Rusia en los años sesenta en el siglo XIX:
La liberación de los siervos

Rusia en los años sesenta en el siglo XIX: <BR>La liberación de los siervos

POR LUIS O. BREA FRANCO
Los años siguientes a la muerte de Nicolás I en 1855, fueron para Rusia años de grandes reformas. El nuevo zar, Alejandro II, hijo de Nicolás, actuó desde el principio con prudencia y moderación. Sabía que no podía gobernar de otra manera para que la sociedad pudiera dar salida a la tremenda compresión social acumulada en treinta años de tiranía.

Durante su reinado la vida rusa fue sometida a reformas fundamentales, que se actuaron principalmente durante sus primeros diez años de gobierno, esto es, desde 1856 hasta 1866. Luego, acontecimientos internos y de política exterior provocaron la aparición de una nueva fase de políticas conservadoras.

La principal reforma realizada fue la abolición de la servidumbre de la gleba, que otorgó libertad a más de 20 millones de campesinos. La situación del campesinado cuando comenzó la segunda mitad del siglo XIX, era insostenible y se dejaba sentir en toda la nación una inquietud muy extendida por lo que podía acontecer.

La derrota en la guerra de Crimea (1855) abrió los ojos a la sociedad de que la situación de la servidumbre era insostenible. La impotencia del ejército ruso frente a los de Francia e Inglaterra promovió los sentimientos reformistas.

El barón Von Haxthausen, estudioso alemán de asuntos económicos, en el decenio del cuarenta había retratado el problema: «La servidumbre se ha convertido en un hecho contra la naturaleza y pronto será imposible mantenerla. Todas las personas inteligentes lo reconocen abiertamente. El problema más importante es su abolición sin desencadenar una revolución».

Alejandro II, en marzo de 1856, realizó una declaración programática a la nobleza de Moscú: «Es mejor abolir la servidumbre desde arriba, que esperar que un día comience a abolirse por sí misma, desde abajo».

A partir de ese momento, el estudio de las posibilidades de la liberación saltó a los medios de opinión pública, lo que provocó gran entusiasmo entre los rusos que vivían en el exilio –Herzen, Bakunin y los exiliados polacos. Inmediatamente decidieron, mediante una campaña de prensa moderada y paciente, apoyar los intentos del zar. El «Úkasse» liberalizador fue firmado el 19 de febrero de 1861.

El cambio fundamental fue histórico: hizo del siervo un hombre legalmente libre. Empero, esta libertad va a ser, en realidad, coartada por la estructura social, económica y cultural vigente en Rusia, la que no podía modificarse por decreto.

Los siervos obtuvieron todos los derechos civiles. Podían cambiar de residencia, previo el pago de los impuestos, los cánones al «mir» y el permiso de éste: el «mir» era la autoridad colectiva que gobernaba las aldeas campesinas y regulaba el uso colectivo de las tierras por ellos mismos. La mayoría de los siervos se benefició del disfrute perpetuo de su propia casa y recibió un lote de tierra equivalente –en teoría- al que tradicionalmente cultivaba.

Los propietarios perdieron el derecho de poseer campesinos; de venderlos, entregarlos en pago a una deuda, de transferirlos de un lugar a otro, de imponerles un tipo de trabajo, de castigarlos, etc. Empero, fueron muchas las trabas que se impusieron para otorgar la libertad que formalmente venía reconocida.

El «Úkasse» sólo se refería a los campos cultivados; las otras tierras de la aldea: los bosques y las tierras comunales quedaron como propiedad de los «señores».

El proceso se efectuó respetando las tradiciones e instituciones locales, pues Rusia era -y continúa siendo- un calidoscopio de nacionalidades. Esta circunstancia provocó que las comisiones locales encargadas de aplicar la reforma estuvieran dominadas por los propietarios, que condujeron el proceso liberador en propio provecho.

La mayoría de los campesinos emancipados permanecieron en sus aldeas, ya que no se habían separado de sus lugares de nacimiento sino en casos excepcionales, principalmente por decisión de sus patrones. El Estado les impuso pagar una indemnización por el usufructo de las tierras, que en muchos casos se extendería hasta por 50 años; mientras que, por otro lado, compensaba a los antiguos propietarios con adelantos en forma de bonos y obligaciones del Estado.

La fundamentación económica de la reforma fue la consideración de que los campesinos liberados producirían no sólo para ellos y sus familias, sino para el consumo nacional, ayudando de este modo a reducir el notable endeudamiento de Rusia con el exterior por importación de alimentos. Esta meta se habría logrado, si el proceso de liberación y el reasentamiento de los campesinos se hubiese realizado de manera eficiente. Empero, la pesada burocracia estatal y el choque de tantos intereses concretos creó una situación de inconformidad en todos.

Los campesinos se atrasaron en los pagos del rescate de las tierras, en parte porque éstas eran generalmente las más pobres, las peor situadas y las menos productivas, y en sentido general, por las deficiencias de las técnicas agrícolas empleadas por los campesinos; y porque no se previó la adquisición de maquinarias. Además, como consecuencia del atraso de los campesinos en pagar su rescate al Estado, el valor de los bonos y las obligaciones que éste había emitido para pagar a los propietarios precipitaron, y poco a poco, fueron cayendo en una desvalorización acelerada que llevó a la ruina a muchos propietarios y provocó una difícil situación económica a mediados de la década del sesenta.

Dostoievski refleja en «Crimen y castigo», escrita durante ese período, el otro aspecto de la liberación, la aglomeración en las grandes ciudades de jóvenes hijos de antiguos siervos, de propietarios empobrecidos y de truhanes y revoltosos, cuya consecuencia fue una acelerada degradación moral y espiritual.

Aconteció, que muchos propietarios pusieron en venta sus posesiones, pensando que de esta manera podrían obtener algún beneficio inmediato, con el cual poder continuar a vivir ociosamente, pues en su gran mayoría estaban desligados de sus propiedades, que eran administradas por funcionarios locales corruptos; no estaban capacitados ni dispuestos a regresar al campo a administrar sus tierras con criterios productivos, ahora que no tenían siervos.

Desde 1861, después de pasada la euforia de la liberación, a lo largo del siglo, el campo ruso subsistirá prácticamente al margen de las transformaciones agrícolas que se van produciendo en los Estados europeos occidentales. Además, habría que señalar que la nueva libertad de movimientos permitió desarrollar un mercado libre de trabajo y, consiguientemente, posibilitó el nacimiento de la industria; mas, al mismo tiempo, ello favoreció la emigración campesina a las ciudades y la creación de suburbios de gentes arropadas por una miseria denigrante.

Otra consecuencia del tibio proceso de liberación fue que no se pudieron eliminar las grandes desigualdades sociales, cuya estructura productiva resultaba inadecuada al desarrollo del capitalismo.

Los campesinos, agobiados por los impuestos y sumidos en un gran atraso técnico y cultural, continuarían aspirando al reparto de la tierra de las grandes propiedades.

Nota del autor: La semana pasada se me deslizaron dos faltas que pido al lector enmiende y me disculpe. Ambas se refieren a la misma palabra: «sesentas», que aparecía en el título y en el primer párrafo con «s» al final. Las transcribí guiado por un anglicismo, cuando debía ser escrita en singular: «sesenta». En nuestra lengua el número de las «décadas» es siempre singular, pues se refiere a «un» conjunto entendido como unidad.

lobrea@mac.com

Publicaciones Relacionadas

Más leídas