Solidaridad y culpas

Solidaridad y culpas

Entre los predicamentos de la Teología de la Liberación, los principios de Paulo Freire y el abc de Marta Harnecker, la caridad asumía otra categoría. No era pena, era deber, compensación. Sin tiranía, con golpe de Estado, abril, la intervención dejaba su secuela. La paz era ilusión pero no había guerra. La pequeña burguesía urbana, que no estuvo en la trinchera del 65, buscaba espacio. La rebeldía y el rechazo a la violencia se manifestaban a través de la militancia política y religiosa. La clerecía, expulsada de Cuba, paradójicamente, aquí, encendía conciencias. Aquella juventud madurada a golpes de realidad, hacía. Trabajando con grupos religiosos, comunitarios, o con la militancia arriesgada del momento. Una mixtura de fe y rebeldía, permitía solaz personal y para los demás. A través del compromiso con los desheredados de la fortuna, de la asistencia y cercanía, se buscaba la razón de la desigualdad y de la pobreza. Dando y también enseñando. Mientras llegaba la resurrección, algo podía cambiar. Cartilla de alfabetización, escuelas radiofónicas, ración para un día pero ración al fin. La piedad buscaba soluciones, pedía, hacía acopio de telas, alimentos, juguetes, medicinas, canastillas y repartía. Después la instrumentalización de la pobreza y sus cruzadas, pero ese es otro tema. El trabajo solidario con la mayoría depauperada no asimilaba al régimen. A nadie se le ocurría la descalificación por el intento de paliar y explicar la carencia de tantos. Acabó el siglo, comenzó otro. Las batutas cambian de mano. Dirigen, pretenden subvertir desconociendo historias propias y ajenas. En tiempo de desastre acuartelan sus tropas. Nerón y su cítara. Un invisible comandante toca a rebato y desaparecen o insisten con su agenda. Campantes. No ha pasado nada. Todo es invención y propaganda. Es un tiempo interesante, el poder terrenal trazando al dios Huracán su ruta y sus desvíos. Decretos ordenando tempestades.
La desgracia asoma y la apuesta por un país mejor calla. Cantar a la catástrofe tiene más adeptos y vocería. Lo otro es light y complaciente. Hacer, significa claudicar. La ciudad se derrumba y yo cantando, como la estrofa de Silvio. No hay lacitos de colores ni hashtags para los afectados por la crecida de los ríos La Yeguada, Pontezuela, Jacagua, Yaque del Norte, Boba, Jaya, Yuna, Bajabonico. Nada por Castañuelas, Baoba del Piñal, Palo Verde. Nada por las comunidades aisladas, la población desplazada, por los míseros ajuares perdidos. Nada por la posibilidad de infección y contagios. La solidaridad no es “trendingtopic” cuando los menesteres son criollos. No es “tendencia” la calamidad propia. Avergüenza, porque puede ser sospecha de contemporización. No está en agenda. Todos somos República Dominicana es error. Las lluvias que acompañaron el paso del huracán María produjeron daños imprevisibles. El informe del Centro de Operaciones de Emergencias -COE- es desolador. La situación ha sido peor porque el ciclón encontró los terrenos anegados por riadas, marejadas, deslaves anteriores, provocadas por Irma. El peligro está, estará siempre. Ruta sempiterna de los huracanes. Con y sin milagros, la isla es vulnerable, además, las fallas sísmicas nos circundan. El COE ha establecido que el 60 % del suelo dominicano es endeble. La condición de vulnerabilidad del territorio está consignada en el Informe de Riesgo Climático. Prever es obligación aunque la prevención se enfrenta con la imponencia de la naturaleza. Recurrir a Quino vale, cuando la insensatez dicta. En Mafalda 9- ediciones La Flor 1992- un precoz Guille le pregunta a Mafalda, luego de escuchar la queja de Felipe por el sofocante calor: ¿Es por el gobiedno-sic-, verdad? Mafalda responde: no Guille, es el verano y le comenta a Felipe: El pobre, todavía no sabe repartir bien las culpas. Más allá de sembradíos perdidos, del colchón raído, mecedoras rotas, del afán por conservar una nevera oxidada, la adversidad y sus consecuencias han expuesto intimidades. El repliegue de la combatividad con libreto, que quiere un país mejor, con su canon inmutable, asombra. Como Guille, buscan culpables de la fatalidad. Afirman que no les corresponde mitigar. Descansan.

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