Sólo voces… ni una palabra

Sólo voces… ni una palabra

Leer las noticias de Argentina da pena, perplejidad, escalofríos. Siempre al borde del abismo y la tragedia. Recordé una historia de vida reescrita en 2010 evocando la tragedia de Cromagnon y la visita de mi amigo de la niñez.

“Ayer, pasé por tu casa de la calle Tuyutí 1083, en Haedo. Ya no está el zanjón donde íbamos a buscar ranas cuando llovía y se inundaba todo. Ni está el baldío, frente a tu casa donde jugábamos fútbol. Espero encontrarte, verte y brindar”
Juan Carlos Giudicci,
24 de septiembre 2010

“Voces, sólo voces, como ecos; / Como atroces chistes sin gracia. / Hace mucho tiempo escucho voces y ni una palabra. / Y mis ojos maltratados se refugian en la nada / Y se cansan de ver un montón de caras y ni una mirada”
“Una nueva noche fría” Los callejeros.

Leer las noticias de Argentina da pena, perplejidad, escalofríos. Siempre al borde del abismo y la tragedia. Recordé una historia de vida reescrita en 2010 evocando la tragedia de Cromagnon y la visita de mi amigo de la niñez.
El 30 de diciembre del 2004, la discoteca Cromañón, en el barrio del Once, en Buenos Aires se incendió. Murieron casi doscientos muchachas y muchachos argentinos de entre 16 y 20 años carbonizados o ahogados con cianuro.
El 15 de enero de 2005 escribí en Areito una Historia de vida con el título: “Sólo voces…ni una palabra”.
Unos meses después la Red de periodistas con perspectiva de género escribió un artículo diciendo que así se escribe con perspectiva de género. No niego que me sentí halagada. Pero también me pregunté qué hacía o de dónde me salía escribir así porque en realidad nadie me había entrenado para expresar por escrito mi condición de mujer, lo que le pasaba a la gente a mí alrededor y lo que percibía de la realidad.
Unos años después alguien con quien debía escribir un manual para que los periódicos trataran el tema de género sin sexismo me dijo que yo escribía por intuición.
Lo extraordinario de aquel momento fue que quien debía escribir del sexismo en la prensa, me alentó a que dejara la denuncia de lo que pasaba en el lugar de trabajo, hecho que yo venía describiendo en sucesivas historias de vida.
Dijo: “Deja ya ese asunto”. Días después una funcionaria le contó a esa persona que una de las empleadas más jóvenes, debido al asedio y la angustia diaria se emborrachaba todas las noches. Esa persona no solo no dijo nada, sino que siguió escribiendo su manual y describió cómo se escribe en la prensa sin sexismo.
Observé, miré, pensé: ¿cómo puedo escribir las reglas de anti sexismo para los periódicos si en la práctica no solo no denuncio, sino que condeno por omisión, amnesia o silencio a que abusen de una joven mujer trabajadora?
Mi intuición como esa persona llamaba a mi integridad como ser humano femenino me hizo renunciar al trabajo de escribir para una oficina de la mujer un tema tan importante. Un tema que no se puede escribir en los manuales si no “se escribe en el cuerpo” como dice tanta literatura de género.
Entonces cuando recuerdo aquello que escribieron o que pusieron de ejemplo como esa receta para escribir con perspectiva de género yo me quito los clichés, los cantos de los guetos de los sesenta, las recetas del feminismo, esos cantos de cisne de atardeceres post menopáusicos y me atrevo a relatar simplemente lo que a mí me pasa cuando escribo.
Es posible que contado en clave de novela mis historias sean pasto de una telenovela brasileña o un culebrón fantástico a la venezolana. Cuando cuento en “La cautiva” el horror que me produce la masculinidad de los hombres de la familia de mi madre y la diferencia que emanaba de mi padre, me doy cuenta como la periodista de género que me describió en el 2005, que estoy escribiendo con perspectiva de género.
Cuando relaté en las dos historias de vida “No puedo olvidar” y “Si Evita viviera” no estoy atacando a un hombre en particular que me partió el corazón. Estoy contando lo que me pasó el 5 de agosto de 2009 con dos hombres que entre 1970 y 1974 significaron algo en mi vida.
Cuando otro lector interactivo me pidió hace ya tiempo que cuente lo que pasó con los montoneros en la década de los setenta, ni él ni yo nos dimos cuenta que se lo estoy relatando en lo cotidiano o autobiográfico de mis historias de vida.
El caso Graiver, los montoneros, el desastre de los Kirchner desde el 2002 es ese nocturnal relato de una “generación abyecta”.
El 5 de agosto del 2009, leí en internet lo que pasaba en la facultad de Filosofía y Letras en Buenos Aires con un profesor de historia. Los alumnos lo impugnaban por falso e impostor. Era alguien de mi pasado. Entonces escribí el nombre de un amigo de esa persona.
El correo decía más o menos así: ¿te acordás de mí? Soy la compañera sentimental de fulano entre 1970 y 1974. Soy aquella muchacha a la cual ustedes, terminada la relación entraron a su casa con unas llaves que ella olvidó en casa de la madre de él, y a principios de 1975, los dos de común acuerdo le desvalijaron la casa, ¿qué dijo Nené, que era mi amiga y tu compañera sentimental de aquel atropello?
Esa persona nunca me contestó porqué ellos hicieron eso pero a lo largo de casi un año en su sordera y en la tragedia de ser un hombre de esa generación fue contando la vida de los hombres amnésicos, en una Argentina donde “sólo hay voces, ninguna palabra” y entendí porqué habían entrado a mi casa y la habían robado, porqué Nené se alcoholizó y se arrojó de un balcón, porqué me fui de Argentina y nunca regresé, porqué treinta años después puedo escribir de doscientos jóvenes que se mueren asfixiados de cianuro en una discoteca del Once o puedo retirarme de un proyecto para escribir las reglas de un periodismo sin sexismo porque se contradice con lo que la intuición me dice.
Y cuando en el 2005,narrando la Historia de la discoteca Cromañón, escribo: “Son tres generaciones que nadan en el desencanto y que cantan sabiendo que no hay retorno”, sé que lo hago para no callar y menos aun hundirme en el desencanto.
Entonces miro las dos caras de esos hombres que quedaron en el pasado pero que tengo que narrar para entender porqué se murió mi padre como se murió, porqué mis hijos crecen de determinada manera y me hablan de distintas y contradictorias formas, porqué cuando hombres amigos de mi niñez me visitan en mi casa de Santo Domingo, ahora hace casi una semana, después de cincuenta años de no vernos y me incitan a regresar a Buenos Aires a mí corre un estremecimiento de bestia acosada.
Cuando en agosto del otro año pregunté por qué me habían robado lo hice con el ánimo de ese dicho sudafricano, el Ubuntu. Y recordé a un negro de la etnia xhosa que le pregunta a su torturador blanco del apartheid porqué le mató a la esposa, porqué mutiló a sus hijos, porqué lo colgó de los testículos y lo dejó invalido.
Le pregunta todo eso para comprender.
Y me doy cuenta que escribo para delinear el rostro de los que quiero en mi pasado y en mi presente, que lo hago porque no quiero ver “un montón de caras y ni una mirada”, porque quiero comprender, porque tal vez tengo una cita pendiente después de cincuenta años con mi amigo de la infancia a orillas de un zanjón con ranas, en un baldío gritando gol, bailando al ritmo de Paul Anka en un Witcomb de los sesenta o pedaleando una bicicleta en una tarde cualquiera.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas