Se nos envanece el idioma

<P>Se nos envanece el idioma</P>

R. A. FONT BERNARD
Se justifica el asombro de los nautas españoles, que el llegar a las islas del mar Caribe, en la etapa del descubrimiento, encontraron unos seres humanos desnudos, cuya manera de expresarse les era incomprensible. Estos no eran, pues, los habitantes de la «isla fertilísima de oro, de perlas y piedras preciosas», descritas por Marco Polo, ni eran los súbditos del Gran Khan.

Sin embargo, para don Cristóbal Colón, inclinado hacia lo superlativo, los habitantes de estas islas hablaban «la lengua más dulce del mundo». Pero, como en la empresa descubridora, primaban tanto los propósitos materiales como el acrecentamiento del reinado de Cristo y la difusión de Evangelio, el Gran Almirante consignó precautoriamente, su preocupación al respecto. «Diréis a sus Altezas, escribió en un Memorial, que acá no hay lengua, por medio de la cual, a ésta gente se le pueda dar nuestra fe, como Sus Altezas desean».

No obstante, en el Diccionario de Nebrija, publicado originalmente un año después de la hazaña del Descubrimiento, figuran insertadas, varias voces procedentes de la isla La Española. Y ya para el año 1500, el idioma español estaba enriquecido con elementos lingüísticos aborígenes, tales como «ají», «huracán, «hamaca», «canoa», todas voces ordinarias de la isla.

«La isla La Española – escribió el filólogo colombiano Rufino José Cuervo-, fue el campo de aclimatación, donde empezó la lengua castellana a acomodarse a las nuevas necesidades».

Recíprocamente, la lengua española que recién comenzaba a organizarse, y a tener normas precisas, se trasladó a nuestra isla. Una Real Cédula, datada el año 1513, dispuso que los hijos de los caciques fuesen enseñados en el arte de la gramática, por lo que en virtud de esa pragmática, el hijo del encomendero y el hijo del indígena, aprendían juntos el idioma español.

Más tarde, la introducción de los negros africanos en la Colonia, constituyó un elemento nuevo en el lenguaje popular. Y durante cierto tiempo, tres lenguas coincidieron en la transmisión oral del pueblo: la indígena, la española y la africana. Tirso de Molina – citado por don Emilio Rodríguez Demorizi-, dejó una prueba testimonial, en versos escritos a principios del siglo XVII: «¿Cómo se coge el cacao? ¿Guarapo, qué es entre esclavos?»

Sin embargo, los dialectos africanos no tuvieron en nuestra isla, la profundidad y la perennidad que adquirieron en Cuba, donde la esclavitud pervivió hasta el pasado siglo XVIII. Conforme lo atestigua la investigadora Lydia Cabrera, en Cuba la riqueza de las expresiones orales africanas, transmitidas de generación en generación, aún perduraba con admirable fidelidad, en determinadas regiones de aquella isla.

Entre nosotros, por lo contrario, al cesar la importancia de esclavos, los residentes de la isla, apartados cada día más de sus raíces africanas, fueron españolizándose, adoptando el idioma original.

La dominación francesa de la parte oriental de la isla, derivada del Tratado de Basilea, apenas dejó huellas de carácter idiomático, por su brevedad.

En cambio, bajo el período de la dominación haitiana (1822-1844), el «patois», se infiltró en el idioma español, dejando palabras que aún perduran en Samaná.

Mayor significado tuvo, para la deformación del habla criolla, la ocupación militar norteamericana del 1916. El idioma inglés, que desde los años finales del siglo XVIII, comenzó a acentuarse entre nosotros, por la vía de las presiones economicas y económicas, se acentuó en los ocho años de la ocupación.

Esa influencia se ha incrementado en los tiempos presentes, mediante los procesos migratorios dominicanos hacia los Estados Unidos de América. El «dominicanyork» ha contribuido a desnaturalizar el idioma en el que solían expresarse los abuelos. Giros idiomáticos como «fanty», «Happy-hours», «Cocktail», «nigh-club», «market», «Laundry», etcétera, son en la actualidad, expresiones orales de nuestra vida cotidiana.

Es la «americanización» proféticamente prevista por José Martí, en los años finales del siglo XVIII, cuando en una carta dirigida a su amigo mexicano Manuel Mercado, le expresaba: «Yo estoy todos los días, en peligro de dar mi vida, por mi país, y por mi deber de impedir a tiempo, con la independencia de Cuba, que se extiendan los Estados Unidos, y caigan con esa fuerza mayor sobre nuestras tierras de América».

Lamentablemente, los dominicanos del presente, nos hemos sometido, sin resistencia, a la «fuerza» denunciada por Martí. Estamos viviendo un estadio de americanización, conforme al cual, para que la publicidad comercial tenga efectividad, hay que proyectarla, ilustrada con megadivas de color blanco, y redactadas en el idioma «spanglis».

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