Hasta mediados de los 70 del siglo pasado, a Boca Chica junto con Sosúa y Samaná se les consideraban como los principales puntos de disfrute de las aguas del Caribe y del Atlántico, y pese a contar con escasas facilidades de alojamiento con excepción del hotel Hamaca, las romerías desde la capital y del Cibao hacia sus lugares preferidos, eran habituales y abundantes.
Con la explosión del turismo, desde la década de los 80 del siglo pasado, que permitió a los dominicanos y extranjeros descubrir sus bellezas escondidas, y con el boom de los hoteles que ofrecen más de 70 mil habitaciones en la actualidad, el panorama cambió y de repente las playas emblemáticas de Boca Chica y Sosúa pasaron a un segundo plano, pese a su privilegiada ubicación, pero han sufrido una severo y acelerado deterioro.
Boca Chica, pese a lo atractivo de su playa, inigualable por ser una piscina de enorme proporciones, bien protegida y segura para los bañistas, se encuentra moribunda, ante la incapacidad de las autoridades de poder proporcionarle un buen sistema de tratamiento de aguas negras, cuyos efectos se notan en la playa. Esto ha sido motivo de que muchos capitaleños han optado por no disfrutar de la playa y prefieren llegar hasta Juan Dolio, en mejores condiciones de salubridad y de seguridad.
La invasión descontrolada de decenas de vendedores de todo tipo de mercancías, en especial comidas y recuerdos típicos, acosando a los visitantes a zonas como el Hamaca o el Don Juan, así como de los atractivos restaurantes que hacen de la delicia a los asiduos comensales por la excelencia de sus platos, pero que la mayoría de las veces no van a disfrutar de un baño tonificante, sino tan solo a disfrutar un buen manjar.
El crecimiento explosivo de la población de Boca Chica y de Andrés, pese al cierre del ingenio Boca Chica, es porque se han incorporado nuevas actividades empresariales que exigen mucha empleomanía, y en esas dos comunidades es que se han ido estableciendo miles de seres humanos buscando sus fuentes de ingresos, ampliando el radio urbano, incluyendo a La Caleta, convirtiendo la zona en un semillero humano de una variada calidad, dando lugar a los altos índices de violencia y un creciente comercio sexual estimulado por la diversidad de los turistas, que han elegido esa zona para disfrutar de todo lo que ofrezca la tierra dominicana.
La saturación urbana se manifiesta con todos sus inconvenientes los domingos en la tarde con el regreso de centenares de vacacionistas desde las playas y ciudades del este dominicano, para lo cual no existe ningún control de tránsito, y el intervalo, desde las cuatro de la tarde hasta las ocho de la noche es un verdadero infierno, por el enorme tapón que se forma desde el cruce de Boca Chica con la autopista hasta la entrada al aeropuerto, punto en por lo general se aligera la circulación.
La situación de Boca Chica, con el arrastre de todos sus males, que ha obligado a los hoteles de la zona a utilizar la imaginación para atraer a sus huéspedes y brindarles seguridad, se torna en el mejor argumento de las autoridades municipales para estar constantemente solicitando dinero del Gobierno para cubrir las necesidades, que van desde una policía inadecuada y coimera hasta un centro de salud desolado, tornando cada vez en más precaria la calidad de vida de la zona, ya de por sí muy baja. Es una lástima que esos recursos que se obtienen, y hasta los provenientes del sector privado, se diluyan por los canales normales de la corrupción del sistema político local.