Reflexiones sobre la diversidad cultural

Reflexiones sobre la diversidad cultural

“Sería posible que bajo el efecto conjugado de la urbanización, del cambio de lugares y modos de vida, de minucias que la frecuencia de las tecnologías modernas conllevan a menudo, cerca del 90% de las lenguas del mundo desaparecerían, y con ellas, partes considerables de nuestros patrimonios culturales. Los idiomas expresan en efecto, algo más que las lenguas, ellos vienen del fondo de las edades, cargados de sedimentos culturales que conforman el abono de nuestro devenir”. –
Federico Mayor
Ex-Director General de la UNESCO.

POR DELIA BLANCO

Reflexionando sobre el complejo tema de la diversidad cultural, del pluralismo que nos interroga a todos y todas en este nuevo siglo XXI, que nos ubica en el corazón de lo político con la interrogante del multiculturalismo como ideal democrático, como postura que nos lleva al cruce de las ideas, desde un ángulo teórico y práctico a la vez, reconociendo las necesidades tecnológicas y globales, considero que el primer paso para encontrarnos nosotros mismos, en nuestros modos de vida, en nuestras raíces y pertenencias que conforman nuestra cultura e identidad es fundamental para un proyecto multicultural, en el que la cultura sea un agente económico activo y productivo.

Es un momento de alejarnos de la intolerancia y rechazar todo tipo de exclusión; es momento de reflexión y de construcción. En marzo de 1998, en el marco de la Conferencia intergubernamental sobre las políticas culturales para el desarrollo, convocada por la UNESCO en Estocolmo, Federico Mayor, el entonces y por 12 años Director General de la UNESCO, declaraba: “Cada uno de nosotros será entonces rodeado por el otro, por la alteridad. El otro, así multiplicado, lleva un nombre: la diversidad. Mantener la diversidad de los individuos en la unidad del proyecto colectivo, he ahí el reto”.

Sobre el tema de la mundialización, él evocaba las desigualdades en término de las técnicas de desarrollo de las técnicas de comunicación y así mismo de los riesgos que esto engendra, que  con mucho acierto Federico Mayor llama la homogeneización y uniformización.

El tema de la mundialización fue uno de los más tratados e importantes de fin del siglo XX, porque por primera vez en la historia, las telecomunicaciones y el mercado mundial han puesto en contacto permanente a todas las culturas del mundo, lo que acarrea beneficios, pero también limitantes.

En la citada conferencia de Estocolmo, la anterior Ministra de Cultura de Francia definía en tres puntos la diversidad cultural, los cuales fueron retomados y reafirmados por la Ministra Catherine Tasca:

• Hacer reconocer que los productos culturales no son mercancías como los demás.

• Hacer lo necesario para que sean preservados los sistemas de ayuda al desarrollo cultural, insistiendo particularmente en el Acuerdo Multilateral de Inversión, en el marco de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, como en futuras negociaciones que se abran en la Organización Mundial del Comercio.

• Hacer reconocer en todas partes los derechos de autor, condición indispensable para el desarrollo de la creación, con sus debidas consecuencias en las industrias culturales.

El principio multicultural fue acogido en Europa en los años 80 y hoy influye y trasciende el mundo de las ideas políticas. Detrás del debate filosófico y ético de la mundialización, se ubica el verdadero debate y la definición de las reglas del juego económicas e ideológicas.

Se repiensan las orientaciones de nuestras sociedades, especialmente en el plano socio-económico, donde se han producido serios avances, orientándonos hacia la “aldea global” de la que hablaba Mac Luhan, obligando a re-pensar nuestros sistemas.

Como lo definió el sociólogo Jean Baudrillard, estamos en la búsqueda de nuevos lenguajes, de nuevas maneras de ser y de estar juntos, de nuevas figuras del saber, de nuevos espacios de creatividad. Todo esto se presta a numerosos debates y confrontaciones de opiniones.

Otra aproximación, la del sociólogo Alain Touraine, para quien la democracia está encargada de defender y de producir la diversidad cultural, aunque él duda de que ésta haya progresado y le reconoce más bien haber perdido su capacidad movilizadora. La definición de Touraine sobre democracia cultural consiste en “reconocer la diversidad de las trayectorias, de los proyectos, de los orígenes”.

La democracia, entre identidad y ciudadanía, es, para Touraine, el instrumento de reconocimiento del otro y de la comunicación cultural, y agrega: “¿Podremos vivir juntos, iguales y diferentes?

Una  experiencia personal de  los  años  90  me  confirma  que  esto  es posible. Viví un  tiempo en  la isla  Mauricio, donde  un  millón  de habitantes hablan  más  de cuatro idiomas;  practican  seis religiones; se  comunican en  diversas  lenguas étnicas, y  conviven en  un   sistema socio  económico de alta tecnología, agricultura tradicional, zonas  francas, economía  de  trueque y bolsas  de  valores integradas a  la  bolsa  de  Londres, una de las más importantes del mundo. Puedo  asegurar  que  en  medio  de  tantas  diferencias  y  contrastes,  asistí a una  formidable sinfonía de convivencia  y  democracia,  en un  caldo cultural extraordinario, entre  hindúes, criollos,  europeos, asiáticos,  tamules, cristianos, musulmanes, budistas, en fin, todo  un laboratorio humano donde  la  esencia es  “ser ciudadano  mauriciano”.  Desde  entonces, estoy  convencida de que  la  pluralidad, la  diferencia, la  tolerancia  y  el  conocimiento  y  reconocimiento  del  otro,  son los  frutos de  la  democracia  y  de la  cultura  de  nuestros  tiempos.

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