Rey de la barandilla

Rey de la barandilla

Tengo suerte para que las gentes me cuenten historias menudas acerca de los barrios donde viven, sobre las dificultades que confrontan: con el agua, con la energía eléctrica, con los ladrones en motocicletas. Mi oficio de columnista de periódico me aproxima a la privilegiada condición de “confesor laico”. Algunos, mañosamente, me abordan con la esperanza de que yo divulgue lo que ellos no se atreven a decir en público. Pero la mayor parte de estos “narradores de sucesos urbanos” procede de buena fe. Confían en que haya alguien que les ayude a sortear las dificultades de una ciudad populosa con poca protección policial.

Esas “confidencias” o “revelaciones” tienen lugar en el supermercado, en el banco, la farmacia; se desarrollan de pie, sin la ocultación formal de la rejilla de un confesionario. Durante los viajes que hago al interior del país, por motivos relacionados con mi trabajo, me ocurre igual. En los paradores de las carreteras, en iglesias y museos, escucho personas que expresan sus opiniones políticas; o su inconformidad ante tal o cual problema social, administrativo, forestal, de señalización vial. He llegado a creer que, con tantas informaciones, puedo elaborar una encuesta parecida a las de “Gallup”; sin utilizar las técnicas, sociológicas y estadísticas, que emplea Rafael Acevedo en sus “sondeos de opinión”.

Desde luego, cada individuo compone su opinión acerca de la sociedad a partir de sus prejuicios, influido por las personas que le rodean, por mitos sociales difundidos por grupos interesados. Esas son las inevitables “impurezas de la realidad”. Con ellas tienen que contar también el “mercadólogo” y el encuestador científico, ¿Cuál es tu cantante predilecto? ¿Quién es tu político favorito? ¿Cómo se llama el funcionario más detestable de todo el país? Todos tienen su héroe y su villano.

Han llegado a tales conclusiones sin el auxilio de “expertos en la conducta”, sin consultar con los visitadores sociales de barrios marginales. Con lo que oyen por la radio y en las tertulias es suficiente. Se puede aprender mucho de los toros viéndolos desde la barrera, sin veterinario, ni ganadero, ni banderillero. Cada dominicano es un “rey de la barandilla”; opina, decreta, juzga, condena y absuelve. Política es una película para mirarla desde la barandilla.

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