Se equivocó la paloma, se equivocaba

Se equivocó la paloma, se equivocaba

Me equivoqué, lo confieso. Pero no fui el único. En mi artículo anterior del miércoles pasado, me dejé arrastrar por el encanto de la ilusión de los vientos alisios. Subyugado por la prisa y la determinación del Senado para aprobar la ley que declara a loma Miranda Parque Nacional, luego de salvar mil escaramuzas, su promulgación por el Señor Presidente de la República, en uso de sus atribuciones constitucionales, se veía caer de la mata. No se vislumbraban trapisondas ni artimañas. Solo el poder soberano del pueblo, “de donde emanan todos los poderes del Estado.”

La puesta en circulación ese mismo día del libro “Constitución, Justicia Constitucional y Derecho Procesal Constitucional” reeditado por el Instituto de Derecho Constitucional en homenaje a su autor, el eminente jurista Juan Manuel Pellerano Gómez, y la brillante presentación llena de fervor y emotividad que hiciera uno de sus más connotados discípulos, Dr. Milton Ray Guevara, Presidente del Tribunal Constitucional, al citar de paso al preclaro filósofo y cultor del Derecho Ferdinand Lassalle y su libro ¿“Qué es una Constitución”? me hizo bajar de las nubes, volver a la realidad.

Para comprender los escritos de Lassalle sobre el problema constitucional, conviene recordar su origen, nos dice Franz Mehring, su docto prologuista: “El 2 de mayo de 1815, Friedric Wilhelm III, rey de Prusia, prometió dar al país una Constitución y una representación popular; pero “cuando el país hubo de expulsar a Napoleón de su territorio, faltó vilmente a su solemne promesa.” Esa traición nunca fue olvidada; pero el pueblo, desorganizado, fue vencido por los factores reales del poder que hicieron de las libertades y los derechos consagrados un cementerio.

Lassalle nos enseña: “La verdadera Constitución de un país reside siempre y únicamente puede residir en factores reales y efectivos de poder que rigen esa sociedad.” Que las constituciones escritas que no responden a esos factores “no son más que una hoja de papel.” Y agrega sentenciosamente: “Allí donde la Constitución escrita no corresponda a la real, estalla inevitablemente el conflicto que no hay manera de eludir, en el que tarde o temprano la Constitución escrita tiene que sucumbir ante el empuje de la Constitución real, de las verdaderas fuerzas imperantes en el país.”

Así ha sido siempre y nos lo enseña la historia pasada y reciente de nuestro desafortunado país. Ajusticiado Trujillo, es proclamada una Constitución progresista y democrática, producto de elecciones libres, contraria a los intereses de “las verdaderas fuerzas imperantes del país.” Un artero golpe de Estado derroca el gobierno popular y provoca la revuelta constitucionalista de Abril. Interviene la grosera intervención militar de los Estados Unidos, apoyada por esas fuerzas reales dominantes. Elecciones amañadas y constituciones de papel, de mentirillas, demagógicas, vuelve y vuelven. El despotismo, el absolutismo disfrazado, hambre, desempleo, pobreza, miseria, clientelismo, corrupción, impunidad, es lo que queda. “Teniendo las bayonetas puede hacerse todo, menos sentarse en ellas.” (Talleyrand.) Después de veto y la mascarada algo al descubierto queda: “Quien siembra vientos, cosecha tempestad.” Basta una rebeldía, un llamado pacífico de velas encendidas para que asomen ráfagas de intolerancia y represión.

 

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