Reflexiones al final de la jornada, 3

Reflexiones al final de la jornada, 3

Monólogo, Octavio Paz
Bajo las rotas columnas,
entre la nada y el sueño,
cruzan mis horas insomnes
las sílabas de tu nombre.

Tu largo pelo rojizo,
relámpago del verano,
vibra con dulce violencia
en la espalda de la noche.

Corriente oscura del sueño
que mana entre ruinas
y te construye de nada:
amargas trenzas, olvido,
húmeda costa nocturna
donde se tiende y golpea
un mar sonámbulo, ciego.
Sentada frente al mar, miré al infinito. El horizonte se veía a lo lejos, parecería que el mundo se detiene en esa línea que divide al mar y al cielo. Y pensé en lo pequeño que cada ser humano es frente al universo. La inmensidad nos arropa y abruma. Sentí que era un simple grano de arena de la playa que bordea el mar. Una más que se entrelaza y confunde con las demás.
Reconocernos como importantes e insignificantes en esa doble simbiosis existencial en que somos centro de nuestro propio mundo, pero al mismo tiempo formamos parte de un engranaje inconmensurable e inmenso. Esta distancia nos obliga a repensarnos.
Somos una vida que tiene sus propias características, dramas y sueños, pero que al mismo tiempo formamos parte del universo, de ese grupo que llamamos humanidad que está construyendo sus historias en un lugar que llamamos tierra. Y el planeta en el que habitamos forma parte de la órbita solar, junto a otros planetas que giran a su alrededor. ¡Qué pequeña e insignificante parece ser nuestra existencia!
Esta dualidad nos permite colocarnos en la justa dimensión de la vida. Cuando en la existencia humana solo existe nuestro pequeño gran mundo, nos convertimos en seres egoístas, incapaces de sentirnos parte de la especie humana, resultado y herencia de la aventura que ha vivido la humanidad a través de los siglos, en el que hemos avanzado gracias al esfuerzo de los que nos antecedieron. Para este grupo de personas solo existe el hoy y el ahora. Sin complicación alguna sobre la complejidad de la existencia, sin preguntas sobre el verdadero y profundo sentido del rol de la humanidad en la historia. Vida sin complicaciones. Vida sin preguntas. Vida para lograr acumular cosas materiales.
La realidad del ahora es más profunda en el grupo de los despojados de todo y nada al mismo tiempo. Ellos no pueden pensar en que formamos parte del universo, ni que importantes en la humanidad. Su vida se concreta en la comida que pueden conseguir, en poder llegar al mes con el hambre histórica a cuestas.
Me dejé llevar por mis pensamientos, mientras estaba sentada frente al mar. Estaba acompañada de Rafael, que cerraba los ojos y se dejaba llevar por sus pensamientos. Como siempre en silencio, pensando y meditando. Yo también me dejé acompañar por la soledad y mis pensamientos. Volví a pensar en la dualidad existencial que siempre han planteado los taoístas. Cada uno es importante en el universo, aunque seamos solo una ínfima parte. Pero el universo no es el yo individual, es el YO colectivo, con el otro y por el otro. Amar y aceptar que no podemos SER en solitario. Somos humanidad, somos universo. Estamos en la tierra, en el sistema solar, y compartimos el espacio con otros sistemas y galaxias muy poco conocidas.
Y así, sentada en mi silla, mirando el mar hasta que se corta en el horizonte, pensé en lo difícil que es entender la condición humana. Me sentí triste porque constaté ¡otra vez! Cuán alejada se encuentra NUESTRA HUMANIDAD de ese sentimiento de pertenencia a un TODO. Las divisiones nos acechan, la guerra es una realidad más que posible, cuando el poder mundial está en manos de personas insanas. El terrorismo arropado de irracionalidad religiosa canalizada en contra de occidente nos convierte en presas fáciles, donde la seguridad se convierte casi en una quimera.
Y mientras pasa la vida, yo estoy sentada en el mar, viendo el horizonte, pensando, disfrutando la brisa que golpea incesantemente mi cara, jugando con la arena utilizando mis pies de pala improvisada, volví a pensar en la vida y a hacerme miles de preguntas.
La inmovilidad de mi cuerpo contrastaba con la velocidad de mis pensamientos y sentimientos. El corazón me latía aceleradamente. Yo sola pensando en el universo, en las galaxias conocidas y desconocidas, en la humanidad como un todo, en la individualidad como parte de ese conjunto difícil, heterogéneo que niega la unidad y aboga mejor por la división y los intereses. Y en esa lucha sin cuartel, destruimos nuestro espacio, los fenómenos naturales se suceden uno detrás de otro dejando a su paso muerte y destrucción.
Me levanté de la silla, comencé a caminar por la playa, vi las olas del mar que iban y venían, las aves que jugaban en su vuelo por el cielo, las piedras golpeadas por el agua y el horizonte a lo lejos. Quise dejar a un lado mis pensamientos tan complejos y profundos, para disfrutar sencillamente de esa hermosa experiencia sensorial debajo de las nubes que coquetean con el sol, y comienzan a danzar al compás de la brisa, formando dibujos que desatan la curiosidad de los que las observamos. En ese juego de adivinanzas me olvidé del Todo y de la Nada, de lo importante e insignificantes que somos en el universo, en una doble dimensión de pequeñez y grandeza.

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