

Mientras semejantes planes de desmontaje y de construcción –del helipuerto, por ejemplo-, se convierten en las prioridades del síndico Salcedo, yo me pregunto: ¿Y qué pasa con la gente? ¿Y qué pasa con la cultura?

Paseo por la Lincoln y vuelvo a su esquina con la Calle Correa y Cidrón, en esa rotonda que conserva la estatua más importante de la plástica dominicana, «Uno de tantos», de Abelardo Rodríguez Urdaneta (1870-1930), y me pregunto: ¿Cómo es posible que esté convertida en un muladar, llena de hormigas, moscas y basura? Un espacio que debería ser motivo de atención y de reflexión sobre el tema de la violencia en la historia dominicana, no merece la atención de nadie.

Viro a los recuerdos y entresaco la vieja Biblioteca Municipal o «Biblioteca Hostos». Recuerdo que estuvo en la Capilla de la Tercer Orden y que en época de Jorge Blanco (1982-1986) fue trasladada a la Isabel La Católica esquina Padre Billini. Aquella centenaria biblioteca de la ciudad de repente se esfumó. Por más que he preguntado sobre aquellos hermosos libros de vieja biblioteca del Club Unión, y por aquel mobiliario centenario, nadie me ha dado alguna indicación.

Pero bueno, dejo los recuerdos y asumo la realidad. Voy al Palacio Consistorial, al primer Ayuntamiento del Nuevo Mundo, para contemplar el viejo mural del pintor español Vela Zanetti, uno de los trabajos cumbres durante su permanencia en esta Isla. ¡El mural sigue sufriendo los estragos de las filtraciones, la humedad y se está descascarando!

Me pregunto cómo es posible tanta indolencia ante la naturaleza que se deshace, la memoria que se borra, los dispositivos que permiten la superación intelectual y que se quedan frisados, a la espera de que se borren definitivamente, como para hacerle el trabajo más fácil a las autoridades de la ciudad.

Hay medidas cuestionables o no, pero que se han discutido y seguirán discutiéndose, como el Metro, por ejemplo. Hay otras que no tienen el menor viso de legitimidad en la población, como la desarborización de los parques y la construcción del helipuerto. Y lo peor de todo: justamente cuando hablamos de calentamiento global, de reajustes presupuestarios y de una ciudad donde algo diferente colapsa cada día.

Roberto Salcedo no debe hacerse sordo ante estos reclamos populares.

Los ciudadanos están saliendo por todas partes.

El verde que está en el logo de la ciudad está desapareciendo de sus espacios.

Los ejemplares de «renovación urbana», como el Paseo de los Estudiantes, ha resultado tremendo bodrio. La intervención en el espacio urbano debe realizarse dentro de un sentido plural, dialogado y transparente.

Aspiramos a una ciudad respirable, de todos.

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