La semana pasada recibí como obsequio, un libro que me enviara desde Caracas mi compañero de estudios en París, el doctor Dhimas Urdaneta. Su título: “Bolívar, Empresario”, editado en agosto de 2014. Su autor, el doctor Antonio Herrera-Vaillant, internacionalista cubano radicado en Venezuela.
Quedé también gratamente sorprendido que el prólogo lo escribiera mi dilecto amigo, el doctor Pedro Nikken, quien, entre los muchos cargos que a nivel internacional ha desempeñado, se destaca el de haber sido Presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y de la Comisión internacional de Juristas.
Había leído diversos libros sobre el Libertador, inclusive varias de las más famosas biografías, pero a nuestro saber, nadie lo había enfocado desde el punto de vista de empresario y, sobre todo, de haber poseído y administrado la mina de cobre de Cocorote en el valle de Aroa, estado de Yaracuy, así como tres plantaciones cacaoteras, en donde también cultivó café y añil.
Según el autor Herrera-Vaillant, Bolívar fue un emprendedor y también un gerente de excepción, ya que fusionó su papel de guerrero y de gestor de su herencia. En su prolongada Guerra de Independencia, el Libertador nunca desdeñó su carácter de poseedor de varias haciendas y la referida Mina de Aroa. Su preocupación era que muchos de los que defendió en sus luchas independentistas en su país de origen, Venezuela, lo adversaron con malas mañas y pretendieron apoderarse de sus bienes inmuebles y parte de su sucesión.
En el comentario especial sobre la obra por Henry Gómez Samper, éste destaca las ingentes cualidades del Libertador de la manera siguiente: “se ocupó detalladamente de todo; de los soldados, su alimentación, su vestido, su alojamiento y su moral de combate, de los caballos del ejército, su forraje, su agua, su abrigo, su descanso, su monturas, sus herraduras y aun los clavos de sus herraduras; de las bestias de carga, del combustible, del correo, de las maestranzas. Del transporte. En fin, de todo aquello que, si hubiera sido descuidado, habría puesto en peligro la obra total de su vida”.
Hemos dado estas minuciosas observaciones para indicar que de la misma manera que se ocupó de sus tropas, hizo igual con su patrimonio, dando instrucciones precisas a sus administradores especialmente sobre el mayorazgo de Aristeguieta, compuesto por varios inmuebles uno de los cuales era la hacienda Santo Domingo de Guzmán, en el valle Macaira, cerca de Altagracia de Orituco en el Estado Guárico, con alrededor de 30,000 árboles de cacao. En ese entonces, el Libertador era uno de los hombres más adinerados de su tiempo en Venezuela.
A la muerte de su padre, Juan Vicente de Bolívar y Ponte, heredó 258,000 pesos en efectivo, objetos de plata valorados en más de 46,000 pesos y varios inmuebles en el valle de Aragua, con dos trapiches de caña, otra de producción de índigo de añil, un hato de ganado vacuno en El Totumo en el estado de Guárico; así como, la hacienda de cacao San Vicente, en el valle de Taguaza.
A partir de su mayoría de edad, Simón Bolívar era un terrateniente que incluía fincas familiares en San Mateo, los valles de Aragua, valle de Tacarigua, Caucagua, Chacao, Chirgua, Llano y Taguaza entre otras, convirtiéndose en un importante productor de caña, trigo, añil, ganadería y cacao.
Los actuales gobernantes de Venezuela pretenden demostrar que Bolívar era un “socialista”, que se despojó de su fortuna, que era xenófobo y que no creía en la inversión extranjera. Bolívar, en su tiempo de vida principesca en Londres, aquilató la Banca de Inglaterra en virtud de lo cual ordenaba a sus administradores que el dinero producto de la venta de sus propiedades lo depositaran en el Banco de Inglaterra. Bolívar administró tan escrupulosamente sus propiedades, que aun en su lecho de muerte, reafirmó sus derechos de propiedad en su testamento. Esto desmiente lo aviesamente propalado, que “murió con camisa prestada”.
Teniendo al Libertador como propietario de plantaciones de thebroma cacao, es importante destacar, que el consumo de este producto ha sido un factor determinante, tanto en la cultura aborigen en América, como en todo el mundo, una vez se conoció sus propiedades beneficiosas para la salud, lo cual ha contribuido notablemente a la popularización de su ingesta.