Todo el universo es dinámico, desde la actividad subatómica del mundo a escala cuántica hasta los más lejanos cúmulos de galaxias. Todo está en constante movimiento, cambiando de forma continua. Sin embargo, existe una ilusión de estabilidad colectivamente compartida, porque el cambio constante a veces es poco perceptible. Por ejemplo, tendemos a no darnos cuenta de que nuestros hijos o hijas ya han crecido. Pero alguien que no vive en casa, viene y nos dice con asombro: ¡Cuánto ha crecido tus hijos!
Por otro lado, cuando los cambios se dan fuera de nuestras escalas perceptuales, tienden a pasar desapercibidos. Por ejemplo, nuestras células están en constante movimiento e interacción y, sin embargo, ese movimiento no lo vemos al observar el cuerpo de alguien.
De igual modo las sociedades son dinámicas, están en cambios constantes. Pero comúnmente no nos damos cuenta de ello. Además, en el mayor de los casos dicha dinámica está enmarcada dentro de unos límites socialmente establecidos que condicionan su evolución. De manera que tienen que darse cambio en dichos marcos para poder redirigir la dinámica social en otra dirección. Estos marcos son los paradigmas que encaminan el rumbo de una determinada dimensión de la sociedad.
En este sentido, una revolución tiene que ver con producir un cambio o transformación radical y profunda en el paradigma de alguna dimensión de la estructura social. Comúnmente, como pensaba Kuhn, las revoluciones se dan cuando los paradigmas ya no tienen la capacidad de responder adecuadamente a los nuevos retos del momento.
La Revolución Industrial produjo cambios profundos en la dimensión educativa, de ahí se crea un modelo de educación industrial. Interesantemente nuestra sociedad ha cambiado mucho desde entonces y, sin embargo, el marco industrial de la educación sigue siendo el mismo. En este punto podrían cuestionar ¿y qué de todos los cambios de paradigmas educativos en todo el siglo XX? Lo interesante con todos esos cambios es que sólo cambiaron los ingredientes del pastel, pero lo echaron en el mismo molde, y aún seguimos haciendo lo mismo.
De manera que, una revolución educativa amerita remover los cimientos mismos de la educación industrial. Desde luego, no creo que esto le haga mucha gracia a nuestro sistema de educación formal tradicional. El cual, después de casi dos siglos está muy acomodado a dicho esquema.
Contra todo pronóstico, actualmente, en República Dominicana, asistimos a una “Revolución educativa”. Sin embargo, no es la revolución educativa del pueblo dominicano, sino “La Revolución Educativa del Presidente…”. Y aquí cabe cuestionarse sobre el valor de una revolución educativa que no sale del pueblo, sino que es impuesta desde arriba y desde fuera. En la que el pueblo es un objeto pasivo. Pues hasta el modelo curricular proviene de otro lugar, no es una construcción endémica sobre la base de la realidad contextual.
Los pilares de esta revolución educativa que viene desde arriba hablan de mantener más tiempo a estudiantes en la escuela para que papá y mamá puedan salir a trabajar, para que los y las estudiantes puedan comer y para darles “educación de calidad”. Desde luego, el sistema de producción capitalista necesita que los adultos produzcan y que las escuelas sean guarderías de adoctrinamiento en donde se produzcan nuevos empleados para el sistema de producción.
También se habla de desarrollar el pensamiento crítico, algo realmente admirable. Pero que al venir desde quienes manejan el poder es poco creíble. Pues serán pocos los que estén dispuestos a poner el pueblo a razonar críticamente, y de esa manera empoderarlo. Decía Foucault que la mejor forma de no hablar de algo es hablando mucho de ello. Así que lo mejor es hacer creer que estamos educando al pueblo para que sea crítico, cuando en realidad no es así.
Llegados a este punto es necesario que podamos plantearnos una revolución educativa que salga desde el pueblo, en donde el pueblo se productor activo de la misma y no receptor pasivo. Una revolución que logre cambiar el molde industrial y no una que siga agregando nuevos ingredientes para tener el mismo pastel, sólo con diferente sabor y contextura. Es necesario una revolución que responda al contexto dominicano, no que siga consistiendo en ajustar modelos copiados del exterior en donde el intelecto dominicano tiene poco que aportar. ¿O es que de esa revolucionaria educación dominicana no puede salir nadie que tenga la capacidad para construir algo diferente?