De Bloomberg
Los ecologistas que antes defendían el biocombustible como forma de disminuir la polución ahora se están oponiendo a un programa de Estados Unidos que pone combustibles renovables en los coches, invocando emisiones de dióxido de carbono superiores a las esperadas y la reducción de los hábitats de la vida silvestre.
Más de una década después que los conservacionistas persuadieron al Congreso de que agregase etanol hecho con maíz y otros biocombustibles a la gasolina, algunos grupos se arrepienten del derrame de residuos líquidos agrícolas en vías navegables y la conversión de praderas en tierras para cultivo que resultaron de ello, lo que aumenta las probabilidades de que los legisladores intenten modificar el programa el año que viene.
«Los grandes grupos ecologistas que apostaron a los biocombustibles están dándose cuenta tácitamente de que metieron la pata», dijo John DeCicco, profesor de Investigación del Instituto de Energía de la Universidad de Michigan, que trabajó en estrategias automovilísticas para el Environmental Defense Fund.
«Es muy duro para aquellos que -digamos- odian visceralmente el petróleo pensar que esa alternativa que veníamos promoviendo hoy es peor que el petróleo».
La ofensiva de los ecologistas podría impulsar iniciativas estancadas desde hace mucho tiempo en el Congreso de reformar la Norma de Combustible Renovable (RFS, por sus siglas en inglés), entre ellas la de limitar la cantidad de etanol tradicional de maíz requerida; el reclamo de una modificación pone a los ecologistas lado a lado con las organizaciones de combate contra el hambre e incluso con la industria petrolera. El RFS obliga a las refinerías a mezclar cantidades cada vez mayores de biocombustible en la oferta de gasolina. Actualmente, la mayor parte de esa exigencia se cumple con etanol de maíz, que representa cerca del 10% de la gasolina estadounidense y aporta oxígeno para que el combustible arda de forma más limpia.
Consecuencias inesperadas. En 2014, el Natural Resources Defense Council utilizó un informe de 96 páginas para proclamar los beneficios ilimitados del biocombustible: menos emisiones causantes del calentamiento global, una mejor calidad del aire y más hábitats para la vida silvestre.
En vez de eso, los agricultores araron millones de hectáreas de pastizales para cultivar maíz para producir etanol y los residuos líquidos de los fertilizantes contribuyeron a crear una zona muerta en el Golfo de México. Los científicos advirtieron que las emisiones de dióxido de carbono generadas por el etanol de maíz eran más elevadas de lo esperado. Además, las alternativas que utilizan pasto varilla, algas y otros materiales vegetales no comestibles están tardando en penetrar el mercado.
Para sus simpatizantes y detractores, el debate por el RFS es políticamente complicado. En el Capitolio, el tema divide a los republicanos en líneas regionales: los legisladores del cinturón maicero del país están decididos a preservar el programa que según ellos ayuda a impulsar los precios de la materia prima. Los grupos ecologistas que buscan modificarlo se arriesgan a alienar o hacer enojar a sus aliados de confianza, entre ellos los defensores de la ecología en la Cámara de Diputados y el Senado que adoptaron posturas pro-RFS hace años. Además, la campaña para reformarlo crea alianzas incómodas entre las grandes petroleras y grupos ecologistas que combaten los combustibles fósiles.
Peter Welch, diputado demócrata por Vermont y uno de los principales patrocinadores de leyes que restringirían los volúmenes de etanol a 9.7% de la demanda proyectada de gasolina, dice que las inquietudes crean el marco para que intervenga el Congreso.
«Que esos grupos ecologistas respetados cambien de opinión y digan que el etanol de maíz no sirve les dará mucho impulso, comodidad y protección a los demócratas de distritos electorales ecologistas», dijo Welch. «Veremos a más demócratas comenzar a cuestionar que este mandato sea acertado».