RADHAMÉS MEJÍA
Sobre las constantes de la fuga y el retorno

RADHAMÉS MEJÍA<BR data-src=https://hoy.com.do/wp-content/uploads/2013/04/D86D6077-F613-41F6-83DD-531735BA6071.jpeg?x22434 decoding=async data-eio-rwidth=460 data-eio-rheight=390><noscript><img
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Fugitivo de una realidad cultural y de un ambiente artístico insular ciertamente asfixiantes, hacia mediados de la década de los 80, Radhamés Mejía (1960) se establece en París, optando por las constantes ancestrales y cotidianas de la fuga y el nomadismo al mismo tiempo que apostaba, lúcido, cimarrón y solitario, en pos de  la libertad -tras el oxígeno vital y existencial que le permitirá ampliar su formación humanística- y, más adelante, nutrir el arriesgado ensayo de una apertura estética y espiritual cuyos mayores resultados han llegado a ser estimados como prueba consistente de los niveles cristalinos de trascendencia y elaboración simbólica que adquiere la consciencia identitaria a través del pensamiento y la imaginación  creadora de los artistas caribeños y latinoamericanos contemporáneos.

Desde su arribo a la capital francesa (1985), ingresa a la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de París, donde se especializa en escultura y grabado. Sin embargo, aun residiendo y trabajando en un lugar tan distante como Francia durante casi tres  décadas, Radhamés Mejía, artista emblemático de la llamada “Generación del 80” en Santo Domingo, retornará siempre hacia los oasis espirituales del Caribe, sosteniendo una poderosa, profunda y fructífera conexión  existencial con sus raíces, con su tierra y con su pueblo.

Ya en 1992, el brasileño Roberto Pontual (1939-1992), respetado crítico e historiador del arte latinoamericano del siglo XX, radicado en París,  nos advierte lúcidamente que “Hay artistas que ocultan el lugar de donde vienen, esforzándose más o menos conscientemente por confundir o borrar las pistas que conducen a sus orígenes. Apolíneos, se complacen en la construcción mental, supremacía de la razón y de la lógica. Otros, al contrario, hacen todo lo que está a su alcance para tomar manifiestas, o aún realzadas, las raíces que los mantienen en una tierra claramente enunciada y delimitada- aún cuando la hayan dejado ya. Estos, los dionisiacos, son emotivos hasta la médula, prontos a abrir su corazón y a liberar su fantasía. Pero entre ambos extremos todas las posturas son posibles, incluso la búsqueda del punto de equilibrio perfecto en el cual el rincón y el universo, la patria y el mundo se conjugan a la perfección…

“El dominicano Radhamés Mejía opera en torno de este punto. En su trayectoria se imbrican una primera, larga etapa de vida -24 años en Santo Domingo-, donde la vocación por la pintura despertó y fue canalizada, y su residencia en París desde 1985. Así, naturalmente, en la obra que construye en fogosidad y paciencia su lenguaje combina esta doble experiencia del planeta, haciéndose puente entre lo regional y lo universal, lo arcaico y lo contemporáneo, nacimiento y desembocadura de un mismo río. En encuentro entre dos culturas, para ser fértil lejos de las soluciones puramente híbridas, depende más de la espontaneidad que de lo impuesto. Esta es la fuerza de Mejía: su capacidad de ser un artista de lo interno hacia el exterior”…

En efecto, en su productiva trayectoria, Radhamés Mejía logra materializar un universo visual cuyo imprevisto caudal de imágenes es capaz de revelarnos las cifras claves  de una consciencia mixtificada hasta el paroxismo, lo surreal y el absurdo; la reactivación del signo ancestral, así como la polivalencia  o multiplicidad significativa de sus contenidos formales y objetivos. Además, como atributos característicos de la práctica pictórica de Radhamés Mejía, resaltan la rigurosidad de ejecución, la polisintetizante y transmutadora reactivación de los códigos estéticos-expresivos posvanguardistas, la pasmosa capacidad imagético-metafórica de la superficie, más la resistencia y efectividad del signo cultural ideológicamente identitario.

