Santa María

<p>Santa María</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
Ayer, fiesta de guardar en el calendario litúrgico cristiano católico, fue recordada a María en su papel de madre terrena de Jesús. A ella también la recordamos como a la Virgen María, porque con ello aludimos a la condición fisiológica y moral de aquella excepcional mujer. Precisamente en la fiesta de la natividad de su hijo, hace una semana, se leyó aquella parte del evangelio de san Lucas en que se resaltan este misterio y la responsabilidad que le tocó asumir en la historia de lasalvación.

Los escritos evangélicos elegidos para integrar el libro santo ofrecen una María elegida, ciertamente, pero señalada también para asistir en forma secundaria a su hijo. Tal vez por ello, durante los agitados días de la reforma, su presencia formó parte de aspectos como el de la consagración eucarística o las órdenes monacales, para producir el cisma.

Sin embargo, la María presente en los evangelios apócrifos es una María distinta, más hecha a los trabajos de la primera generación de los cristianos. Más activa que la María que contemplamos en los evangelios admitidos como inspirados. Los dos evangelistas más cercanos a esta otra imagen contemplada en los apócrifos, es la que vemos a través de san Lucas y san Juan, éste, el llamado discípulo predilecto. De hecho, en el evangelio leído el día en que celebramos el nacimiento de Jesús, san Lucas recuerda las palabras de Isabel al saludar a su prima.

¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!

San Juan, a su vez, recuerda un hecho trascendental en la concepción que tenemos los creyentes respecto de la mediación ante su hijo. Invitados a la boda de unos amigos en Caná, una pequeña población de Galilea, la madre nota que escasea el vino. Preocupada por la situación que sobrevendrá a los anfitriones ante la falta del licor, lo plantea al hijo con el evidente propósito de que ayude a superar el inconveniente. El evangelista no dice que lo pide expresamente. Pero Jesús entiende el pedido.

De hecho, rechaza actuar en la solución de la dificultad, y le recuerda a su madre terrena que todavía no es llegada su hora. Aún ante esa explicación, la Virgen dice a los sirvientes que llenen los envases de agua, y hagan cuanto les diga su hijo. Y cuenta san Juan que los invitados felicitaron poco después a los anfitriones, pues sirvieron un vino mejor que aquél ofrecido al comenzar los esponsales.

Este mismo discípulo inserta a la Virgen en la vida de la Iglesia por medio del relato que hace sobre la entrega de la madre en los estertores de su muerte terrena. Jesús, ya crucificado, le entrega su madre a este discípulo, lo mismo que a ella le entrega ese hijo, fruto de sus enseñanzas. Al verlos al pie de la cruz, refiere, Nuestro Señor se dirigió primero a su madre. “Mujer, he ahí a tu hijo”. Y luego, dirigiéndose a la Virgen le dijo respecto de san Juan: “he ahí a tu madre”.

En los evangelios apócrifos la halla el lector en vida común con aquellos discípulos y con los que se agregaban cada día. Tal vez por todo lo expresado, desde la Iglesia primitiva comienza a volverse la Virgen Madre un símbolo de referencia a la hora de invocar a Nuestro Señor.

Las advocaciones, es decir, los sobrenombres con los que la llamamos para que nos asista como a los anfitriones de las bodas de Caná, son fruto de nuestros temores. Pero también de nuestras esperanzas de que ella, como en el instante contado por san Juan el Evangelista, es capaz de pedirle al hijo que fomente la fe dándonos aliento. El pueblo dominicano ha encontrado ese aliento muchas veces a lo largo de su existencia, por vía de sus hijos de mayor fe.

Hoy, cuando ante nosotros se abre un año cargado de presagios de dificultades debido al peso del Estado Dominicano sobre la Nación, hemos de volver los ojos a Dios. Y aunque El es misericordioso en extremo, hemos de invocarlo hablándole al Hijo predilecto, sobre el derrotero por el cual nos guían. Al gritar tenemos la seguridad de que la madre, escuchándonos, los jeringará lo suficiente como para que más que consuelo, encontremos remedios apropiados a nuestras cuitas. Después de todo, siempre podemos llenar las tinajas de agua para hacer lo que Nuestro Señor nos diga respecto de nuestros problemas. Como lo acontecido en las bodas de Caná.

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