Los variados rostros del cuento dominicano actual

Los variados rostros del cuento dominicano actual

Los escritores del sesenta que estaban en ascenso a la llegada de Juan Bosch, después de un largo exilio, tuvieron en el concurso de la Máscara la oportunidad de desarrollar nuevas técnicas narrativas a la vez que resabien la experiencia de un cuentista de fama continental. Los temas concernientes a la ciudad de Santo Domingo, sus barrios, sus pobres y sus negros, aparecen en cuentos como “Ahora que vuelvo Tom”, “Se me fue poniendo triste, Andrés”, de René del Risco y “Delicatessen”, de Miguel Alfonseca. La única mujer cuentista de la generación del sesenta es Aída Cartagena Portalatín (“Tablero”, 1978).

En la década del setenta, se desarrollan un grupo de cuentistas notables como Armando Almánzar Rodríguez, Diógenes Valdez, Pedro Peix, Roberto Marcallé Abréu y José Alcántara Almánzar. Con estos autores el cuento sigue apegado a los temas del realismo social, en Almánzar Rodríguez de un realismo crudo, con un lenguaje sencillo que tiene sus mejores logros en “El gato”, “Límite” e “Infancia feliz”; mientras que Valdez trata el tema político social en “Antipolux”y “El silencio del caracol”. Tanto Almánzar como Valdez prestan más atención a la trama y a un neorrealismo expresivo. Mientras Pedro Peix (“Las locas de la plaza de los almendros,” 1978) dentro del neobarroco latinoamericano, busca, en sus cuentos, como en La noche de los buzones blancos (1980), el pasado trujillista y la violencia política en “Los hitos”. Hay un despliegue de técnicas narrativas en sus narraciones.

También en el setenta escribió cuentos Manuel Rueda, el poeta, novelista (Bienvenida y la noche, 1994) y dramaturgo (“La trinitaria blanca”, 1957 y “Retablo de la pasión y muerte de Juana la Loca”, 1996) sus cuentos muy interesantes, al explorar la vida de los barrios capitalinos, están recogidos en el libro “Papeles de Sara y otros relatos”(1985). Rueda sabe crear caracteres y sacar de los barrios a personajes populares, como luchadores y homosexuales.

Otro autor que bucea en la vida de los barrios tratando de formar historias desde una cierta ética-social es Roberto Marcallé Abréu, un prolífico cuentista y novelista. Su prosa, muchas veces defectuosa, es periodística y directa. Tiene cuentos notables como “Sábado de sol después de las lluvias”, “Tercer y último encuentro con el hombre del sombrero gris” y “Las pesadillas del verano.”

De los que comenzaron a publicar en la década del setenta cabe destacar el trabajo de José Alcántara Almánzar, quien es crítico literario y una de las figuras más importantes de la literatura dominicana actual. La cuentística de Alcántara Almánzar por su constancia, extensión y logros es la que se podría comparar con la de Juan Bosch. Esto se nota en el apego a las técnicas narrativas, la diversidad temática, el tema de la violencia política en “Testimonios y profanaciones” (1978), como en el cuento “Rumbo al mar”; el tema de lo maravilloso con “La obsesión de Eva” y “La insólita Irene”, y el tema del otro y del travestido en “Lulú, o la metamorfosis”, “Las máscaras de la seducción”; la prostitución y el paternalismo en “Con papá en casa de madame Sophie” y la penetración sicológica en “El zurdo” y “Ruidos”. Con una prosa tersa, un ritmo de comienzo a fin, Alcántara Almánzar ha sido el más dedicado y el que con mayores logros ha trabajado el cuento en las últimas décadas.

La situación política de la República Dominicana cambia de forma rotunda con la salida de Joaquín Balaguer del poder en 1978, su gobierno era una continuación de los remanentes trujillistas; su partida traza una raya que deja parcialmente atrás la política de terrorismo de Estado, que generó una gran violencia policíaca, y la movilidad social que hasta ahora se había dado del campo a la ciudad se desplaza a Estados Unidos y Europa. Entre crisis económica y crisis política, la sociedad ha vivido un ensanchamiento de la clase media y un contacto inusitado con otras culturas, lo cual ha posibilitado que la literatura dominicana dialogue con una diáspora y hasta aporte escritores en lengua inglesa como Junot Díaz y Julia Álvarez. La narrativa de los escritores que comenzaron a publicar en los ochenta cambia la forma de representar y de percibir la realidad dominicana; la crisis económica, el nuevo lenguaje urbano, los medios de comunicación, la publicidad, una nueva manera de representar el amor, son los temas de esta generación, a cuya cabeza se encuentra René Rodríguez Soriano, autor de una decena de libros de narraciones.

En René Rodríguez Soriano se conjugan una expresión límpida, una prosa acrisolada, neobarroca, expresionista que abreva en la mejor expresión y que tiene singulares tangencias con los autores preocupados por la forma del decir, la representación de la historia, el contexto sociopolítico, los estilos de vida de la pequeña burguesía, lo real-maravilloso, los contextos culturales universales y los diálogos con la literatura hispanoamericana. Los textos más destacados de este escritor son: “Su nombre, Julia”, “La Radio” (del libro “La radio y otros boleros”, 1996), “Laura baila solo para mí” y los cuentos contenidos en el libro Betún melancolía (2008) y “Solo de flauta” (Alfaguara, 2013). Rodríguez Soriano también es novelista y ha sido galardonado por “El mal del tiempo (2008).

Otros escritores importantes de esta generación son Rafael García Romero (El doceavo rostro, 1983); Ángela Hernández (Alótropos, 1989). Sabe Hernández recrear situaciones creíbles con una prosa de gran valor significativo. También Ramón Tejada Holguín (“El recurso de la cámara lenta”, 1996) y García Cartagena (“Historias que no cuentan”, 2002); este último ha publicado poco, pero sus escritos son de una gran penetración sicológica y existencial. Mientras que Tejada Holguín trabaja una relación con el cine, como Rodríguez Soriano, con la oralidad popular y la música.

Otros cuentistas realizan una obra que no ha merecido tanta atención, pero que son importantes para una investigación completa del cuento, estos son Avelino Stanley (“La máscara del tiempo”, 1995), Pastor de Moya (“Buffet para caníbales”, 2002), Máximo Vega (“El final del sueño”, 2007), Fernando Valerio-Holguín (“Café insomnia”, 2002), José Enrique García, (“Juegos de villanos”, 2006) y Jeannette Miller (“Cuentos de mujeres”, 2002), Pedro Camilo (“Ritual de los amores confusos”, 1994).

En la década del noventa aparece otro grupo de cuentistas que comienzan a batir con bríos el narrar fundado por Juan Bosch, entre los más prometedores se encuentra Pedro Antonio Valdez, (“Papeles de Astarot”, 1992 y “La rosa y el sudario”, 2001), Rey Emmanuel Andújar (“Amoricidio”, 2008 y “Saturnario”, 2011) Aurora Arias, que pertenece a la generación siguiente, también participa de una estética neorrealista, que busca expresar los problemas de la gente de la ciudad (“Final de mundo y otros relatos”, 2000).

Un canon del cuento está en proceso, tanto en la selección de las variadas antologías que se publican, como en los estudios académicos y las recensiones periodísticas. Si tomamos en cuenta los valores lingüísticos, estéticos y de representación, sociales y culturales, así como la lectura y el reconocimiento de los lectores, tendríamos que el canon del cuento dominicano debería comenzar las narrativas de Juan Bosch y José Alcántara Almánzar. Estos son los dos escritores que con más constancia, estudio y logros han trabajado la narrativa breve en la República Dominicana, seguidos de autores capitales como Pedro Peix y Virgilio Díaz Grullón…

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