Un periódico describió como un intento de hacer justicia que acabó con una vida inocente la muerte de una mujer que se dedicaba a transportar niños a sus colegios, hasta que una bala disparada contra dos asaltantes que escapaban a toda velocidad en una motocicleta interrumpió para siempre una labor que según amigos y familiares realizaba con gran amor y dedicación. Y es probable que usted también piense, apreciado lector, que si esa bala en lugar de matar a Delci Miguelina Yapor Concepción hubiera matado a uno de los asaltantes se habría hecho justicia, pues los ciudadanos nos sentimos tan indefensos, tan huérfanos de protección, que pareciera que estamos viviendo los tiempos del sálvase quien pueda ante el acoso feroz e implacable de los delincuentes; o del defiéndase como pueda, lo que explica que los linchamientos de delincuentes atrapados in fraganti son cada vez mas frecuentes en este inseguro país, pero también mas tolerados y hasta aplaudidos. Y lo que explica, también, que un ciudadano se sienta en libertad de sacar un arma de fuego y disparar de manera indiscriminada, como si se tratara del Salvaje Oeste, contra unos ladrones que huyen, arrebatándole la vida a una inocente y desgraciándose la propia, ya que ahora tendrá que pasar unos cuanto años en la cárcel purgando su crimen. Es evidente que transitamos el camino equivocado, porque escrito está que la violencia solo engendra mas violencia, y que hacer justicia con las propias manos no es civilizado ni lo recomiendan los organismos de derechos humanos. Pero la incompetencia de las autoridades para hacer frente a la delincuencia motorizada, una plaga maligna a la que no se le quiere aplicar el remedio adecuado, ha creado las condiciones para que hoy estemos lamentando la muerte de Delci Miguelina, pero mañana puede ser la de cualquier ciudadano o ciudadana que descubrirán demasiado tarde que nadie está seguro en ninguna parte.