Solteras, y felices

Solteras, y felices

SONIA VARGAS
Una revolución inacabada, que sigue desarrollándose en el mundo y que ha llegado también felizmente América Latina.

Después de unos meses, lleno de intensos debates relativos a múltiples temas, las elecciones y sus resultados, la falta de responsabilidad de la JCE, lo imposible que se le ha hecho al PRD aceptar la aplastante derrota, el gran fracaso de la famosa alianza Rosada, entre muchos otras cuestiones de este complejo país), abordaré un tema más suave respondiendo a una noticia de The Wall Street Journal publicada en el periódico colombiano El Tiempo.

En ella se reseña, siguiendo investigaciones de importantes universidades y de la Oficina del Censo de Estados Unidos,  que “las solteras sí logran casarse” y lo logran mejor que hace 20 años. El artículo, en apariencia, señala una buena noticia para nosotras: cada día estaremos menos solas.

Gracias a la revolución de las mujeres, el concepto de soltería desapareció casi totalmente del panorama sociológico relativo a la condición femenina. Ya no hay solteras en cuanto solteronas; desaparecieron felizmente.

Hoy existen mujeres de 30, 40 o 50 años que han construido otra opción de vida: la de vivir a un ritmo decidido por ellas, sin afanes ni angustias por responder a los viejos imaginarios de esta mujer sin hombre, como una mujer “a mitad”, es decir, carente… carente de protección, de posición social, de un hombro para apoyarse, en fin carente de un hombre para amar, ese hombre cuya mirada otorgaba sentido a su existencia. Y mientras para ellas esta carencia definía una soltería clásica, para ellos la condición de soltería significa aún, un hombre fuerte, un casanova, un donjuán, un feliz vividor, un solitario magnífico y feliz, un poeta, un filósofo, en fin: un hombre libre.

Sin embargo, hoy, la cultura del amor como cultura tradicionalmente femenina está desapareciendo. Hoy, el amor no es el único principio organizador de nuestras vidas, y menos mal, en muchas ocasiones nos representa muy poca felicidad y mucha desgracia. Hoy, la soledad de una mujer ya no es un vacío, una espera, una fatalidad.

 Nosotras hemos aprendido y podemos vivir la soledad sin sentirnos nunca solas.

No estoy diciendo con esto que la compañía de un hombre alegre, un hombre mentalmente sano, alegre y divertido, no hace falta; no estoy diciendo que no se saben gozar un fin de semana con un buen amante, tierno e inteligente; no estoy diciendo que no se hacen preguntas sobre la maternidad. Claro que están llenas de preguntas sin resolver, pero la mayoría de ellas saben que están viviendo una transición imposible de obviar, una transición que las ubica hoy por hoy en el registro de la afirmación y no, como desde hacía siglos, lo demandaba la sociedad.

El amor no ha desaparecido de nuestras vidas, sino que se está transformando. Y si en este camino el encuentro amoroso se está reinventando y nuevos encuentros con los hombres se negocian desde otras cotidianidades, algunas mujeres han decidido inaugurar una soledad habitada, que es también una vida plena, llena de sorpresas que era imposible siquiera imaginar hace unos 20 años: regalarse una existencia para sí, tranquila, sin ser heridas en su amor propio, una nueva salud subjetiva, una existencia que ya no sea fatalmente determinada por la pertenencia al padre o al marido, una especie de restauración narcisista que les permita reconciliarse con su sexo.

Hace parte de esta revolución inacabada, que sigue desarrollándose en las cuatro esquinas del planeta y que llegó también felizmente a nuestra América Latina. Solteras, y felices.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas