Sin guardar las formas

Sin guardar las formas

Desdeñosos del elemental respeto, convencidos de que la fuerza electoral lo acredita todo y determinados a construir un modelo institucional a su conveniencia, se olvidan de que más allá de lo técnicamente político, existe una sociedad que se eleva en lo concerniente a los requerimientos indispensables y se aterra por los actores partidarios sin sentido del límite.
Pasa el tiempo y se repiten los mismos errores. Y es que una mayoría electoral no representa licencia para derrumbar parámetros construidos alrededor de respetar normas que el sentido común y la decencia imponen por encima de lo partidario. Los partidos fundamentales del sistema no quieren aceptar el ámbito y fronteras de sus comportamientos, y cada vez, aumenta la idea de que no representan con efectividad las normas ciudadanas.
En el interés de acomodar sus fichas y atizar confrontaciones futuras, todos los partidos se parecen. Para una franja lo que “importa” está vinculado a resultados que, en diversas ocasiones, exhiben agendas particulares divorciadas de las aspiraciones de las mayorías.
Hacia los procesos de competencias internas, el factor determinante radica en la voluntad de los caudillos y/o figuras hegemónicas que no desperdician oportunidad para revestir con tintes democráticos la intención de colocar a los suyos como diseñadores de una institucionalidad partidaria al servicio del amo de turno.
Presumen que la sociedad no observa. Terrible error, porque en el ojo ciudadano radica la capacidad de auscultar, estableciendo verdaderas distancias entre el discurso y la práctica. Meses atrás, el Senado sirvió de escenario para discursos de independencia y apego a lo puramente institucional con el objetivo de alcanzar un asiento en la nueva estructura de la Junta Central Electoral.
Uno de sus exponentes, José Manuel Hernández Peguero, afirmaba su “vocación “ independiente que, rodó por el suelo con posterioridad a su rechazo en el órgano electoral, cuando su partido entendió lo útil de recomendarlo como delegado partidario por ante la dirección general de elecciones. Así pasó, de la legítima aspiración a la representación militante que, entre otras cosas, expresa lo burdo del procedimiento y el afán de los partidos por irrespetar normas de sentido común.
Tanto se pone en práctica que presumen como bueno y válido, el reiterado interés por la compensación. Esencialmente, cuando la nómina pública se constituye en el ente protector del club de desamparados coyunturales que adheridos al presupuesto no soportan la vida sin cobrar mensualmente. Y los gobiernos lo retribuyen. Por eso, después de un bochornoso desempeño consistente en sentencias favorables al poder, la salida del Tribunal Superior Electoral (TSE) tiende a generar beneficios con decretos en la Embajada de Israel y salarios lujosos en el Senado.
Ya antes, Joaquín Balaguer demostraba que la “norma” de saltar desde la acera cuestionadora a la colaboración representaba la materia prima del club de frágil disidencia. Gente decente, como Miguel Sang Ben, Yaquí Núñez, Ángel Miolán y Víctor Grimaldi cayeron en la ingenuidad de una vocación de servicio que pudo terminar en seducción del viejo caudillo. Aunque olvidado por muchos, hasta Manuel Guaroa Liranzo se desplazó hacia el MIDA abriendo un paréntesis en la histórica relación con el líder reformista.
No cuestiono la reorientación de rumbos ideológicos y cambios de militancia porque la gente sabe distinguir entre las rectificaciones decentes y los reconocidos exponentes del rufianismo partidario. Lo degradante reside en no guardar las formas, presumiendo que la sociedad no conoce al dedillo el historial decadente de un presidente de Cámara de Diputados que compró un partido, un administrador de las siglas de una organización mayoritaria que vendió un barrio, la fascinación por suplirle al Estado de un dirigente opositor y el periodista oficialista que gestiona cobros en instituciones del gobierno.
Nadie puede patear las normas elementales producto de los amparos coyunturales que asigna el poder. Ahora bien, desdeñar las formas parece ser el sello distintivo de los que creen que todo es posible.

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