Sobrevivientes

Sobrevivientes

Bonaparte Gautreaux Piñeyro

Los amigos conversaban sobre las probabilidades de supervivencia de los pueblos si un presidente borracho o aburrido pulsaba el botón rojo y se desataba el holocausto nuclear.
El Ciudadano del Mundo inició un ejercicio de futurología y comenzó así: pasada la Tercera Guerra Mundial pocos pueblos sobrevivieron a la catástrofe provocada por el intercambio de bombas atómicas destrucción masiva, uno de ellos fue el dominicano.
Ante la risotada y el estupor, continuó: aunque algunos pensaban que no había quedado títere con cabeza, infinidad de pueblos pequeños, alejados de las grandes capitales, sufrieron lo que les llevó el polvo del Sahara, que aquel año menguó sus fuerzas y las distancias a las cuales acostumbraba castigar.
El escaso suministro de electricidad redujo el servicio a una parte de las horas nocturnas y de manera muy precaria e irregular, tanto que ya la gente no se quejaba de la falta casi permanente del servicio.
Los viajes aéreos, marítimos y por tierra, se redujeron hasta la desaparición, en los más de los casos, debido a la mala, casi invisible disposición de combustibles fósiles puesto que los primeros bombardeos fueron dirigidos a los parques de misiles, a las bases aéreas, a los depósitos de petróleo, a los silos llenos de granos, a las extensas plantaciones de arroz y maíz, a los bosques de árboles maderables y frutales.
La onda expansiva de las poderosas bombas de destrucción masiva contribuyó a desertificar, a convertir en polvo y escombros ciudades, depósitos de agua, carreteras, puentes, caminos, viviendas aisladas. Esas mismas bombas destruyeron como si los odiaran, todos los sistemas de comunicaciones que no fueran las señales de humo.
De pronto, nos dimos cuenta de que las carencias que experimentábamos sólo serían superables cuando traspasáramos una montaña de dificultades tan altas como las del Himalaya.
Las visitas a familiares, parientes y amigos, así como os viajes de recreo aran sólo un buen recuerdo que conservaríamos hasta el final de nuestras vidas. Habían terminado las diversiones: cine, televisión, radio, libros.
Estábamos prisioneros de un destino indeseado, que nos condujo con un narigón que no teníamos como evitar.
Aunque los recuerdos se difuminaran ante las adversidades, ante las dificultades las experiencias vividas y prácticas, no habían sido olvidadas.
Entonces, ante las adversidades los pueblos, desde tiempos inmemoriales han sido capaces de buscarle la vuelta, hallar la solución a los males que los aquejan.
La supervivencia de los dominicanos no debe extrañarnos puesto que no sabemos cuánto tiempo tenemos quejándonos del servicio eléctrico, del suministro de agua potable seguro, de un sistema de tránsito y transporte desorganizado, hospitales públicos carentes de instrumentos y medicinas.
La Tercera Guerra Mundial nos afectó menos porque ya nos han acostumbrado a vivir dentro de las máximas precariedades.
Somos sobrevivientes.

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