Rey Abdulá, un modernizador gradual en Arabia Saudí

Rey Abdulá, un modernizador gradual en Arabia Saudí

RIAD, Arabia Saudí. Los cambios que introdujo parecieron diminutos para el resto del mundo. Pero en un reino donde los clérigos ultraconservadores conservan un férreo control sobre todos los aspectos de la sociedad, las crecientes reformas del rey Abdulá tuvieron un gran efecto.

Cuando Abdulá tomó la iniciativa sin precedentes de abrir una nueva universidad donde hombres y mujeres se mezclarían en las aulas, dentro de su campaña gradual para modernizar Arabia Saudí, encontró oposición entre los grupos de línea dura que forman la base de la poderosa clase religiosa. Un jeque osó decir abiertamente que la mezcla de sexos en la universidad del monarca era “un gran pecado y un gran mal”.

Abdulá respondió con dureza: despidió al crítico del organismo estatal de clérigos que marcan las pautas para la vida en el país. Arabia Saudí, una de las mayores exportadoras de petróleo del mundo, está gobernada por una mezcla de tradiciones tribales y la que quizás sea la interpretación del islam más estricta del planeta.

La familia real prefiere actuar en un segundo plano, evita la confrontación directa, elude quedar en primera línea y se inclina más por el cambio paulatino que por las reformas radicales. Pero Abdulá, que murió el viernes a los 90 años tras casi dos décadas en el poder, actuó en ocasiones con una contundencia poco habitual para un monarca saudí.

En casa, los resultados eran reformas como progresos para las mujeres, que resultaban sorprendentes —al menos dentro del reino— y una dura represión de los milicianos de al-Qaida. En el extranjero, sus métodos supusieron una poderosa afirmación de la influencia saudí en todo Oriente Medio. Respaldado por su principal aliado, Estados Unidos, el rey intentaba hacer frente al creciente poder de su mayor rival, la Irán de mayoría chií, dando forma al mundo árabe a través de nuevas líneas con un bando a favor y otro en contra de Irán.

En Siria, Abdulá intervino de forma indirecta en la guerra civil que estalló en 2011. Apoyó y armó a los rebeldes que luchaban por derrocar al presidente, Bashar Assad, y presionó al gobierno de Obama para que hiciera lo mismo. La milicia Jezbolá, aliada de Irán, y grupos armados chiíes iraquíes acudieron para respaldar a Assad, y el conflicto consiguiente ha dejado cientos de miles de muertos, empujando a millones de sirios a dejar sus hogares.

En diferentes conflictos, las hostilidades entre suníes y chiíes en la región cobraron vida propia, alimentando la militancia suní. La guerra de Siria ayudó a la formación del grupo Estado Islámico, que tomó grandes extensiones de Siria e Irak. La creciente militancia llevó a Abdulá a aportar potencia aérea saudí a una coalición liderada por Estados Unidos contra los extremistas.

En otros países, Abdulá fue un defensor con voluntad de hierro en favor del status quo, plantándose ante cualquier presión de la calle para cambiar a la fraternidad autocrática de monarcas, emires y jeques árabes suníes que gobiernan la región del golfo Pérsico desde Kuwait hasta Omán.

También acudió en auxilio del gobierno egipcio de respaldo militar cuando éste derrocó al presidente islamista del país. En marzo de 2011 envió tropas para liderar una fuerza militar en Bahréin para ayudar a la corona de la diminuta nación insular a aplastar protestas chiíes que pedían más derechos.

Y en su país empleó una mezcla de intimidación y generosidad para aplastar las peticiones de cambio, anunciando un paquete de 90.000 millones de dólares en incentivos, empleos y servicios a principios de 2011 mientras lanzaba a la policía antimotines a aplastar las manifestaciones callejeras, especialmente de la minoría chií en el este del país.

“Podría decirse que Abdulá fue en cierto modo el líder de la anti Primavera Árabe”, comentó Ehsan Ahrari, analista político en Alexandria, Virginia, que sigue asuntos de Oriente Medio. En último término, el rey reforzó la alianza de su país con Estados Unidos con una estrecha cooperación contra al-Qaida e Irán. Poco después de la muerte del monarca, el presidente de Estados Unidos, Barack Obama, dijo que “siempre fue sincero y tuvo el valor de sus convicciones”.

