Se reelige, no se reelige, se reelige, no se reelige

Se reelige, no se reelige, se reelige, no se reelige

El abominable deseo de poder. Después que se llega a esa silla hechizada nadie quiere salir del embrujo. Y esa ha sido la peor maldición de la República Dominicana. Una maldición que genera cada 4 años un desborde de pasiones, odios, conflictos, derroche, clientelismo, sobornos, corrupción, incertidumbre y, lo peor de todo, desgobierno, porque nada se hace que pueda perjudicar las aspiraciones reeleccionistas de los que detentan el poder. Así comienzan desde muy temprano a inaugurar una obra todos los días o una visita sorpresa, sin faltar su presencia en cualquier actividad irrelevante para no perder la primera página de los periódicos. La cosa es estar siempre en la palestra. Sin ofrecer declaraciones a la prensa, sin acercamientos impropios y con la misma camada de lambones que gastan una fortuna en gasolina, viáticos, repartidera de dinero, funditas de comida y una que otra recomendación para un empleo público.
Toda la maquinaria del gobierno trabaja para la reelección desde el primer mes que asumen el poder. No piensan en otra cosa. Y en la medida en que se acerca la fecha fatídica, comienzan los estrategas a diseñar vías para bloquear leyes adversas y a inventarse reformas constitucionales que son anticonstitucionales para abrir el camino hacia la desgracia. Mientras tanto comienzan a copar todo el país de vallas, letreros y afiches reeleccionistas, identificados con antelación a los que venderán su cédula o su alma al diablo, aumentando la nómina a diestra y siniestra, ofreciendo tarjetas de solidaridad al por mayor y detalle, y buscando dinero de empresarios que han cosechado grandes riquezas por su cercanía con el poder. Pero el dinero no es problema porque disponen de las arcas del erario. El déficit que se vaya al carajo. El FMI, el Banco Mundial, el 95% de los economistas locales y otros sectores fácticos del país, abogan por una reforma fiscal integral y otras no menos importantes, para evitar una debacle económica. Lamentablemente, eso jamás sucederá si hay en el horizonte otro intento reeleccionista.
Hacer reformas institucionales que pongan en riesgo la reelección es casi una mala palabra. Es una traición. Por eso, si un funcionario se atreve a solo hablar del tema, es inmediatamente frenado y otro del mismo nivel le responde que aquí todo marcha bien, que la deuda es manejable y que no se necesita ningún cambio en las políticas públicas. La eterna maldición nos acecha nuevamente y los síntomas son los mismos del pasado, sin importar el partido o el candidato. Otro matadero político y otro descalabro económico para enquistarse en el poder. El presidente Medina, con su buen trabajo de campo, pero con pobres resultados en materia de reformas y cambios estructurales, le haría un gran bien al país si cumple su palabra de no reelegirse, frena las ambiciones de sus adeptos, administra mejor su gobierno e impulsa las reformas necesarias para evitar un potencial colapso económico. Mis felicitaciones si así lo hiciera.

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