Reportaje
Inchaústegui entrega
sus libros al Archivo

<STRONG>Reportaje</STRONG><BR>Inchaústegui entrega <BR>sus libros al Archivo

En gesto generoso poco común, Arístides Incháustegui  pasó al Archivo General de la Nación su biblioteca, sus colecciones de revistas y periódicos, cientos de fotografías, manuscritos y novedosa documentación de sus archivos, alguna inédita.

Los libros,  en gran mayoría ediciones originales, únicas, agotadas, de circulación limitada, suman alrededor de nueve mil volúmenes por lo que fue preciso habilitarlos en una sala especial donde se identificarán como “Colección Incháustegui”.

El reconocido historiador y artista que también dedicó cinco años a estudios de medicina, comenzó a formar este acervo prácticamente desde su niñez después de aprender a leer con las revistas “Billiken”, “Leoplán” y “Pif-Paf” que le prestaba Martín Reyes, vendedor ambulante de publicaciones, con la condición de que se las devolviera intactas. De ahí el cuidado con que trató este patrimonio que a pesar de la antigüedad de muchas obras se mantiene en estado perfecto. Roberto Cassá, profesor de historia de Incháustegui, reconoce en su antiguo discípulo a “un meticuloso coleccionista”.

Julio Postigo, administrador de la Librería Dominicana y editor de las obras del padre de Arístides, Joaquín Marino, reputado historiador que trascendió el ámbito local, siguió influenciando al muchacho en la lectura pues le entregaba volúmenes con cargo a la cuenta del papá.

A los once años se adentró profundamente en los libros gracias al  padre Rafael Bello y a esa edad se internaba en la famosa Librería Herrera, especie de “bazar oriental donde se podía encontrar todo lo imaginable”. El pintor José Ramírez Conde lo interesó en temas filosóficos.

Arístides hace este recuento de su infantil pasión ante la sorpresa de tal cantidad y diversidad de libros que son un reflejo de su personalidad versátil.  Se define como “un inseguro del conocimiento que siempre ha querido comenzar de cero”. Cassá refiere que “Arístides decía: “Quiero todo lo que ha escrito Peña Batlle, por ejemplo, y no sé cómo, pero lo encontraba”.

Todos sus recursos económicos, atención, vida, estuvieron motivados en documentarse según sus intereses coyunturales. En esta biblioteca están contenidos los más variados temas. Es principalmente de autores dominicanos y sobre Santo Domingo pero hay volúmenes de casi todos los países del mundo, en diferentes idiomas.

A ediciones originales de Emilio Rodríguez Demorizi, Vetilio Alfau Durán, Juan Bosch, Joaquín Balaguer, José Gabriel García e hijos, fray Cipriano de Utrera, los Incháustegui –su abuelo Joaquín Sergio, su padre, sus tíos Héctor y Sixto Incháustegui Cabral, su tío abuelo Santiago (Chaguito) Incháustegui-  agrega inmensidad de latinoamericanos.

Heredero del haber que su padre dejó en el país –porque llevó una parte para España que  donó a la Universidad Madre y Maestra- Arístides incorporó rarezas bibliográficas que adquirió en Alemania, donde residió dos años, y en famosas librerías de Estados Unidos, donde también vivió. Allí “se lee más y uno aprende a  interiorizarse en los periodos de frío invierno”. expresó.

Excepcionales.  Entre las rarezas está “Trujillo y su obra. Apuntes sobre la vida y obra política de un Jefe de Estado”, que publicó Balaguer en 1934 y fue recogido rápidamente. Que se sepa, sólo se conservan originales en la biblioteca de Vetilio Alfau y en la de Arístides.

De cada libro, el notable escritor cuenta una extraña historia o singularidad. Habla de “Santo Domingo y su jefe”, escrito por Osvaldo Bazil en 1934; de un Compendio de la historia de Santo Domingo, de José Gabriel García que vino con preguntas y respuestas, una edición de 1867, que fotocopió y la original de 1879. Se explaya comentando “Blood in the streets”, de Albert Hicks, 1946, comprado por Trujillo a través de Flor de Oro, y que buscó con ansiedad porque decían que hablaba de la muerte de Van Elder Espinal; de la “Reseña histórica de Baní”, de Joaquín Sergio Incháustegui,  primer libro de provincias publicado en la República, en 1930.

También platica sobre “El espíritu de la renovación”, de Francisco Prats Ramírez, 1932; de “Las noches” que publicó Manuel Rueda en 1949; de “Caminos cristianos de América” y “Trujillo, el constructor de una nacionalidad”, editados por Gilberto Sánchez Lustrino en 1942 y 1938, respectivamente. Manuel del Cabral, Federico García Godoy, Fernando Arturo de Meriño, Antonio Delmonte y Tejada, Hugo Eduardo Polanco Brito y muchos otros surgen en su recuento.

A ellos agrega una extraña obra de Alfred Viau, candidato a la presidencia de Haití a quien conoció en la Universidad  en 1957 cuando éste aprovechó su exilio para estudiar y publicó: “Negros, mulatos y blancos”, 1955; “Llamado a mis conciudadanos”, 1956; “Toussaint Louverture considerado a la luz de sus actos y actitudes”, 1958. Alfred era el padre de Jacques Viau Renaud, fallecido en combate en la guerra de abril. Arístides considera que estos libros son valiosos, también, para conocer otra visión de las relaciones dominico-haitianas.

Incháustegui pasó al Archivo General de la Nación, además, más de 700 fotografías de personalidades de diferentes épocas, un índice inédito del suplemento “Isla Abierta” del periódico HOY, revistas y periódicos políticos, religiosos, literarios, de 1907 hasta el presente y   obras de colecciones institucionales. “El mejor sitio donde debían quedar es el Archivo General de la Nación, con Roberto, esperando en Dios que cuando él no esté, quien venga siga ese lineamiento progresivo que él ha implementado para impulsarlo al nivel donde está”, comunicó.

Roberto celebró la actitud generosa de Arístides, valoró la extraordinaria colección y anunció que es un complemento que enriquecerá el proyecto de formar una biblioteca especializada en historia. Se pondrá a disposición del público.

Arístides nació en Ciudad Trujillo el tres de mayo de 1938, hijo de Joaquín Marino Incháustegui y María Teresa Reynoso, afamada cantante que formaba dueto con su hermano Domingo, barítono. Durante 42 años estuvo casado con Ana Luisa Bermúdez, fallecida recientemente.

Es el padre de Luis Arístides Incháustegui Sánchez y Adriana Teresa Incháustegui Oghidanian.

Confesó que Internet y los avances de la informática le llegaron demasiado tarde y ha preferido “seguir aferrado al libro”.

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