Sistema sanitario dominicano caduco

Sistema sanitario dominicano caduco

Parodiando al Héroe Nacional Cubano José Martí, refiriéndome a la gerencia sanitaria dominicana digo: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas. Y mi honda es la de David”. El pueblo dominicano ha vivido distintas etapas en el desarrollo de su formato de atención a la salud.
Al nacimiento de la república la vida agrícola se atendía con remedios caseros; si los mismos no surgían el efecto deseado se acudía a los servicios del curandero, una especie de hechicero cuyo arte provenía de espíritus heredados de dioses antiguos o símbolos animales. Oraciones, tisanas, raíces, baños, fricciones, palmadas y brujería componían la farmacopea y magia usados para tratar a los enfermos.
Los partos los realizaban comadronas expertas en la extracción de recién nacidos. De aquellos tiempos al presente es mucho el trecho andado.
El incremento de la población urbana a expensas del campesinado ha provocado una acelerada demanda de cuidados médicos en las ciudades. Tradicionalmente la carestía de equipos, medicamentos, y limitado personal calificado, han sido la regla más que la excepción en los centros de salud del gobierno. El modelo europeo de atención a los enfermos impuesto desde el período colonial ha ido rápidamente cediendo terreno al formato clientelar manejado con fármacos patentizados. Existe un divorcio entre la docencia impartida en las escuelas de medicina acerca del tratamiento de las afecciones, la práctica pública y el manejo privado de los pacientes. En general, quien tenga más recursos económicos recibirá mejores y oportunas atenciones, mientras que los pobres habrán de conformarse con un mínimo de cuidados tardíos que dependen de manos inexpertas.
Dado el bochornoso panorama que exhibe el país ante el mundo, en lo que respecta a los indicadores de mortalidad materno infantil, las autoridades sanitarias han anunciado una serie de medidas punitivas para los casos en que se demuestre impericia, descuido, mala práctica, abuso, o negligencia en el manejo de las embarazadas, parturientas e infantes. Dicha reglamentación ministerial ha despertado su rechazo por parte del Colegio Médico, así como de la Asociación de Clínicas Privadas. Es indiscutible que el laissez affaire tiende a perpetuar una mortandad inaceptable a las alturas de un nuevo milenio.
Soy testigo de casos comunes y recientes como el de una adolescente embarazada ingresada en una maternidad de la capital con una anemia severa diagnosticada, mas no tratada correctamente, en donde perdieron la vida tanto la joven madre como el bebé. ¿A quién culpar? Otra llegó a dar a luz al hospital siendo despachada a la casa en trabajo de parto, para luego regresar de emergencia y morir. Una multípara de 34 años ingresa con un aborto infectado, la hospitalizan para verla paulatinamente morir encamada. En la cadena de culpabilidad encontramos varios puntos críticos, los cuales atendidos oportunamente, con conocimiento de causa y terapia adecuada evitarían el deceso tanto materno como el infantil.
Hay debilidades en la preparación de los profesionales de la medicina a nivel universitario, en las especialidades de postgrado, en los ambientes clínico-hospitalarios, organizativos; deficiencias de equipos e insumos, recursos humanos auxiliares sin mucha motivación a servir, sumados a un etcétera, etcétera de fallas.
¿Qué nos dice lo arriba expuesto? Que se trata de un asunto complejo con fallas ancestrales en un sistema desfasado y obsoleto que no aguanta más remiendos. Hay que cambiarlo de los pies a la cabeza.
Mientras tanto, ¿Quién le pone el cascabel al gato?

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