Reconocido como  auténtico “chef de fille” de la Generación del 80 en Santo Domingo, Radhamés Mejía se proyecta como uno de los máximos exponentes de la pintura dominicana contemporánea. En sus series tituladas “Máscaras”, “Mitologías” y “Fases Rituales”, logra materializar una simbología sorprendente y sumamente personal que resulta de su marcado interés por las expresiones artísticas y culturales primordiales al mismo tiempo que suscita una polisémica y esplendorosa cartografía espiritual en la que confluyen magia, naturaleza, cultura y  sociedad.

 “Cuerpos o la Geometría de Sombras” es el título de la más reciente exposición individual  presentada por Radhamés Mejía  en Santo Domingo y la cual aun se puede ver en la segunda  planta del Museo de Arte Moderno. Se trata de  una propuesta que incluye más de 30 pinturas  en técnica mixta sobre tela y unas 15 fotografías de trabajos pictóricos ejecutados sobre el cuerpo humano, resultado de su experiencia en el taller “Cuerpos Pintados” con el fotógrafo Roberto Edwards en Santiago de Chile y en los que destacan las representaciones pictóricas del grafismo geométrico característico de los petroglifos, máscaras y motivos antropomorfos, zoomorfos, fitomorfos, cosmogónico y utilitarios de la cultura taína.

Así, “Cuerpos o la Geometría de Sombras”, es una exposición-homenaje  de Radhamés Mejía a la imaginería del arte y  la cultura precolombina del Caribe,  la cual constituye una fuente mayor de inspiración en su obra pictórica, sea pintando sobre tela o sobre la piel de los modelos. Y, tal como sostiene el propio artista: “Todo esto, mostrando particularidades anatómicas del cuerpo como las manos, los pies, los lóbulos de la orejas y el ombligo. La intervención del cuerpo como medio de expresión estética fue una preocupación constante de los taínos y de las civilizaciones primarias en general. Los taínos tenían el hábito de variar el aspecto del rostro o del cuerpo, pintándose de   varios colores: rojo, blanco, amarillo, marrón o negro, con un grafismo geométrico sobre sus cuerpos o sobre las cerámicas. En la sociedades amerindias, el cuerpo estaba considerado como icono, marcando la unión con la naturaleza, lo social y la cosmogonía; soporte alegórico y místico; pintado y esculpido según los códigos propios de cada cultura”.

En estas obras, el cuerpo humano toma forma en sus movimientos; en su relación con el otro. El cuerpo se transforma en vestido y vestigio de la relación como instrumento de metamorfosis que puede expresarse a través de las deformaciones del cráneo, el  peinado, las perforaciones de las orejas, la nariz, la boca y el tatuaje de la piel.  Encontramos la representación de los signos de la modernidad, como las máquinas de transporte que contribuyen de manera notable a la aceleración del proceso de contaminación del planeta y el medio ambiente. Asimismo, ante los trabajos recientes de Radhamés Mejía, el espectador no tiene más opción que arriesgarse hacia una experiencia perceptiva eminentemente lúdica y reflexiva desde los signos del caos, las dualidades esenciales, la memoria, las mitologías ancestrales y los rituales cotidianos que redefinen el simulacro urbano de la posmodernidad…

RADHAMÉS MEJÍA

Radhamés Mejía nació  en Santo Domingo. Estudió en la Escuela Nacional de Bellas Artes y en la Escuela Nacional Superior de Bellas Artes de  París.  Entre sus más recientes exposiciones individuales, destacan: Galerie Argument, Esvres, Francia (2007); Embajada de Francia, Santo Domingo (2007); Maison du Patrimoine, Châtel-Montagne, Francia (2010); “Geometría del Plátano”, Galería District, Santo Domingo (2011); Taller de Grabado Francisco Limón, Oaxaca, México (2012). Entre sus más importantes reconocimientos internacionales: Mención de Honor, Salón de Arte Contemporáneo, Dammarie-les-Lys, Francia (1994); Mención de Honor, Fortabat Art Show, Maison de l’Amerique Latine, París, Francia y Primer Premio de la XXIII Bienal de Arte Contemporáneo del Mediterráneo,  Niza, Francia (1991). Su obra ha sido exhibida exitosamente en importantes museos, galerías y centros culturales de República Dominicana, Puerto Rico, Estados Unidos, Panamá, Taiwán, Bélgica,  Venezuela, Perú, Canadá, México, Turquía y Japón. Desde 1985, vive y trabaja en París.

 

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