En su comunicado, el presidente añadió que su “firme y apasionada creencia en la importancia de la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudí para la estabilidad y seguridad en el Medio Oriente y otras regiones” formarían parte del legado de Abdulá. Y cuando había diferencias entre ambos aliados, el rey las dejó claras.

Se resistió a la presión de Washington de acercar posiciones con el primer ministro iraquí Nuri al-Maliki, un chií respaldado por Estados Unidos al que consideraba como un mero instrumento de Irán. Le frustraba que Washington no progresara en el proceso de paz árabe-israelí, especialmente tras lograr apoyo árabe a un amplio plan que ofrecía a Israel paz con todos los países árabes si se retiraba de las tierras árabes ocupadas en 1967.

“Una vez el rey ha perdido confianza en un homólogo, su antipatía personal puede convertirse en un serio obstáculo a las relaciones bilaterales”, señaló un cable enviado en 2010 por la embajada estadounidense para informar a la secretaria de Estado, Hillary Rodham Clinton. “Reflejando sus raíces beduinas, juzga a sus homólogos basándose en el carácter, la honestidad y la confianza”, indicó el texto. “Espera consultas de buena fe, no sorpresas”.

Abdulá nació en Riad en 1924, hijo de una de las muchas esposas del rey Abdul-Aziz Al Saud, fundador de Arabia Saudí y que según medios tuvo más de 40 hijos. La madre de Abdulá era de una influyente tribu beduina conocida como shammar, que era rival del clan del rey.

El matrimonio había sido un aparente intento de suavizar diferencias. Como todos los hijos de Abdul-Aziz, Abdulá recibió una educación rudimentaria. Su estricta educación se refleja en los tres días que pasó en prisión cuando era joven, castigado por su padre por no ceder su asiento a un visitante en una infracción de la hospitalidad beduina.

Alto y fornido, se sentía más cómodo en el Nejd, el corazón desértico del reino, montando sus caballos preferidos y cazando con halcones. Incluso cuando el dinero del petróleo transformó Arabia Saudí, Abdulá —que tartamudeó desde niño— nunca pareció cómodo con los fastos de gran fortuna que abrazaron algunos de sus parientes.

Abdulá fue nombrado jefe de la Guardia Nacional saudí. Se le designó príncipe heredero en 1982, el día que su medio hermano Fahd ascendió al trono. Se convirtió en gobernante de facto en 1995, cuando una apoplejía incapacitó a Fahd.

En ese tiempo lideró las negociaciones nacionales que reunieron a las diversas facciones, tribus y sectas del país para abordar sus necesidades y revisar sus demandas. Asumió oficialmente el trono cuando éste murió en 2005.

Su sucesor inmediato, su medio hermano Salman, fue nombrado rey tras la muerte de Abdulá. Salman, de 79 años, era ministro de Defensa desde 2011. El nuevo príncipe heredero es Muqrin, que durante un tiempo dirigió la agencia de inteligencia saudí y es el más joven de los hijos de Abdul Aziz. Aun así, tiene 69 años.

En el futuro, el consejo que designa a los herederos tendrá que enfrentarse a una decisión que podría causar divisiones: cómo transmitir el trono de los envejecidos hijos del rey Abdul-Aziz a la siguiente generación, los nietos. Eso podría poner la sucesión en manos de una rama de la familia a expensas de las otras.

El desempleo sigue siendo alto entre los menores de 25 años, que suponen en torno a la mitad de la población. Internet y la televisión por satélite, aunque censurados en el país, están salpicados de críticas y bromas sobre los problemas del país.

El reinado de Abdulá incluyó pequeñas aperturas hacia la variedad en el reino. Poco después de que asumiera el mando, los colores y las telas brillantes se colaron despacio entre los negros abayas que las mujeres deben vestir en público. Las rancias cadenas estatales de televisión empezaron a poner música, prohibida durante décadas.

Las ferias literarias se abrieron a escritoras y libros prohibidos. Pero había límites en sus avances, dado que la legitimidad de la familia real está estrechamente ligada a los clérigos de línea dura saudíes afiliados a la interpretación wahhabi del islam, que impone una estricta segregación entre sexos y permite decapitaciones y latigazos públicos. Por ejemplo, Abdulá no respondió a las demandas de que permitiera a las mujeres conducir vehículos.

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